Olvidando el mar…

Vuelven de nuevo los recuerdos las horas jóvenes que di y desde el mar llega un fantasma hecho de cosas que amé y perdí.
—Astor Piazzolla y Mario Trejo, “Los Pájaros perdidos

UNA CIUDAD. UNA como cualquiera, un poco de agua, un cielo, algunos semáforos que pocos respetan, tal vez algún puente. Las esquinas que tienen olor a besos, los murmullos de la gente, las danzas, la inocencia que descansa en las aceras de las escuelas mientras espera que salgan los niños de clases para llevarla a casa y llenar de frescura la casa, y el corazón frustrado y cansado de trabajo de los padres. Las chicas rubias y las chicas con minifalda, en las ciudades siempre las hay. Las ciudades poseen innumerables cosas bellas, y podemos apreciarlas en cualquiera de los cinco sentidos, pero tu preguntas por algún otro sentido, por algo que se mueve en las ciudades y pocos perciben, vienen del cielo a estar entre nosotros y uno que cree que apenas nos rozan, que apenas nos miran, que no forman parte de la ciudad ni de nuestra vida; sin embargo ahí están, para algo están los pájaros en la ciudad.

Cuando voy viajando, y sintiendo las ciudades a flor de piel, me doy cuenta que son como las personas; que se han creado a sí mismas en una mezcla de sueños y negaciones, de deseos y frustraciones, de grata sorpresa y desventura.

Dublín es una ciudad pequeña y bella, sencilla, sincera. Si tuviera sexo sería hombre, adolescente eterno, bello, tierno, pobre y siempre tentado por el alcohol y las lágrimas. Es así, el río que marca la ciudad dividiéndola en dos partes; y la ausencia del mar es el gran secreto de la ciudad, es su magia. La ciudad vive de espaldas al mar, no hay punto de la ciudad que mire al mar, ni tampoco es atractivo el puerto, ni las agencias venden casas con vista al mar, ni hay olor a sal en el aire. El mar está ahí, al lado, y en todo Dublín vive la tremenda necesidad de olvidar el mar. ¡Es tan humano Dublín!

Una fisura se abre desde el mar y es el Liffey, el río que corta la metrópoli en dos, creando una magia de puentes, y barcas; dulcificando la ciudad. Lo que mas me gusta del Liffey son una especie de terrazas de madera que han hecho sobre los bordes del rio, con bancos y macetas con flores como si fuera una plaza. Entras a esos pasillos y dejas de ver los coches, solo ves las cúpulas de los edificios, el agua del rio, la gente de Dublín a tu alrededor. Ahí me abrazaron por primera vez al llegar a esta ciudad. Eran 4 adolescentes bloqueando el paso y gritando, “un pase por un abrazo”. Yo fui la primera que abracé a uno y pasé. Fue tierno y feliz, luego otros hicieron lo mismo, hasta que en la batalla de la vergüenza el humor superó a la ternura y todos acabaron riéndose dando por terminada la maratón de abrazos.

Ahí, en esas terrazas, también descubrí los pájaros de Dublín. Gaviotas, pájaros de mar en el centro de la ciudad que parece no tener mar, enormes y planeadores, las gaviotas cruzan de un lado a otro el Liffey saludando a los autobuses de 2 pisos y a la desmemoria. Yo las había sentido antes, pero aun no las descubría. Las había sentido mientras caminaba Eden Quay o cruzaba el O’Connel Bridge y pasaban por mi cabeza furtivas y suaves, atravesando mis ideas como si de atravesar el mar se tratara; como si todos mis recuerdos fueran un océano donde pescar algo…algo bonito y de colores que alimente… Alimentar el olvido para seguir viviendo, porque el futuro es una esperanza llena de contradicciones.

Mirando el río dejo el peso de mi cuerpo y de mi vida entre mis codos y las barandas de estas terrazas. Las barcas pasan llevando turistas de un puerto sin océano hasta el Phoenix Park; yo he dejado de ser yo para unificarme con la ciudad y dejar a las gaviotas hacer su trabajo. Un silencio, un momento perdido en el tiempo, una gaviota que pasa sobre mí, un nuevo olvido. Ruido de alas y restos de viento; de pronto mi ser vuelve a hacer peso entre los tacones de mis botas y las maderas del suelo, creo que va a llover y estoy de pie sobre el río. Hora de irse y continuar. Voy a cruzar el puente hacia el autobús sin saber que se ha comido la gaviota de mi mar, tal vez la mirada de algunos ojos negros, tal vez alguna siesta verde de la infancia, o el olor a algodón de los hilos de bordar; no lo se, es difícil recordar.

Misteriosas relaciones entre la ciudad y su fauna. Espero haberte mostrado algo de Dublín.

Desde una Isla sin mar.~