La danza de la muerte
Por Ana Martínez Castillo
Yo so la muerte cierta a todas criaturas.
Que son y serán en el mundo durante.ANÓNIMO, Danza general de la muerte.
ESTA NOCHE ES el aniversario de su muerte. El tres de febrero de 1478. Más de quinientos años en pie y lo va a celebrar matando a un joven. A un joven inocente, bobalicón. Elegido al azar.
Por puro capricho.
“La danza macabra”, se dice a sí misma recordando los viejos textos, las antiguas canciones, las imágenes raídas. Qué diferencia entre el frío mármol y la ciudad de metal que la rodea. Cuán brillantes las luces de cada farola en comparación con las velas, con los cirios sagrados de los templos. En su mente evoca los grabados en piedra, los capiteles de los claustros adornados con cráneos romos. Los pobres leían así las historias, aprendían así las lecciones piadosas, en el enorme libro que eran los bajorrelieves de las iglesias. Le viene el recuerdo del incienso y la voz monótona del sacerdote entonando latines, las viejas beatas arrugadas como insectos elevando plegarias, el dolor de las rodillas sobre el suelo del templo. Qué dolor tan placentero. Cantarle al Señor dolía. Dolía el miedo, dolían los pecados, los rezos. Pero sobretodo dolía vivir. Habitar este valle de lágrimas era un castigo, en especial después de la muerte de sus hijos. Pero sin duda el Señor tenía un plan. Y ese plan era perfecto. La vida eterna. El regalo de ser la muerte ahora, en este siglo ruidoso y limpio. Había regresado de la tumba para danzar y danzaría. Esta noche y todas las noches. Por mandato de Dios.
La Muerta se santigua con un movimiento rápido, cierra los ojos y susurra amén. En su mano aprieta el rosario y juguetea con las cuentas. No puede evitar echar de menos aquellos tiempos de fervor, de verdades, de padrenuestros susurrados. Qué pena haber seguido viviendo entre mortales tan asépticos, incapaces de creer en nada, tan llenos de vanidades.
La Muerta camina por la acera y sus pasos no se escuchan. La rodean los bares, el ruido, los coches, los altos edificios de cristal y hierro. La Muerta camina buscando un joven. Es el aniversario de su muerte.
El día en que todo terminó.
La Muerta siente primero el olor de la muchacha. Olor a frío en sus ropas, a perfume, a sudor, a prisa. Pero sobre todo siente el olor de la sangre calentando sus venas. Se entretiene con ese olor, se recrea en él mientras la muchacha se acerca. Camina a paso rápido, una sombra bajo la tenue luz de las farolas.
Al fin la ve. La Muerta respira el aire de la noche. Le encanta este momento, el del acecho. Es un instante perfecto el de esperar a la víctima. Casi le dan ganas de reír. Inútil e indefensa mortal. Qué asco siente por ellos. Qué asco y qué pena. Recorre una a una las cuentas de su rosario y reza para sí un Ave María.
La joven se ha detenido a encender un cigarrillo bajo una farola. Lleva minifalda y mucho maquillaje. Irradia esa belleza inexacta de los jóvenes de este siglo. Una belleza lánguida y envuelta en laca. A La Muerta le repugna. Pero ahora esa chica sería especial, elegida por la muerte que danza y señala. Una danza de siglos.
No siempre fue así. La Muerta se recuerda a sí misma, pequeña y lejana. Sabía lo que era. Una difunta. Fría, sin aliento alguno. Por eso no entendía por qué era capaz de ponerse en pie. Por qué podía mirar y tocar aquello que la rodeaba. Sabía que su lugar era el fondo de la tierra, la fosa que habitaban los gusanos. Quiso sentir cómo recorrían su cuerpo, cómo empezaban a masticar la tela de su mortaja. Así todo sería normal. Todo estaría en su sitio. Quiso ser la Reina de Todos los Gusanos. La Reina Podredumbre. Se coronó a sí misma Dueña y Señora de todo lo que se arrastra. Hizo una reverencia de respeto a la noche y pensó que había terminado de volverse loca del todo. No pudo contener la risa. Qué estúpida muerta en pie bajo la luna. La Reina Podredumbre era una reina demente. Sin dejar de reír comenzó a cavar con sus propias uñas y la tierra arañaba sus dedos. No sentía dolor, sólo la necesidad de seguir cavando el nuevo hogar. El agujero. El lugar que le correspondía. Porque a los muertos había que enterrarlos. Porque tenían que descansar en paz.
Sobre ella la tierra era leve, pero no silenciosa. Murmuraba. La Muerta escuchaba lo que decía la tierra. El agujero era un hogar cómodo, un lugar agradable donde vivir una larga y confortable muerte. Sus párpados se habían arrugado, pero ella no sentía dolor alguno. Tan sólo escuchaba.
La tierra hablaba. Susurrando. En ocasiones también gritaba. Su voz no era una sola. Eran muchas voces las que pronunciaban largas palabras. La Muerta no la entendía, pero sabía que pronto aprendería aquel lenguaje puesto que le hablan a ella, sólo a ella, la Dueña y Señora del Agujero, Su Alteza Real.
A fuerza de escuchar, comenzó a entender las palabras. Todas las voces recitaban letanías, versos sagrados que hablaban de Dios. Le dijeron que su nombre era La Muerta y que debía danzar. Ella se había levantado. Y eso sólo podía ser obra del Señor. Recitó de memoria el pasaje de la Biblia. Así que luego Jesús les dijo claramente: —Lázaro ha muerto. Jesucristo en su eterna bondad había resucitado a Lázaro a los cuatro días. A pesar de que su carne ya no presentara color alguno. A pesar de que la descomposición ya escarbara sus entrañas. —Señor, hiede ya, porque tiene cuatro días. El Hijo de Dios lo había señalado con el dedo y le había ordenado levantarse. Y Lázaro se había puesto en pie, arrancado de la muerte. El milagro de la resurrección, pensó La Muerta y la tierra repitió sus palabras.
La Muerta abrió los párpados dentro del agujero y la tierra acarició sus ojos. Las voces le dijeron que saliera, que viera la luna de nuevo.
Sobre la tierra es donde danza la muerte, no dentro.
El olor de la muchacha se mezcla con el humo del tabaco. Espera un taxi junto a la farola. La Muerta se impacienta.
La joven siente una brisa, un susurro cerca del oído. Yo so la Muerte çierta a todas criaturas que son y serán en el mundo durante… Le llega un olor a aliento podrido y húmedo. Mas non les valdrán fores e rosas nin las composturas que poner solían…La Muerta abraza a la muchacha, la envuelve, la contagia. Su tacto es frío. Sus manos son manos de mármol. Daré fealdad, la vida partida y desnudedad por las vestiduras…La Muerta se deja llevar por el calor del cuerpo joven, siente cómo la sangre llena su boca y un escalofrío de placer la recorre. Y por los palaçios daré, por medida, sepulcros escuros de dentro fedientes… La muchacha se desmaya, pero La Muerta no afloja su abrazo. Se le antoja que el momento en que la vida se escapa es un momento sutil, un instante delicado. La sangre corre y La Muerta traga. El aire de la noche se llena del perfume de la tumba. E por los manjares, gusanos royentes que coman de dentro su carne podrida…Cuando termina, la deja caer con asco sobre la acera y su cabeza golpea el suelo.
Se santigua tres veces y hace tintinear el rosario.
La Muerta se aleja.
Esta noche es su aniversario. Y tiene la eternidad para danzar.~
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