Selección de minificciones

Por Kathy Serrano

 

 FAMILIA PERFECTA

Después de mucho tiempo, un día de verano, una mujer regresa del extranjero a su ciudad natal. Toca la puerta de la que fue su casa materna. La puerta se abre sin que nadie la reciba. “La han dejado abierta”, piensa. Entra en la casa; siente un aire extraño. Avanza hacia el interior. La encuentra idéntica a como la dejó la última vez que estuvo allí. La familia está sentada a la mesa. A diferencia del pasado, ahora la reciben con abrazos y besos. Todos están alegres. Comen, conversan, ríen, celebran el retorno. Pasan los días y la escena se repite una y otra vez. La mujer se siente feliz. Ha vuelto. La familia ahora es como ella la soñó, y, lo mejor de todo, es que ya ninguno respira.

 

TODOS SON ANTONIO

Todo esto comenzó con el mensaje que recibí en mi teléfono aquella mañana a fines de enero. Una conocida, a quien no veía hace años, me envió la foto de Antonio, mi esposo, junto a una mujer, en un restaurante que no se me hacía familiar. Aún no puedo explicar por qué me quedé callada y no lo confronté. Creo que decidí esperar a reunir suficientes pruebas para evitar que me dijera que eran ideas mías, que era solo una amiga y el eterno etcétera en excusas que utiliza un hombre en estos casos. La foto era elocuente. Estaban muy juntos. Él sostenía las manos de ella entre las suyas. La miraba con una sonrisa enorme. Ella lo miraba encandilada. Me llamó la atención la camisa de Antonio. Jamás se la había visto. No era el tipo de ropa ni los colores que usaba. Mi Antonio está enamorado, pensé. Sentí una profunda tristeza al imaginar que ya tenía ropa en otra parte. Alguna vez le comenté, casi en broma, que la sola idea de imaginarlo enamorado de otra mujer podría enloquecerme. Ese día llegué a casa temprano. Quería tomarme una pastilla e irme a dormir antes de que llegara Antonio. Pero él ya estaba allí. Se alegró de verme. Estaba preparando la cena. Abrió una botella de vino tinto, sirvió dos copas y me invitó a sentarnos en la terraza. No dije nada sobre la foto. Él parecía tan a gusto. Me dejé llevar. Una parte de mí quería detener todo, preguntarle quién era ella y desde cuándo estaban juntos. Pero la otra parte decidió disfrutar la cena, el vino, el sexo. En los días siguientes estuve muy atenta a cada uno de sus movimientos, pero no observé ninguna señal que lo delatara. Llegaba a casa y dejaba su celular, como siempre, en cualquier lugar. Cada minuto libre lo dedicaba a estar conmigo. No sentí que escondiera algo. Una tarde regresé a casa un tanto estresada por cosas de la oficina. Me puse mi ropa de correr y salí rumbo al malecón. Corría suave por la avenida mientras escuchaba el soundtrack de una película francesa. Me detuve en una esquina respetando el semáforo y, de repente, lo vi. Antonio manejaba un Audi plateado, acompañado de una mujer. No estaba segura si era la misma de la foto. Me quedé allí parada un rato, sin moverme, mientras el semáforo cambiaba de luz, una y otra vez. “Sí, el carro es de ella”, pensé. Me dije “es Antonio, pero es distinto. ¿Cómo es posible?”. Las lágrimas me ganaron y decidí correr correr correr. El teléfono sonó. Vi que era Antonio. Pensé en no contestar, pero mi cuerpo no me hizo caso. Con su voz muy alegre me avisaba que iríamos a cenar a mi restaurante favorito esa noche. Le pregunté que dónde estaba. Me dijo que acababa de llegar a la oficina después de una reunión tediosa e interminable. “Nos vemos en casa, mi amor”, le escuché decir antes de colgar.

En el restaurante nos esperaba una mesa maravillosa. La habían decorado con girasoles y rosas multicolores especialmente para mí. Mi vino preferido ya estaba sobre la mesa. Antonio estaba muy atento. Me miraba enamorado. Yo estaba confundida. Brindamos y le pregunté si había algo especial por qué brindar. Sacó una cajita, la abrió y allí estaba un anillo en oro con esmeraldas. Yo lo había olvidado por completo, era nuestro aniversario.

Al día siguiente decidí poner fin a esta situación. Lo descubriría. Quería ver dónde vivía ella, dónde se encontraban, tener pruebas, sorprenderlo. Pedí unos días de permiso en mi trabajo. Fue fácil, tenía vacaciones acumuladas. Era viernes. El lunes comenzaría a seguirlo.

Esa noche y durante el fin de semana, fueron llegando otras fotografías que me perturbaron. Antonio en un yate acompañado por la mujer en bikini. Una selfie de Antonio junto a la mujer en un avión, muy sonrientes. Una selfie de ambos en una calle de alguna ciudad europea. ¿Antonio tenía una vida paralela? ¿En qué momento? No tenía sentido. Mandé un mensaje a la persona que me estaba enviando las fotos; quería saber de dónde las había sacado, pero no respondió. La llamé por teléfono, pero el número estuvo siempre ocupado. Ese fin de semana Antonio debía pasarlo con su hijo, así que me quedé sola en casa. Por primera vez revisé todas sus cosas. No había nada que lo delatara. ¿Cuándo se tomó esas fotos? ¿Por qué se vestía distinto? ¿Debía mostrarle las fotos y encararlo? Una fuerza desconocida dentro de mí me lo impedía.

El lunes fingí salir a mi trabajo. Siempre salía dos horas más temprano que él. Tenía todo listo. Alquilé un carro que había dejado aparcado en una cochera cercana. Me recogí el cabello y lo guardé bajo una gorrita con visera. Me puse unos lentes nuevos de sol y esperé a que saliera de la casa. Antonio, después de una hora, por fin salió. Caminó varias cuadras. Se detuvo en una cafetería. Se sentó en una mesa con vista a la calle. Un mozo le trajo un suculento desayuno que disfrutó mientras leía un periódico que había sobre la mesa. Yo lo observaba desde el auto alquilado que estacioné a una distancia prudente. Imaginaba que pronto la mujer llegaría a recogerlo en el Audi plateado, o que él tomaría un taxi para ir a verla. Pero no ocurrió. Lo vi escribir en su celular, pensé que estaría chateando con ella. Mi celular vibró. Era Antonio, me decía “Amor, me tomé el día libre. Salí a desayunar cerca de la casa. Me siento raro. Si puedes, regresa temprano. Te Amo”

Lo vi pagar la cuenta, levantarse y decidí bajar del auto, cruzar la pista y darle una sorpresa, pero vi cómo un Audi plateado se estacionaba frente a la cafetería. La ira se apoderó de mí. Alisté mi teléfono para tomar fotos, vi que Antonio se despedía del mesero y salía del lugar. La puerta del lado del chofer del Audi se abrió y de allí descendió un hombre. Era Antonio, es decir, otro Antonio. El teléfono cayó de mis manos, el corazón estaba latiéndome muy fuerte. Mi Antonio caminaba en dirección a nuestra casa. El otro Antonio, el hombre del Audi, entraba a la cafetería, recogía una caja como de pastel y regresaba a su auto, donde lo esperaba la mujer. Me agaché a buscar el teléfono en el piso del auto y cuando me levanté el Audi ya no estaba.

Desesperada decidí regresar a mi casa. Estacioné una cuadra antes. Me quité la gorrita, los lentes y los dejé en el auto alquilado. Mientras caminaba trataba de ordenar mis pensamientos. No sabía si contarle toda la historia del otro Antonio a mi Antonio. Tenía las fotos que me habían enviado en el celular. Me detuve. Busqué en el teléfono. El mensaje con las fotos no estaba. Todo se había borrado. Busqué en descargas, archivos. Nada. No había rastros.

Corrí hacia la casa, pero me paralicé al ver que Antonio salía en dirección contraria. A su lado caminaba otro hombre idéntico a él. Detrás suyo, uno, dos, tres… eran varios hombres con la apariencia de Antonio, avanzando por la avenida. Volví la vista a la casa. La puerta estaba abierta. Una mujer idéntica a mí estaba parada en el umbral. Me miró fijamente con una media sonrisa. Cerró la puerta. Aterrada e inmóvil observé cómo desde la ventana del segundo piso, Antonio y la mujer idéntica a mí, me observaban.

No recuerdo qué sucedió después. Es como si una pausa oscura se hubiera activado en mi cerebro. Dicen que choqué contra varios autos mientras manejaba en dirección contraria por la avenida Central con un carro alquilado. Cuando por fin me detuve, estaba con la frente repleta de cortes y la sangre cubría mi rostro. Según las declaraciones que ofrecí ese día, se afirma que yo estaba huyendo de Antonio y sus dobles. Dicen que estuve de acuerdo con que me internaran en este lugar. Vi mi firma en el documento, pero no logro recordar nada.

Antonio viene a visitarme todos los domingos. Lo veo muy bien. Me dijo que se compró un Audi plateado. Siempre me cuenta sus nuevas aventuras. Lo malo es que nunca sé con cuál de ellos es con quien estoy hablando.

 

MUDANZA

La mujer despierta súbitamente. Recorre la casa como si la viera por primera vez. De pronto escucha ruidos en la entrada. La puerta se abre y, como una ráfaga de viento fresco, ingresan corriendo tres niñas pequeñas, idénticas, pecosas y con trenzas largas y brillantes. Gritan “¡mamá, mamita!”, mientras la alcanzan y la asaltan con besos y abrazos. La mujer las mira, extrañada. No las conoce. Tampoco conoce al hombre alto con rostro amable que ingresa contándole todos los detalles del retorno: lo tarde que se les hizo por el accidente del puente, cómo no les permitieron acercarse al auto verde botella que se estrelló contra una góndola averiada, los rumores sobre la mujer que murió mientras intentaban sacarla del auto hecho un acordeón. La mujer lo mira y le sonríe. “Es hermoso”, piensa. Y las niñas… Ella no sabe cómo llegó a ese cuerpo, ni dónde estará la verdadera dueña; pero mientras pueda, decide cuidar de su nueva familia y, seguro que pronto podrá comprarse otro carro verde botella.

 

APOCALIPSIS

Después del final de todos los tiempos a manos de las grandes potencias de la tierra, el planeta quedó sumido en un incendio perenne. En diversos lugares del mundo comenzaron a emerger de las llamas pequeños dragones con las alas pintadas de sangre, el lomo incrustado de brazos, piernas, cabezas humanas y el fuego rojizo brotando de sus bocas. Se dice que este nuevo espécimen guarda en su cuerpo la historia de aquella humanidad.

 

CÁLIDO TURISMO

Una viajera visita Indonesia cautivada por la existencia de seductores dragones. Llegada a la ciudad, es recibida por un dragón rojo que ofrece llevarla en su lomo hasta el hotel. La mujer queda prendada del dragón, pero éste evita mirarla a los ojos. Ella supone que no la desea y decide que saldrá a buscar otro candidato. La verdad es que este dragón, caprichosa vida, se ha enamorado de ella y, una vez en la habitación del hotel, no puede evitarlo: por fin posa sus enormes ojos llenos de fuego sobre la mujer, quien poco a poco, comienza a calcinarse.

 

CITA INCONCLUSA

Me dijiste que te esperara en la Plaza Mayor, junto a la fuente con los ángeles que orinan agua de colores. Aquí estoy. Sólo que me siento rara. Es como si no pudiera recordar nada más. Sé que estoy aquí, sentada en la fuente, o junto a la fuente. No sé… Muy cerca, una mujer está parada bajo un árbol. Lleva un gorro rojo. Me gusta el rojo. En una banca, una jovencita amamanta a su bebé. A su lado hay una caja con un pastel de la panadería francesa. Creo que está esperando a alguien para darle una sorpresa. Un hombre le grita que se guarde su teta, que es un lugar público. Qué extraño, están lejos, no sé cómo logro escucharlos. Quiero acercarme, defenderla del tipejo, pero no puedo. Mi cuerpo no quiere moverse, como si mi voluntad fallara. Me dijiste que llegarías puntual, pero hace mucho que ya son las cinco de la tarde. Un muchacho atraviesa la plaza corriendo, otros dos lo persiguen. Es un ladronzuelo; se ha robado un bolso de mujer. Los dos chicos logran alcanzarlo, lo arrojan al piso, lo patean con ira, con mucha ira. El ladronzuelo llora, sangra. Siento frío. ¿Por qué no llegas? Ya estoy cansándome de esperarte. Más allá, en otra banca, una colegiala se besa apasionadamente con un muchacho. Visten uniforme. ¿Me has besado así? Sí, creo que sí, sólo que no puedo recordarlo claramente. Un hombre con saco azul y corbata roja camina apurado, habla por teléfono. Grita, vocifera, tira el teléfono, que se rompe en pedazos. ¿Por qué no me llamas? Busco a mi alrededor. Yo debería tener un bolso, un teléfono, pero no encuentro nada. Quiero levantarme, caminar. Llamo a gritos a la mujer del gorro rojo, pero no me hace caso. Parece como si no me escuchara. Y ahora veo la calle a un lado de la plaza, donde está la panadería francesa. Me veo a mí misma, con mi gorro rojo y mi abrigo negro. Salgo con el pastel que te compré de sorpresa en una mano, y mi bolso y mi teléfono en la otra. Me escucho decirte que ya estoy por llegar a la plaza. Cruzo la calle y un auto negro viene tan rápido que no logra frenar, y veo cómo mi cuerpo se eleva por los aires y cae. Caen mi cuerpo, mi gorro rojo, junto con mi bolso y mi celular, que se rompe en pedazos. Cae el pastel, que se desparrama. Un hombre con saco azul y corbata roja sale del auto, se desespera, grita, vocifera. Todo está en silencio. Ya no escucho nada. Ahora sólo veo tus ojos, tu rostro, te veo mudo, inmóvil, observando mi cuerpo sobre el asfalto desde el otro lado de la calle. Detrás de ti, la fuente con los ángeles que orinan agua de colores.~