Hibridaciones sinápticas: Marcos Kurtycz: transgresión alquímica

Marcos Kurtycz: transgresión alquímica, en ‘ Hibridaciones sinápticas’, columna de Iliana Vargas


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CUANDO PIENSO EN Marcos Kurtycz, lo primero que me viene a la mente es el registro audiovisual de una operación a la que debió someterse para que le extirparan un neurinoma, y para lo cual fue necesario que le levantaran la piel de la cara. Kurtycz decidió documentar este proceso en total congruencia con su postura artística: asimilar la creación como un fin para darle sentido a la experiencia vivencial.  “Cambio de cara” formó parte de una retrospectiva sobre su obra, y se llevó a cabo en el Museo de Arte Carrillo Gil, tres años después de su muerte, entre 1999 y los primeros meses del 2000. Ahí fue donde, por primera vez,  tuve la oportunidad de ver de cerca aquello sobre lo que había leído y escuchado, pero a lo que mi imaginación no hacía cabal justicia.  Desde entonces, el trabajo de Marcos Kurtycz ha sido un referente en mi visión del mundo, en el sentido de no temer a la hibridación de elementos para seguir la voz intuitiva en el proceso de escritura y, de ser posible, en la vida cotidiana.

No sé exactamente cómo sobrepasó las circunstancias de haber nacido en Polonia en 1934 y haber perdido a la mayor parte de su familia en el holocausto; es más, ello nunca formó parte de su discurso de una manera evidente o efectista, pero  algo en la fortaleza de su carácter y en la honestidad de sus manifiestos nos hace comprender que la primera mitad de su vida derivó en una necesidad de transfigurar la materia y la energía a través de diversos lenguajes artísticos.

kurtycz01Lo que sí sé es que Marcos Kurtycz llegó a México en 1968 y se dedicó a desarrollar, hasta su muerte en 1996, proyectos enmarcados en las artes visuales con aristas enlazadas a la literatura, la filosofía y la experimentación con sus conocimientos de ingeniería mecánica. Si hemos de buscar un punto de partida para acercarnos a su naturaleza polifónica, me parece que podríamos tomar en cuenta, por ejemplo, uno de los ejercicios a los que se dedicó durante la década del setenta: hacía definiciones de palabras a partir del significado que éstas cobraban con sus procesos creativos y sus travesías cotidianas en espacios públicos. Específicamente, para mí, el sentido que Kurtycz le da a  “Artefacto”, se relaciona con toda la trayectoria a lo largo de sus diversas experiencias en busca de la transformación de la realidad, que era el objetivo primordial de todos sus actos:

Artefacto

Al principio no hay nada. Luego aparece una idea. La idea a su vez produce cierto vacío en el tiempo-espacio. El vacío genera la urgencia, los medios y la realización. En la última fase suceden fenómenos importantes que a continuación se enumeran. Transformación de energía, eliminación del vacío, generación de satisfacciones de alto nivel, transformación–destrucción del objeto. Reducción de artefacto a concepto.

Me parece que de ahí se entiende su identidad de alquimista y transmutador, empezando por él mismo y su entorno inmediato: su principal materia prima siempre fue su cuerpo y las capacidades expresivas, comunicativas e incluso invasivas que pudieran forjarse a partir de éste. Por eso es inevitable hacer una conexión entre el grupo Fluxus, el Accionismo Vienés y la historia del performance en nuestro país a partir de las intervenciones de Marcos Kurtycz en los espacios públicos e incluso en galerías y museos institucionales, en los que siempre fue visto como un provocador, más que como un artista. Pero, ¿quién quiere ser aceptado como artista en un ámbito formado por las estructuras del arte convencional? Creo que a él no le importaba mucho la consideración o la opinión que el establishment tenía de su propuesta. Él iba y hacía lo que tenía que hacer, lo que sentía que debía extraer de sí y transmitir a quienes quisieran ver/escuchar/leer, aunque ello resultara como un estruendo, una irrupción escandalosa de su desnudez o de su brutalidad: varias veces utilizó su cuerpo como lienzo o como elemento básico de algún proceso –que para él tenía un sentido ritual– en el que también intervenían lazos, madera, bolsas de plástico, alambres, tinta, pintura o fotografía, y sobre todo, fue emblemático su uso del hacha para formatear libros in situ; libros de autor a partir del collage en el sentido más puro de mezclar y pegar objetos encontrados al paso, pero nunca al tanteo. Una de las cosas que siempre me ha impresionado de su trabajo es la noción de fuerza, armonía y composición; de equilibrio entre los elementos que decidía utilizar, y de donde encuentro su ímpetu alquimista: varias piezas fueron elaboradas con fuego, mercurio, aire, agua y metales varios, y es relevante su alusión constante a elementos como el movimiento, la serpiente, la desintegración y la comunión de estados de ánimo y de fuerzas energéticas entre los individuos, todo ello conjugado para kurtycz02crear una reacción simbiótica con el espectador. Detrás de su gesto serio y agresivo, quizá, Marcos Kurtycz siempre estaba buscando alguien con quién dialogar, alguien a quién importunar, a quién provocar una reacción ajena al estatus cotidiano. Evidencia de ello fue su primer performance: “Pasión y muerte de un impresor”, que llevó a cabo durante 1979 en el Salón de Experimentación del INBA, y en el que interpretó a un obrero que laboraba en una imprenta y que en lugar de usar instrumentos tipográficos para hacer los libros, utilizaba los pies. Al final, confrontó al público con una escena violenta en la que el personaje recibe balazos, derrama sangre y es depositado en un ataúd marcado con su silueta, lo que provocó que algunas personas se alarmaran y llamaran a la Cruz Roja. Otro de sus trabajos más osados fue “Bombardeo”, ejercicio que consistió en enviar, cada día durante un año, cartas-pintura; cartas-dibujo; cartas-collage a distintas personas. De algunas obtuvo respuesta y de otras no, pero lo importante en este caso fue la persistencia, la idea de un destino que cumplir cada día. Lo mismo sucedió con uno de sus proyectos más bellos: “Un libro diario”, que realizó en homenaje a 1984, de Georges Orwell y cuyo resultado fue un libro de autor por día, justo durante ese año.

Si nunca escribió un libro tal y como estamos acostumbrados a leer, considero que la obra de Kurtycz bien podría integrar una narración expuesta a tantas lecturas como lenguajes evoca: si tuviéramos la capacidad de intervenir el tiempo con alguna maquinación que pudiera imprimir el rastro de aquello que vamos absorbiendo y experimentando de nuestra relación con los objetos, con los elementos naturales, con las ideas que abstraemos de otras ideas, de otras visiones del mundo, quizá podríamos entender la necesidad de transformar el ambiente que compartimos con los demás: el ámbito colectivo, la urgencia de una comunicación que involucre a los individuos, en vez de establecer características homogéneas para moldear masas y estructuras humanas.~