Correspondencia Madrid: La España global

El día arranco sin sorpresas. Nada más salir del portal me dispongo a coger el metro en dirección a Plaza de Castilla, nada especial en el ambiente, ¿y qué voy a contar del suburbano? La hora no invita a ir relajado, la verdad es que somos muchos los que a esa hora nos trasladamos en este medio de transporte, gente de todos los rincones del planeta: veo tres compañeros ecuatorianos con su mochila al hombro, aquella señorita asiática, vietnamita me parece (o quiero que me parezca porque no se distinguirlos), que se baja en la estación de Estrecho, los dos amigos de piel morena y que animosamente charlan mientras la mujer que está sentada a su lado hace esfuerzos por mantener la compostura y no caer en los brazos de Morfeo. Y llega la hora de salir por la boca de Plaza de Castilla.

Es un reguero de gente de múltiples nacionalidades, cada uno vamos pensando en nuestras cosas, la tarea que dejamos a medio hacer en el día de ayer, el hijo que tiene hoy un importante examen de lengua española para selectividad, la negativa por parte de la entidad bancaria de la petición de hipoteca… un partido de fútbol de la selección española en su debut en el Mundial de Alemania 2006.

El autobús con destino a Alcobendas está a punto de partir, logro subirme gracias a que una amable señora con atuendo árabe avisa al conductor de que hay personas que quieren subir, se lo agradezco (a ella) con un leve movimiento de mano. Me percato de que en el autobús hay más gente de lo normal, es la hora, pienso, aquella en la que se aglomera más cantidad de gente para acudir a sus puestos de trabajo. Me ubico al final del autobús y suelto una expresión de rabia al darme cuenta de que se me ha olvidado traer conmigo el libro que me acompaña en los últimos días para hacer más liviano el trayecto, “Ensayo sobre la lucidez” se titula, obra de uno de los mejores autores europeos y Premio Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, se me viene a la cabeza en este instante la imagen de mis compañeros brasileños disfrutando de la victoria de Brasil el día anterior.

Estamos llegando al destino y la mayor parte del autobús se baja en las obras de la carretera. Muchos de ellos son los inmigrantes que me han acompañado en el metro o en la espera de Plaza de Castilla, trabajadores que se sienten identificados con el país donde ahora viven, por la acogida que se les haya podido dispensar o por el futuro que promete ser mejor. Ver a tanta gente de tantos lados me hiso sentir bien. Ahora en Madrid, se está dando una mezcla de culturas que en muy pocos lugares del mundo se aprecia.

Cuando entro en la oficina, con cierta incredulidad observo a un compañero australiano con la camiseta de la selección nacional local, “la roja”. Hoy es el día de su debut, me digo a mi mismo. El momento no lo he esperado con especial emoción, puesto que ésta selección nos ha acostumbrado a fiascos en cada gran cita pero la culpa no es de ellos. Los medios han creado siempre falsas ilusiones desde un inicio, someten a los jugadores a una presión extra antes incluso de empezar la competición, esta vez puede que sea parecido.

En el café los comentarios son de todo tipo, Luiz y Fabio están contentos por la victoria de su equipo, la “canarinha”, aunque el resto ponemos en duda la supremacía de su selección. Yo sueño con México llegando lejos en la competición mientras un argentino se encomienda a su dios, Maradona, pensando que algún día se reencarnará en algún otro astro de la “albiceleste”.

La jornada resulta ser fructífera, siempre con un ojo en el debut de España. Habíamos pensado en comer a la hora del partido, hasta entonces el ambiente no es ni mucho menos de previos a un gran acontecimiento sino que se trabaja. Llega la hora de bajar al restaurante, es muy tarde, casi la hora de comienzo del encuentro, estamos casi todos, Fabio y Luiz, yo, él, el otro y el resto. El argentino no bajo, supongo que no le apetecía volver al lugar donde la comida no es precisamente buena.

Acaba de comenzar el partido y no nos hemos sentado a comer todavía. Cuando nos disponemos a probar el primer bocado la ilusión despierta en el local, primer gol de España en el mundial, un cabezazo de Xabi Alonso al fondo de las mallas, la suerte parece que sonríe a España en el inicio de la gran competición. Mientras el partido discurre me siento contento al ver a mis compañeros brasileños y a los australianos disfrutar del partido como si de su equipo se tratara. Y van llegando los goles y las jugadas vertiginosas por las bandas, el toque de los “jugones” y la sobriedad de la defensa y del arquero. La gente se divierte y parece que todo ha salido a pedir de boca en este primer envite. Y no faltan las bromas con los equipos amigos, México y Brasil. Ojalá continúe la fiesta hasta el 9 de julio, sería precioso. Y el partido se acaba, parece imposible pero se me pasó en un suspiro, cuando las cosas salen bien todo discurre de manera mucho más rápida.

Nos levantamos y nos acercamos a la caja para pagar. -¿Cuánto es? -Son 9 euros. –Ok gracias, entre risas y comentarios nos disponemos a volver al trabajo. Muchas nacionalidades en un proyecto, muchas banderas y varios idiomas, es maravilloso, pareciera una España global, pero lo de hoy ha sido simplemente fútbol.