MEX-SWE: Llegamos a la final | Rusia 2018

Por Josemaría Camacho

Una vez más apareció el prodigio, solo que ahora sucedió en otra cancha.

Si bien clasificó a segunda ronda porque ganó dos partidos, México terminó rezando, como se debe, para llegar a octavos. El baño de realidad llegó en buen momento, aunque se jugó con fuego apostando a un resultado sumamente improbable: que Corea le ganara a Alemania.

Pero el Mundial es el sitio donde suceden los milagros, para eso se organiza y por eso llegan peregrinaciones desde todas partes del mundo. Es el Lourdes, el Tepeyac y el Fátima de los seculares. 

Los resultados de la última fecha del grupo ponen todo en perspectiva. México le ganó a Alemania, sí, a la que ahora —como se dice, a toro pasado— se entiende como la peor Alemania de la historia de los mundiales, la única que no clasificó a octavos. También le ganó contundentemente a una Corea que, después de todo, no era tan débil. Y fue embestida por una Suecia que se vislumbraba mediocre. ¿Qué pasó entonces? Nadie lo sabe. Ni Corea sabe cómo le ganó al campeón, ni México cómo dominó tanto en el toque y recibió tal tunda, ni Suecia cómo terminó primero de grupo después de perder en el último minuto con una Alemania a medio gas.

Así es el Mundial.

Lo bueno para el Tri: que el discurso del cuerpo técnico, de los jugadores y de cierta parte de los aficionados apunta hacia el mismo lugar: México clasificó porque ganó dos partidos, no porque Corea le haya ganado a Alemania. Y, además, que el partido de hoy ante Suecia se perdió de manera justa pero circunstancial, con un penal, varias fallas de México arriba y un desafortunado autogol. 

Lo malo: una vez más la selección de Osorio cayó estrepitosamente en un juego decisivo. Cuando la presión ajusta, se pierde por 3, por 4 o por 7. Ningún partido ganado —salvo quizás aquél 2-1 en Estados Unidos, en la ronda clasificatoria— ha sido crucial. 

Vuelve el escepticismo, lo que no es necesariamente algo malo: cuando México es la víctima se defiende y patalea. Hasta el momento no hemos sabido, ni en el futbol ni en muchos otros aspectos de la vida, estar arriba y mantenernos ahí.

En todo camino del héroe, en toda narrativa —el mundial es fundamentalmente una narración—, llega un momento decisivo. Hay derrotas y victorias previas que azuzan el nudo, que precipitan la inminencia del desenlace, que lo hacen atractivo y deseable. Ese momento llegó. 

Hasta aquí no ha pasado nada: es aquí, es ahora cuando se cambia la historia. El partido que viene es nuestra final.