TRIBUNA VISITANTE: El español intraducible
Palermo Soho
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
28 de febrero de 2013
Queridos intraducibles:
Desde que llegué a Buenos Aires, en más de una ocasión me han y me he preguntado sobre la particularidad del español argentino. Mi hermano, por ejemplo, me dijo alguna vez que el acento se le hacía de los más bonitos de América Latina. Cuando vino de visita Ana, mi compa-triota, me preguntó varias veces el porqué de los acentos fuera de lugar y las pronunciaciones casi tan exóticas como la papaya. Argentina no navega por el mundo de las lenguas con una gramática bajo el brazo y, aunque seguramente existen miles de tesis sobre los fenómenos lingüísticos en Argentina, la realidad es que es un misterio. En la calle, los anuncios de varias empresas internacionales llevan una acentuación española estándar; no obstante, la publicidad argentina que te tutea está cargada de imperativos en los que si no llamás o vivís de cierta manera, estás fuera de la jugada y urge que compres el producto en cuestión para que te hagas algo al respecto.
Así como en la publicidad impresa, en la televisión, además de poder leer estas acentuaciones de uso arbitrario, también se puede escuchar el world famoso /shó/ del que cualquier extranjero busca colgarse para imitarlos. En el campo de la lingüística, el yeísmo es la pronunciación tanto de la /ll/ como de la /y/ que, en el jardín de los intensos, separa fonéticamente las tierras altas de las tierras bajas de América Latina. Y no lo digo yo, todo es culpa de las flexibilidades de la Real Academia Española. El equivalente al seseo de España se cocinó en esta parte del mundo de una manera muy particular que comparten únicamente los uruguayos y argentinos. Y, por mucho que les moleste a los anteriores, este marcador en la dicción ha quitado la necesidad de sacar el pasaporte en las reuniones de hispanoparlantes, como también ha ayudado a delimitar la zona en lugares como la Colonia Condesa, en la Ciudad de México.
El 16 de febrero pasado, María me dijo con una cacofonía poética “Ché, sorprende la cantidad de palabras con /ch/ que tienen”, a medio concierto de Molotov en Luna Park. Será la internacionalidad gastronómica de la letra de “Changüich a la chichona”, que comienza el primer verso con un ‘al pastor me echo una gringa’, pasa por el ‘no quiero comer más Kentucky chota’ y cierra con un ‘están muy buenas sus garnachas’. O será el hambre por el doble sentido que cruza fronteras, pero la realidad es que cuando uno quiere hablar español, lo habla. Y traducir esa suerte de contenido visceral, es imposible. Desde el concierto en diciembre que Molotov dio en La Plata, al cual también tuve la oportunidad de ir, me di cuenta que no sólo en mi país lograba el cuarteto generar la pertenencia necesaria para cambiarle el acento a los argentinos por ese acento de Speedy González en metanfetamina con el que nos imitan. Como, los avances tecnológicos y mi poca capacidad para hacer uso de ellos no me permiten insertar un fragmento de audio experiencial, sólo puedo describir esta imitación como una mezcla entre el habladito de Monterrey, Gael García en drogas y las telenovelas de Thalía que todavía se pueden ver por el canal 9 de los “canales de aire”.
Para Molotov el público argentino es de los mejores por entregado y encendido. En un país en el que no se puede tomar alcohol ni en el estadio ni en los conciertos grandes, así como en muchos otros aspectos, el argentino no es sencillo como público. Con una personalidad generalizada que no goza de la comida picante y que le relocaliza la capital al país a “Plasha del Carmen” en un desinterés geográfico, las bandas como Molotov han logrado que la intraducibilidad haga mancuerna con la falta de sencillez. En general, es mucho más complejo transmitir la acepción gastronómica de palabras como papaya o concha, en Argentina y México respectivamente, que hacer fácil referencia al aspecto sexoso que tienen ambas palabras en los dos países.
Este triángulo de amor extraño es probablemente la piedra angular de la pertenencia latinoamericana que tanto explotan las mujeres con pareos y danzas exóticas al son de los bongós gigantes (o como se llamen) que tocan los tipos con tatuajes de brazalete tribal en la playa. Probablemente se trate de un discurso carnal que le revolvería las tripas a Túpac, el caudillo indígena Amaru, no el rapero Shakur, pero hay que aceptar que estos puntos de comunidad, además de imposibilitarle la existencia a los angloparlantes que quieren hacerse los latinoamericanos, hacen que el español cobre la fuerza del gigante número dos en total de hablantes, con 406 millones en treinta y un países, superiores a los 335 millones de hablantes en 101 países del inglés.
Besos,
Denisse
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