Dios no murió de causas naturales
Que nos concedan un milagro, que nos dejen ver a ateos y creyentes por igual, y dejar a un lado la mala interpretación de la famosa frase nietzschiana: “Dios ha muerto”. Un minuto de silencio por los que utilizan la inevitable muerte biológica del filósofo alemán como supuesto contra-argumento lúdico a su polémica e incomprendida declaración [1]. Una cadena de desacralizadas oraciones por la pronta comprensión de esta importante afirmación. Hagamos algo para que todos, todos los que caminan por la tierra contagiando el mal uso de esta frase entiendan que: Dios no murió de causas naturales, a Dios lo asesinaron.
Antes de continuar, y curándome en salud, advierto que esto no es un artículo académico. Es un breve texto que expone un análisis, una interpretación, una observación, y sí, como muchas de las cosas que escribo, es una confrontación. Quizás es más cosas, quizás es menos, no lo sé, pero sé que no es un artículo. Continúo.
El ateo que utiliza la frase “Dios ha muerto” para justificar su ateísmo no entiende el ateísmo. Tampoco comprende que la figura del ateo en Nietzsche no es superior a la del creyente; el ateo, en Nietzsche no es el superhombre. Por otro lado, el creyente que cree que la frase no aplica a él es un creyente desconectado con su entorno y poco consciente de sí mismo y de su relación con Dios. Es un creyente que se ciega ante la desacralización existente de la deidad que dice respetar como sagrada. Pocos, pero muy pocos creyentes, aún ven en Dios algo sagrado.
Dios no murió de causas naturales, lo asesinaron. ¿Y quién cometió dicho crimen? Nosotros. Somos nosotros mismos los asesinos de la figura de Dios, del padre nuestro que creamos junto con la moral que utilizábamos para organizar y cuidar nuestro cada día. Destruimos a nuestra creación y nuestra hybris no nos permite aceptar que la hemos destruido, no nos permite agarrar las cenizas de lo que hemos abrasado para construir un nuevo concepto de lo sagrado.
Dios ya no es, pero lo sagrado persiste y con él persiste también la necesidad de crear una nueva moral. Pero una nueva moral no puede surgir si no aceptamos que no podemos regirnos por la antigua, si no dejamos la etapa de negación del duelo por la muerte de Dios. No podemos acceder de nuevo a lo sagrado, no podemos reconstruir una moral si no aceptamos que nuestra soberbia nos llevó a asesinar a la que habíamos creado –y utilizado- durante milenios.
A Dios lo ahorcamos con nuestra ciencia, nuestra soberbia, nuestra pretensión y hoy en día, los ateos que agarran de bandera la frase de Nietzsche para justificar su “no creencia” son los que siguen impidiendo el acceso a lo sagrado y el comienzo de una nueva moral. También traban el proceso los creyentes que se ciegan, y a pesar de vivir vidas desacralizadas, insisten en justificar y argumentar la existencia de lo caduco.
Algunos leerán y pensarán, ¡qué insistencia!, si Dios ya murió qué más da cómo se interpreta una frasecita, ¡qué más da si se toman bien o mal las palabras de Nietzsche! Pero importa, importa porque como con toda muerte que vivimos, el proceso de duelo es esencial. La forma en la que nos enfrentamos a una muerte es crucial, y lo es porque negar la ausencia, la pérdida o desestimar su peso impide que nos reconstruyamos, que hagamos de la destrucción una nueva creación.
¿Y Dios? ¿Por qué es importante aceptar y vivir el duelo de su muerte? ¿A un ateo qué le importa si está o no está ahí, si murió o no? ¿A un creyente por qué le incumbe si otro piensa que murió? Aceptar la muerte del Dios judeocristiano es importante para todo ser inmerso en la sociedad occidental y lo es no sólo por la figura de Dios, por el Yahvé bíblico, lo es porque esa figura es mucho más que eso, es moral y es orden social. Nietzsche, al declarar la muerte de Dios, refiere a esto: la muerte de una moral que ordena y rige sociedades, y en consecuencia, la necesidad de crear una nueva. Creyentes o no creyentes. Ateos, agnósticos o espirituales, la muerte de la deidad judeocristiana concierne a todo occidental porque con ella viene la caída del sistema moral que ha regido a nuestras sociedades durante milenios. La muerte de Dios concierne a todos porque con ella llega la necesidad de buscar nuevas ideologías, de enfrentar la destrucción de lo conocido y aceptar la llegada de lo incierto.
Quizás un occidental enfrentándose al duelo por la muerte de Dios, uno en negación o uno en búsqueda de reconstrucción se pregunte: ¿cuál es esta moral? La moral judeocristiana. Es la estructura que llega con el judaísmo y las religiones posteriores, [2] mismas que parten de la ley y creencia judaica, del mismo texto sagrado, que comparten la ley bíblica, y como tal, una moral y cosmovisión similar. Todas, en esencia, tienen como deidad principal al mismo Dios: el Yahvé bíblico. Ésta es la moral que muere con Dios, la que occidente debe velar y enterrar para poder reconstruir tomando lo que ya no es como memoria y no como algo vigente y vivo.
Retomo la importancia de difundir una interpretación contextualizada de la frase “Dios ha muerto”. Nietzsche no es el único filósofo que ha sufrido por ser descontextualizado de forma masiva. Pero la situación actual indica que es un filósofo que urge retomar, es imperativo hacerle justicia a las palabras de Nietzsche pues en sus obras yacen claves para reconstruirnos, para reinventarnos. Si algo es obvio hoy, año 2012 del calendario romano, 5772 del calendario hebreo, es que Occidente ha dejado de ser funcional, que necesita imperiosamente una nueva moral. Olvidemos otra frase que hemos tomado como bandera, otra frase que hemos ido descontextualizando con el tiempo, el Cogito ergo sum de Descartes [3]. Dejemos de venerar a los filósofos de la razón y retomemos, de forma contextualizada y haciéndoles justicia, a los filósofos del pathos, del eros, capaces de ver al hombre como algo que no se limita a la capacidad de razonar. Dejemos el limitado pensamiento cientificista, humanicémonos nuevamente. Dejemos esa descontextualizada concepción de la filosofía cartesiana, no pensemos más que razonamos, por lo tanto somos [4]. Pienso, me destruyo, me reconstruyo, siento, observo, analizo, tengo voluntad, me enfermo, tengo instintos, impulsos, reprimo y libero, por lo tanto, soy.
El deseo que aquí expreso no es que todo ser humano lea la obra completa de Nietzsche. Ni siquiera que todos lean Así habló Zarathustra, La ciencia jovial o La genealogía de la moral como nueva biblia. No me atrevería a insultar a Nietzsche así, no me atrevería a pedir que su palabra se tomara como palabra santa, pues Nietzsche, como todo ser humano, es falible, tan falible que me atrevo a decir que algunos de sus pasajes rayan en lo bárbaro. No, no pido que se lea a Nietzsche como nuevo texto sagrado. Pido que si vamos a continuar masificando una frase tan importante, lo hagamos transmitiendo una interpretación que no dañe. Pido que reconozcamos lo que está frente a nosotros, dejemos la negación, y emprendamos el necesario duelo por la muerte de Dios, para poder reconstruir nuestra sociedad, para crear una nueva moral. Pido que escuchemos las voces de los filósofos del pathos, que leamos en ellos los indicios que dejaron, indicios que hoy más que nunca, nos indican cómo lidiar con el duelo y cómo comenzar una reconstrucción.
Hago un llamado. Llamo la atención sobre nuestra ceguera voluntaria, pido que abramos los ojos y aceptemos el duelo y la tarea de recreación para no seguir pasando este dolor, esta absurda negación, de generación en generación. A mi generación le pido que frenemos, de una vez por todas, esta poco sana y bastante necia afición por evadir el dolor y seguir transmitiéndoles a los hijos y nietos una moral caduca que, como sucede con todo lo que vence, se encuentra cada vez más podrida, cada vez más venenosa.~
[1] Hago referencia a la ridícula frase “Nietzsche ha muerto. –Dios” que aparece en blogs, tuits, llaveros, graffitis, calcomanías y hasta en mis pesadillas.
[2] Cristianismo, Catolicismo, Protestantismo, Anglicanismo, etc.
[3] Aclaro que no pido que se olvide la filosofía de Descartes –sería una petición poco sensata– pido que se olvide la interpretación descontextualizada de la frase Cogito, ergo sum.
[4] Contextualizar esta frase me apasiona también, aunque claro, no tanto como Nietzsche. Un tema que da para muchísimo más que una nota al pie, apunto sólo que la declaración cartesiana no pretendía limitar al hombre a ser por poseer la facultad racional, como suele interpretarse esta frase. Cogito, ergo sum apunta a la razón como medio para procesar, analizar y ordenar nuestras percepciones. Cogito, ergo sum apunta al Yo, a la consciencia, a la creación de una concepción de nosotros mismos que podemos conocer a través de la razón (a diferencia, por ejemplo, del inconsciente). ¡Descartes no era un simplón, señores! No lo insultemos así.
Maravilloso.
“Occidente ha dejado de ser funcional” y, por lo menos, pararnos a pensar lo que repetimos como borregos puede ser un buen inicio.
Gran texto Bitty, esperamos seguir leyéndote en VozEd.
Gracias, en especial por lo de Descartes.
¡De nada, David! ¿Estaría bien padre que pusiéramos, de una vez por todas, cosas en exceso masculladas en contexto, no? 😀 Einstein, Nietzsche, Sócrates, Descartes, A. Lincoln, Platón, Stephen Hawkins, ¡tantos!
Me gustaría poder saber más sobre cada uno, actualmente tengo poco sentido sobre Kant, Nietzsche, Schopenhauer, Hegel, Engels, entre otros para acá. Te sigo en twitter, espero sigas haciendo posts así.
¡Muchas gracias, David!
A veces tuiteo sobre filosofía, aunque no de los que mencionas casi siempre hablo de Nietzsche y de Schopenhauer. Espero que mis tuits te lleven a leer o a investigar más sobre los grandes filósofos de nuestra cultura.
¡Saludos!
hola prima. que lindo texto todo se resume en la fe