Punto de fusión

Un texto de Gerardo Ugalde /ilustración Juan Astianax

 

THALIA OBSERVABA EL techo de la habitación a sabiendas de que no encontraría nada de provecho en él, ninguna respuesta, aunque tampoco la necesitaba. Recostada en la cama, junto a dos hombres, amigos de ella, no sentía el menor pudor que cualquier otra mujer, que no fuera una ambiciosa, sentiría. Acababa de experimentar el orgasmo más asfixiante en su larga vida sexual, larga no por la edad de Thalia, 35 años, sino porque desde los dieciséis había encontrado en el acto sexual una liberación total, mental y física. Su cuerpo se hallaba esculpido bajo los cánones de la belleza perfecta, perfecta claro está, para los hombres: Piel blanca, culo respingado, senos firmes y redondos. Era una auténtica bomba. Ella lo sabía, aprovechando su condición al máximo conseguía lo que deseaba, nunca le faltaba cualquier cosa, sus medios para conseguir lo que fuera se basaban en la intimidación. Tanto a hombres como a mujeres les causaba terror enfrentarla. Algo en ella, no únicamente su atractivo, sino el carácter imperial de sus acciones aplastaba a cualquiera.  Esto lo tenía muy claro y por ello usaba al límite ésta cualidad.

Formó un puño con la mano izquierda, sus dientes mordían su labio inferior, expresando una maldad infantil. Su compañero de nombre Luis, dormía bocarriba, exponiendo sus genitales sin ningún empacho. Con velocidad felina golpeó ligeramente el escroto. No con una fuerza desmedida, ya que entendía la debilidad del hombre por su bolsa de semen. Luis abrió los ojos, emitió un grito agudo, semejante más bien a un chillido. En la punta de verga sentía un cosquilleo. Observo y halló a Thalia jugando con su lengua.

Al día siguiente el transcurso de las horas fueron percibidas por ella con una inusual lentitud. Encerrada en su oficina, comiendo un arroz blanco como la nieve. Algo en ella emergía. Lo sentía. En su piel, en su cabello, en cada molécula que la conformaba. Hasta en sus uñas una desesperación enfermiza la obligaba a rascarse, era como si unos insectos hambrientos de su piel se encontraran masticándola hasta los huesos. Rascó con tanta brutalidad la piel de su brazo, que la sangre no se hizo esperar. Esto la desconcertó. Nada le había picado, era un ansia la que le obligó a actuar de este modo. Pero ¿cuál ansia? No tenía nada porque preocuparse al momento, pareciera que necesitara de un descanso, pero no un típico descanso, como una siesta o ir a ver tiendas, le era elemental restaurar energía.  Entonces dos opciones se presentaron de manera espontánea: largarse dos horas antes e ir al gimnasio o ir a buscar a su pequeña corderita: Alejandra, una recién ingresada, de 27 años,  no tan atractiva como Thalia, con una falta de confianza que le resultaba abrumadora, lo cual, le divertía a Thalia una enormidad.  Sí, debía ir con ella, distraerla, tal vez sacarle información vital para su entretenimiento. La niña necesitaba una guía espiritual y ella, era perfecta para el trabajo.

La nuca de Alejandra le gustaba, siempre descubierta, como la de una niña de secundaria. A veces, le entraban unas ganas de acercarse con suma cautela y soltarle un mordisco. Nada animal, mucho menos brutal, quería probar el sabor de su esencia. Además de observar la reacción de ella. La primera conversación que tuvieron, fue guiada por Thalia con una maestría al campo de lo íntimo. Su deducción le arrojó que era virgen o que solo había tenido relación con un solo hombre. Lo cual le excitó. Ya lo había hecho contra otras mujeres, pero ellas eran iguales a Thalia, gozaban de una presencia hipnótica, exudaban un aroma embriagador, por lo tanto era explicable el frenesí que alguien sintiera por ellas. Pero Alejandra era una vil ñoña. Bonita, sin duda alguna, portador de una belleza clásica, extremadamente conservadora. Quería pervertirla, aunque fuera con malos consejos. Tomó el respaldo de la silla e hizo girar a la pobre muchachita. Respondiendo con un grito de susto, Thalia la detuvo, soltando una carcajada siniestra.

—Vamos a un bar esta noche, yo invito, quiero que te diviertas, que aproveches tu juventud

Antes de bajar del carro, Alejandra miraba con envidia y admiración a su compañera. A pesar de ser casi diez años mayor, conservaba un atractivo simplemente impresionante, su físico atraía miradas. La veía pasar por algún pasillo, regalándole segundos de su distracción, observando su caminar y observando a sus compañeros, hombres y mujeres que miraban a Thalia caminar. Era una pantera. Y ahorita que la veía acicalándose para salir, sintió en su estómago un ardor, desconcertante más que doloroso, ¿Era la curiosidad tal vez? Conocer fuera de la oficina a una persona que en su totalidad es diferente a lo que ha conocido.

Las personas notaron a las dos mujeres. Ambas eran hermosas, conformadas por una presencia sumamente atractiva. Tal vez era la combinación que lograba la pareja: una mujer de carácter definido, sin temor a las miradas excesivas, en el extremo, ligeramente incómoda, alerta a las señales que la rodeaban su acompañante.

—Pediré unas cervezas para empezar, aunque nos sepan a orines de zorrillo.

Pasaron los minutos, casi lo necesarios para formar tres horas, sin embargo la cantidad de alcohol en sus venas fue útil, al menos para el plan de Thalia. La otra estaba sintiendo el placer del exceso, sin caer en el vómito, el panorama que sus ojos percibían era tan claro que esto la confundía. No lograba comprender la tranquilidad que sentía, contra el ruido, la gente, el escándalo a su alrededor. Entonces vio los ojos de Thalia. Y solo eso bastó para olvidar cualquier prejuicio.

En el automóvil la mano de Talia caminaba igual que una araña sobre el muslo de Alejandra. Quería encontrar un lugar donde esconderse, sin embargo presentía un miedo ridículo. Infantil por lo inocente. Mas era esencial atacar, por  lo que se introdujo entre las piernas, cerrándose estas automáticamente. Bajo el efecto del alcohol las caricias impropias de la otra mujer la reconfortaban, consciente de las implicaciones homosexuales inminentes. En su estómago una sensación de cosquilleo le perturbaba todavía más. Poco a poco esto fue cambiando. Ahora le era necesario como el aire, absorber la boca de Thalia. Al detenerse en su departamento, inmediatamente se lanzó hacia su regazo, esto encendió intensamente a Thalia. Su vagina ardía de deseo.

Las imágenes se convulsionaban dentro de un centrifugado delirante. Dominada por la agresividad de su pareja, Thalia era ahora la victima de su propio plan. Esto así le parecía y lo disfrutaba, sus gemidos eran gritos cercanos al dolor. La lengua de Alejandra penetraba el interior de la mujer, sintiendo el pulso, saboreando la esencia femenina más pura y orgánica. Todos sus valores y sentimientos volaban por los aires, quitándole a cada uno la importancia que antes les daba. Un orgasmo retumbó a habitación y luego, justo detrás, otro de igual magnitud bombardeó los alrededores. Ambas mujeres dejaron de estar conscientes.

En el espejo no se reconocía, ella había cambiado, lo veía, lo sentía. En su piel un roce eléctrico corría, desde la punta de los dedos de sus pies, hasta la punta de sus cabellos. Alejandra era otra en el espejo, era Thalia, sin ser exactamente como ella. Thalia se sentía como Alejandra, aunque no lo reconociera en el otro lado. Rasgos la unían, era una mezcla perfecta. Atroz, sí, pero creada por una especia de Dios fálico, el cual, deseaba conjuntar en un solo ser, las cualidades perfectas para crear malos pensamientos en el vulgar macho.

Dos mujeres. Ahora. Una.~