El muchacho que veía desnuda a toda la gente
Un cuento de Bernardo Monroy
CUANDO NACISTE CON visión de rayos x, no tienes que pedirle a ningún hombre o mujer que te mande fotos sin ropa a tu correo electrónico o a tu teléfono celular.
Néstor Roldán pensó en ello y se sentó en medio del patio central de su preparatoria, listo para activar esa habilidad tan especial y única con la que había nacido. Al principio era muy difícil: algo así como tensar los músculos, como acelerar la respiración o posarse en un pie, pero después todo fluía con una sencillez y relajación dignas del momento en el que comienzas a dormir.
Miró los cuerpos de todos sus compañeros y profesores. Literalmente, de todos. En el patio, en los pasillos, en las aulas, en la cafetería, en el gimnasio, afuera de la escuela y más allá. Los observó primero en ropa interior: lencería, brasieres, bóxers, trusas y una que otra tanga de varón y fémina. La erección fue inmediata, y tuvo que disimularla colocando la sudadera de su uniforme entre sus piernas. Mientras más se concentraba, en rango de visión se esfumaban los paños menores de ambos sexos. Ahora podía admirar, con todo detalle, vaginas, penes, senos, glúteos.
Ser un muchacho de diecisiete años con visión de rayos x era muy superior a ver videos porno en internet o a comprar revistas como Playboy. No te arriesgabas a que tu computadora se infectase de algún virus y no tenías por qué tolerar a un voceador metiche que te preguntara si ibas a leer un artículo o a masturbarte.
Ver a todo mundo desnudo tiene sus ventajas, sobre todo cuando eres un adolescente bisexual y voyeurista.
Néstor nació con esa habilidad, con el talento de ver a través de las paredes, o al menos así lo recordaba desde que tuvo uso de la razón, más o menos a los cinco años. Se sentaba en la sala de su casa, después de llegar de la escuela primaria y veía lo que hacían los vecinos del departamento. Ante sus ojos los muros eran como el cristal, y luego como la nada. Sabía que Don Acasio, del piso dos, lloraba porque no podía pagar la renta, o que Estela, la chica del departamento contiguo, llevaba a coger a un hombre distinto al menos cada tercer día. Podía contemplar que en el otro departamento, Tomás, un niño seis años mayor que él, se tropezaba a diario con los pliegues de la alfombra. No existía un solo secreto que no pudiera ocultársele, como el hecho de que sus padres tenían relaciones sexuales cuando creían que la puerta de su alcoba se encontraba cerrada o que eran ellos quienes dejaban los juguetes la noche de Navidad y no Santa Claus.
Néstor sabía que no era ni prudente ni inteligente decirle a todo mundo sobre su habilidad. Le quedó muy claro desde aquella vez que le preguntó a su padre sobre la prostituta que lo visitaba cuando mamá salía a trabajar y el hombre pensaba que su hijo se encontraba jugando en los jardines de la unidad habitacional en la que vivían. Papá obsequió a Néstor veinte cintarazos, diez bofetadas y dos patadas en las costillas.
Hasta un pequeño de cinco años sabe cuando conviene callarse.
Cuando Néstor cumplió trece años y tuvo más libertades al conectarse a internet, comenzó a investigar sobre esa habilidad que aparentemente sólo él y nadie más que él tenía.
Escribió “ver a través de las paredes” o “visión de rayos x” y aparecieron millones de entradas, enlaces y opciones. Su talento tan particular se llamaba percepción dermo-óptica, y al parecer no era el único del mundo ni de la Historia de la humanidad con semejante habilidad. Durante los años veinte, en España, existió un joven aristócrata llamado Joaquín Argamasilla, que se hizo famoso en toda Europa y parte de América porque podía ver a través de los objetos sólidos y los seres humanos. Loa admiraron escritores Valle Inclán o médicos como Ramón y Cajal. Por desgracia, se descubrió que era un charlatán y un farsante cuando quiso probar su superpoder con Harry Houdini y éste lo expuso.
Argamasilla y Néstor eran muy similares. Ambos eran unos mentirosos, unos convenencieros y unos soberbios… la pequeña y a la vez inmensa diferencia era que Néstor sí tenía verdaderos poderes de percepción dermo-óptica.
Con la llegada a la adolescencia, Néstor descubrió su bisexualidad y el enorme provecho que podía obtener al ser el único muchacho de la ciudad que podía ver a través de objetos sólidos. Le bastaba sentarse frente a la sala de maestros para ver cómo preparaban los exámenes y conocer de antemano todas las respuestas, robaba dinero de tiendas de abarroterías y amenazaba a sus compañeros.
—Me di cuenta que tienes el pito chico. Aunque no estaría mal probar un acostón contigo.
—Ya vi que andas de puta con el profesor, Julieta. Más te vale revolcarte conmigo si no quieres que toda la prepa se entere.
Pero no quería limitarse a joder a sus compañeros, maestros y vecinos. Tampoco aspiraba a ser un socialité que se codeaba con científicos, escritores y nobles como Joaquín Argamasilla. Él aspiraba a más. Mucho más. En eso pensaba cuando compraba cómics que le robaba al voceador o al encargado de la tienda de revistas a unas cuadras de la preparatoria.
Cierto: era un hijo de puta, pero cualquiera con esa habilidad habría hecho lo mismo. Los adolescentes con habilidades paranormales que sueñan con unirse a los Hombres X o los Vengadores solo pasaba en esas putas películas de mierda monotemáticas. Un tipo como Peter Parker arrastrándose ante Iron Man, sin mostrar una pizca de dignidad, solo sucedía en historias igual de ficticias.
Más allá del dinero que puedes obtener al ver a través de objetos sólidos, lo que a Néstor le producía más placer era la facultad de ver desnudo a todo el mundo. El placer sexual y vouyerista era lo que más agradecía de su don, que cualquier otra facilidad en la vida.
Cuando no estaba en la escuela iba al centro comercial y deambulaba por las tiendas de ropa de damas y caballeros. La gente lo miraba como quien miraría a un chico con retraso mental, pues Néstor se quedaba babeando, con la boca abierta y exponiendo un bulto entre sus piernas, contemplando toda clase de senos, de miembros viriles, de glúteos y vellos púbicos de ambos sexos.
Sabía que con su habilidad podría dedicarse, literalmente, a cualquier cosa. No había límites, como no había paredes para su visión.
Pensó en la posibilidad de ser un héroe, de ayudar a sus semejantes como un integrante de La Liga de la Justicia en el mundo real. Había, sin duda, mucho por hacer. Descubrir fraudes, ayudar personas inocentes que estaban en la cárcel por crímenes que no cometieron o incluso convertirse en asesor de los mejores bancos del mundo ayudándolos a reforzar sus medidas de seguridad. Si le era posible ver a través de cualquier muro, también sería capaz de descubrir qué errores tenía una bóveda de la banca suiza o neoyorquina. La física y la medicina eran también dos opciones viables: podía contemplar el mundo subatómico y ser testigo visual y no meramente teórico de esas teorías que le hablaban en clase, como el Principio de la Incertidumbre. También sería un gran médico que no requeriría de ningún diagnóstico para saber si una mujer tenía osteoporosis… todo aquello era viable, pero tenía una problema: era muy aburrido.
El timbre que anunciaba el final de receso y el reinicio de las clases sonó. Apuradísimos, cientos de chicos y chicas corrieron rumbo a sus respectivos salones. Néstor contempló detalladamente sus cuerpos desnudos y no pudo evitar ir al baño a masturbarse.
Salió de los sanitarios rumbo a clase de Física, donde seguramente aprendería sobre Wilhelm Röntgen, quien descubrió los rayos X en 1895, y después Historia, para aprender algo sobre los radares de la Segunda Guerra Mundial.
Definitivamente —pensó Néstor— si existe Dios o está loco o es un pendejo para darle semejante poder a él, de la misma forma que le da dinero a empresarios sin ética o niños a curas pederastas.
—Dios es un estúpido que le da poder a quien menos debería de tenerlo, pero para algunas personas está muy bien –dijo Néstor para sí mismo, pensando que ese sería un excelente lema cuando concluyera la carrera e iniciara su vida profesional como supervillano.~
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