Parroquianos

Jolín que discusión tuve anoche con un parroquiano en la taberna de la calle de abajo.
¡Quién me mandará a mí tomar una cerveza en El Abrevadero cuando la tengo, y más barata, en mí casa! Y todo porque uno tiene esa vena bloguera que te hace decir lo que piensas en cualquier momento y lugar.

No, no se hablaba ayer de fútbol en El Abrevadero. Ni siquiera se hablaba de deporte. Se hablaba de política. Pero no me entiendas mal. No se hablaba de siglas concretas, ni de nombres propios. La conversación giraba en torno a lo que llamaríamos estrategias de Estado.

Alguien comentó —sí, lo sé, El Abrevadero no es el estrado de ningún parlamento (ese fue mi error)— que la Constitución era el árbitro de la democracia. (Sigue, sigue leyendo por favor, que en esta bitácora todavía se habla de asuntos deportivos, pero todo necesita de un preámbulo). Bueno, como metáfora no estaba nada mal decir que la Constitución es el árbitro de la democracia. Aunque supongo que hubiera sido más propio decir que es el reglamento, ya que es un código escrito. Pero los parroquianos de El Abrevadero no se distinguen por su sutileza.

Como la cosa prometía, cogí el pequeño bol de cacahuetes que estaba sobre la barra y mi cerveza negra y me busqué una ubicación mejor. Debió de notarse mi gesto.
Aquel hombre estaba diciendo que los preceptos de la Constitución deben respetarse por encima de cualquier otra causa. Lo cual me recordó alguna conversación bitacoril que se ha mantenido aquí sobre justicia y legalidad. Pero por el momento supe morderme la lengua.

Volví a perderme el hilo de la conversación por atender a mis reflexiones, y cuando me desensoñé el tipo de la gorra de béisbol estaba diciendo algo sobre asociaciones ilícitas.
Pelé otro cacahuete y bebí un sorbito de cerveza fresquita (hasta en invierno la cerveza nos gusta fría, no como a esos ingleses con su cerveza tibia). El de la gorra dijo que en un estado democrático todas las asociaciones debían regirse por principios democráticos para su funcionamiento. Y que las que así no funcionen deben ser disueltas.

Juraría que no fui consciente de que estaba hablando en alto si no fuera porque no creo en el valor de los juramentos.

Tan sólo dije que deberían disolver a todos los clubes de fútbol. Tal vez hubiera sido mejor que hubiera mencionado otro deporte; quizá el baloncesto o el rugby. Pero la mezcla de fútbol y política es explosiva para cualquier asiduo de El Abrevadero.

— ¡Oye, chaval! Que sepas que para hablar aquí has de saber lo que dices.

Aunque generalmente peino más canas que mis interlocutores me sigue haciendo una gracia particular que me llamen chaval cuando soy manifiestamente mayor que ellos. Me gusta y me disgusta a la vez. Me agrada porque de alguna manera halaga mi vanidad. Me ofende porque de alguna manera demuestra una falta de respeto.

— Lo que digo lo mantengo —me oí decir—. Y si puedes has de rebartírmelo o si no pagar una ronda a todos los que estamos aquí.

Miré entonces mi jarra y fue cuando advertí que estaba vacía. ¿Me encontraría ya bajo los efectos del alcohol? El tipo hizo el ademán de escupir hacia un lado sin quitarme la vista de encima —no llegó a escupir porque los clientes de El Abrevadero pueden ser muy brutos, pero no son cerdos.

— Pues venga esa explicación. Pero ha de satisfacernos a todos.

Despreocupadamente comencé mi explicación. Muy despreocupadamente, pues nadie había formulado la contra-apuesta. Y eran unas ocho jarras las que habría de pagar aquel hombre si no podía rebatirme. Pero los doce o quince euros de la ronda no es lo grave. Lo peor es la cancioncita que te dedican durante al menos una semana cuando apareces por allí tras haber convidado a una ronda por perder una apuesta.

— A un equipo de fútbol —y dale con no querer generalizar— es imposible que se le exijan principios democráticos aún estando dentro del orden constitucional. Es más, si así fuera no funcionaría. Un equipo de fútbol es lo más parecido que hay a una dictadura. Hay un tipo que manda, el entrenador, y todos los demás obedecen. Y al que no obedezca se le castiga sin jugar. E incluso está bien visto que se le corrija mediante castigos físicos. Ahí tienes una organización que estando amparada por la Constitución se rige dictatorialmente.

El tipo cerró el ojo que adelantó hacia mí, como señalándome.

— Pero yo soy socio del club de fútbol del pueblo y tengo derecho a votar en las asambleas. El club se rige por principios democráticos.

—El club se regirá por principios democráticos, pero el equipo se rige por el principio del mando, ordeno y hago saber. Y yo he estado hablando siempre de un equipo de fútbol, no de un club.

— ¡A pagar, Jeremías! —dictó sentencia el coro de parroquianos.

[1] Capello y Beckham: ¿Un caso de mobbing? www.iusport.es/php2/index.php?option=com_content&task=view&id=155&Itemid=33