EL CASTILLO DE IF: La urbe donde se ríe para no llorar

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

EN MÉXICO, A pesar de la aplastante supremacía de la solemnidad realista, hay una estirpe de escritores que utilizan el humor negro como uno de los motores de sus creaciones. Tal estirpe se remonta quizá a los primeros modernistas en donde la figura de Manuel Gutiérrez Nájera y sus crónicas publicadas en los diarios de la época hicieron de la farsa y el absurdo elementos identificables en su obra. Después vendrían los Contemporáneos en donde Julio Torri y Salvador Novo destacaron pos sus textos experimentales desde el ensayo y la crónica respectivamente. Los estridentistas con su afán nacionalista resumido en la frase “¡Viva el mole de guajolote!” reeditaban desde el humor la casi eterna pugna entre civilización y barbarie.

Pero quizá la figura más representativa de esa pléyade de humoristas literarios lo sea Jorge Ibargüengoitia. El guanajuatense supo combinar, quizá como ningún escritor mexicano, el humor ácido con la cotidianidad y, a su vez, con las dimensiones políticas y sociales que su contexto le mostraban como inventario de motivos literarios. Después vendrían autores como Víctor Roura, Fernando Nachón, algunas cosas de Enrique Serna, Eric Uribares, Daniel Espartaco, Carlos Velázquez y otros que conseguirían un efecto humorístico a partir de la parodia, la farsa, el absurdo o la hipérbole de la realidad cotidiana.

Édgar Velasco pertenece a esta estirpe. Activo usuario de redes sociales, destila en sus publicaciones una muy sana dosis de burla, incluso hacia sí mismo, que hacen sonreír o soltar la risa abiertamente. Ese espíritu de encontrar lo risible en lo cotidiano se encuentra en su exitoso compendio de cuentos Ciudad y otros relatos, en donde destila sin piedad ese humor que es ya una marca de fábrica de su producción creativa.

En este volumen acudimos al desfile de personajes que van de patéticos a suertudos pero que todos, incluso aquellos sumidos en la más cruel desgracia, nos arrancan una sonrisa. Igual lo consigue el guerrillero, émulo de Marcos-Zero-Galeano, que salva la vida gracias a una providencial diarrea que el tendero que ve amenazada su forma de vida por la invasión terrible de “tiendas de conveniencia” por doquier; personajes que aparecen en los dos cuentos que abren el libro.

En el relato siguiente, sin embargo, Velasco atiza un marrazo al lector al narrar el viaje en camionetota de alguien que transporta cadáveres como si de costales se tratara. En “Confesión” también se deja ver la presencia del crimen y la violencia que se ha vuelto cosa cotidiana: uno de los trofeos que se han hecho estereotípicos de los narcos cuenta su historia; y no es muy convencional que digamos.

En el paréntesis-corchete que la estructura del libro abre hacia el medio de sus páginas nos encontramos con personajes que se escudan en su patetismo para narrar las historias: un voyeur paranoico que se concibe como la peor combinación hace de las suyas en “Desde la ventana”; mientras que el protagonista de “Paternidad satisfecha” vive las molestias que implica una vasectomía sólo para dar paso a un desenlace sorpresivo. La infidelidad, en “Yo te lo dije”, es otro de los temas que el autor aborda a partir de la ironía: una pareja va a una fiesta a regañadientes de él, que conoce la liviandad de su mujer, el desarrollo de las acciones conduce a un final que se lee como justicia poética. La cirugía plástica también se convierte en tema de debate en el siguiente relato, donde un marido pierde la cabeza cuando su pareja decide operarse los senos. En “Control remoto” los celos y la infidelidad vuelven a aparecer como motivos recurrentes de las historias; el cuento se sostiene de una hipótesis disparatada: podemos saber cuándo el otro nos es infiel a partir de observar la manera en cómo sostiene el control remoto.

La última parte del volumen recurre a temas que aparecen en los medios y cuya justificación se vuelve casi parte del folclor nacional. En “3.4 grados de dificultad” asistimos al momento cumbre de una clavadista olímpica que, sin embargo, tiene que lidiar con la mala suerte que confirma el trágico destino de los mexicanos en las competencias internacionales. “Miércoles de ceniza” nos muestra la manera en cómo la vocación puede mudar de escenarios pero permanecer incólume: un bailarín que aspira a representar ballet se convierte en una pequeña celebridad enfundada en una botarga de personaje de farmacia. En la penúltima pieza asistimos al relato de un bailarín exótico que pareciera encerrar un secreto de ritos y tiempos milenarios, lo que hayamos es una historia que no llega a ser negra pero que termina como película de Ismael Rodríguez. Finalmente, “Ciudad” relata la manera en cómo los integrantes de la redacción de un diario se indignan por la clausura de la fiesta de fin de año hasta llegar a acciones desesperadas para recuperar su arrebatada tradición.

Ciudad y otros relatos es, en último término, un muestrario eficaz de las posibilidades narrativas que Édgar Velasco tiene. Así como de las posibilidades del humor como detonante de reflexiones más profundas sobre temas que a simple vista parecen mundanos.~