Malamadre


 

Vamos a un vivero. Andrea y Rodrigo, su papá, compran dos ciruelos, arracadas e hinojo para una casa desde la que se ve el Volcán de Agua y el Volcán de Fuego. Le preguntamos a las dueñas por el nombre de las plantas, si las reconozco digo cómo se les conoce en México. En un rincón hay una Malamadre. Subimos a la camioneta de Rodrigo. Los montes están cubiertos de neblina. En los quince minutos de carretera pienso en la Malamadre. Botar a los hijos en cuanto estén listos para sobrevivir. Desprenderse. Soltarlos. Contrario a lo que es mi familia. Ninguno de mis primos hermanos ha salido de la casa paterna. Algunos cercanos a los 50. Sus madres los asfixian, impidieron su crecimiento. Andrea al llegar a casa, deja los ciruelos en el jardín y dormimos el resto de la tarde.

 


 

Adiós a Croacia

 

ciudad europea finales de siglo

un viejo en bicicleta
boina azul
miles de mapas

en la esquina
el café no abre
desde hace meses

en la otra calle
el árbol
donde los niños
graban la fecha
cuando comienzan a fumar

al fondo
baldío con automóviles

 

 

 

 

en el televisor el presidente
habla de largos periodos de paz
que nadie recuerda

en el portón un militar espera su relevo