Punto y coma; La psiquiatría, la psicología y la patologización de la individualidad
Un texto de Bitty Navarro — ; ene
EMPIEZO CURÁNDOME EN salud: esta pequeña columna trata sobre un tema que da para papers académicos, libros, documentales y movimientos de activismo social enteros, y todos existen ya, aunque permanecen relegados a la oscuridad[1]. Esta es una pequeña columna y no puede ni tiene la intención de ser un análisis exhaustivo de la patologización de la individualidad. Entonces, ¿cuál es la intención? Sencillamente, como columna personal que es, abrir el tema a discusión con los lectores, quizá si hay interés de su parte dar seguimiento escribiendo más columnas para profundizar sobre el tema; pero, ante todo, es una intención ensimismada: catarsis para este individuo. Catarsis porque es auténticamente pesada para mí la impotencia que siento y lo poco y lento que avanza la lucha en contra de la patologización de la individualidad[2].
Como escritora y activista que maneja casi todo su trabajo a través de internet, es para mí suceso de diario recibir mensajes de personas «desconocidas»[3] que necesitan algún tipo de guía, consejos, o sencillamente alguien dispuesto a escuchar sin juzgar, quizá hasta sin dar consejos, dispuesto quizá a escuchar a secas[4]. A veces pienso que ese es el trabajo más importante que he hecho en mi vida: abrirme públicamente a chatear con quien se me acerque con preguntas, dudas, confundido, o de plano angustiado, desesperado, quizá hasta deprimido. Mi trabajo de paga, mi activismo, mi escritura, todo lo que he hecho, con frecuencia, me parece mucho menos importante que el haberme abierto desde los 24 años a leer o escuchar a «desconocidos» que necesitan alguien que los escuche. Es un trabajo que no da dinero, es un trabajo del que no sabe nadie fuera de la persona que se haya acercado y una servidora, pero es un trabajo que me da más satisfacción y más oportunidades de crecimiento como individuo que mis demás trabajos. Más que un trabajo, es una vocación, y es una que hago por otros al igual que por mí. Escuchar muchas veces se vuelve algo íntimo, una relación de reciprocidad en el que la persona que me buscó inicialmente, se vuelve alguien dispuesto a escucharme a mí.
Sucede que, desde muy pequeña, soy rara, excéntrica, o como por muchos años intentaron sustentar doctores, compañeros de escuela y otras personas mayores con más autoridad que yo porque ay, su edad: loca. De loca, agradecidamente, no tengo ni un pelo. De rara, depende de cómo define uno «lo raro». De excéntrica, eso sí que se puede decir de mí, y no me da vergüenza alguna, tampoco algún particular orgullo, excéntrica es sencillamente un accidente, en el sentido aristotélico, que me tocó. No estar en el centro, estar en la periferia, ¿lo elegí yo? No. ¿Por qué debería darme orgullo o vergüenza? Excéntrica por accidente aristotélico, si tengo mérito en mi excentricidad es por los pasos que doy en abrazarla y aceptarla como parte de mí, pero siempre con la claridad de que excéntrica califica ciertas partes de mí, pero no me define.
Desde que empecé a hacer activismo asexual, no pasa una semana sin que llegue alguien a decirme que no siente atracción sexual por otros, que si eso significa que está enfermo mental. No hay semana que no me llegue alguien a decir que lo están medicando por síndrome de libido hipoactivo, pero cree, aunque no está seguro porque los doctores le dicen que está enfermo mental, que en realidad sólo es asexual. El DSM-V cambió las normas y especificó que a un asexual no se le debe diagnosticar ese síndrome, pero el problema yace en que sabemos poco sobre la asexualidad, pues casi no se ha investigado y lo poco que sabemos no tiene gran difusión. También está el hecho de que muchísimos psiquiátras no se actualizan, y al no hacerlo, arriesgan el bienestar de sus pacientes. Por igual, están las farmacéuticas empujando medicamentos (en este caso, un ejemplo conocido es Viagra) y buscando influir los diagnósticos de los doctores, o en algunos casos, sobornando a los doctores para que prescriban su medicamento. Es realmente triste pensar que hay mucha gente metida en la telaraña de doctores y farmacéuticas, la institución de salubridad, tomando pastillas y pastillas, únicamente porque es… asexual.
Cualquier cosa fuera de la norma —y nadie nos dice cuál es esa norma, pero la norma está ahí— poco a poco se ha vuelto motivo para medicar a alguien. Pregúntenle a un trans que haya salido de la telaraña tras ser tratado por Síndrome de disforia de género: las pastillas, el dinero gastado, el sentirse enfermo y torcido por lo que dice la sociedad, pero ante todo porque las autoridades, los doctores, lo confirman: estás enfermo mental. Y no olvidemos a quiénes hemos dejado atrás por no atender el creciente problema de la patologización de la individualidad: no todos salen vivos de la telaraña de la psiquiatría y las farmacéuticas.
No seas distraído, energético, algo berrinchudo y quizá bastante chantajista emocional, y claro, pésimo para organizar cualquier cosa en tu vida: rápido vas a tener que estar tomando, si tienes suerte, Strattera; pero claro, esas las tomarás únicamente si tu médico está más o menos actualizado y tienes suficiente dinero para pagarla, porque por lo menos en México, la cobertura de seguros privados no incluye diagnósticos psiquiátricos. Si tienes mala suerte y tu médico no se ha tomado el tiempo de actualizarse, vas a tomar, si tienes suerte, Concerta, y si no la tienes, tomarás el ya muy conocido Ritalin. Como diría Kendrick Lamar[5], la generación Y somos crack babies, la generación ADHD, la generación que creció medicada. No eres un individuo que por accidente tiene ADHD, eres alguien que tiene ADHD y alguna que otra característica; ante todo, eres un excelente cliente cautivo.
No, no te atrevas a salirte de la norma (¿cuándo nos van a explicar bien qué es la norma y quién entra en ella?), no te atrevas a salirte de esta o de otra manera, no vaya a ser que tengas una personalidad melancólica porque, ¡bum!, ve a comprar medicinas para tu distimia.
Además de ser la generación ADHD, somos la generación PTSD (Estrés postraumático, por sus siglas en inglés); pero eso nadie quiere hablar, un enfermo de PTSD lo está casi siempre por algo que la sociedad está haciendo mal, MUY mal. Y si acaso se habla del PTSD, suele ser en contexto de veteranos de guerra, cuando el estrés postraumático se presenta en un porcentaje altísimo de la población en algún momento de la vida, y además, no es una mónada o una receta, pues el estrés postraumático tiene diversos niveles de gravedad que llevan a diferentes síntomas y diferentes requerimientos a la hora de tratarlo.
No caigan en la trampa: una diferencia no es una enfermedad. No caigan tampoco en la trampa que dice que no hay tal cosa como una «enfermedad mental»[6]. Sí las hay, pero no todo lo que nos dicen que es enfermedad mental es enfermedad mental. Además, ¿acaso la mente, el cerebro, no es parte del cuerpo? ¿Vamos a seguir con esa consabida tontería binaria de que el cuerpo y la mente van por separado?
Vamos, Platón fue grande, sí, pero estamos en el 2016. Un enfermo mental está enfermo fisiológicamente. Vaya, «mente» es sencillamente un músculo que llamamos cerebro, un músculo que interactúa literalmente con todas las demás partes de una unidad que llamamos cuerpo. ¿Por qué insistimos en perpetuar esa nociva separación, y ante todo, por qué permitimos que la postura autoritaria de la institución psiquiátrica y farmacéutica siga convirtiendo en supuestas enfermedades cosas que pertenecen al ámbito de la individualidad? ¿Por qué permitimos que la institución encargada de nuestra salud siga asesinando a más gente de la que podemos imaginar? Quizá en nuestras sociedades occidentales los desaparecidos más olvidados, pues ni se habla de ellos, ni se les reconoce y contabiliza como víctimas de asesinato, son quienes han sido asesinados por la sobremedicación y por la patologización de la individualidad. Asesinados, olvidados, y para colmo, estigmatizados durante la vida y después de ella.~
Referencias
[1] Para referencia, y quizá para alguna columna posterior, menciono algunas de las corrientes de pensamiento que han señalado el problema de la patologización de la individualidad. El movimiento antipsiquiátrico es quizá el más conocido y comienza a principios del siglo XX. Este pensamiento señala algo que, tristemente, sigue siendo realidad en muchísimos tratamientos psiquiátricos: el tratamiento que se le da al paciente termina por hacerle más daño que lo que lo llevó a buscar ayuda psiquiátrica. Como ejemplos históricos a señalar están tratamientos de electroshock, las lobotomías y, tristemente, la construcción y funcionamiento de los hospitales psiquiátricos (en la cultura popular vemos mucha crítica al confinamiento solitario en las prisiones, cosa que debe señalarse, pero no vemos que los hospitales psiquiátricos están construidos de la misma forma o de forma similar a las unidades de confinamiento solitario en las cárceles; por igual, en la cultura pop ha quedado ya muy establecido que los prisioneros que pasan tiempo en este tipo de confinamiento comienzan a perder la cordura, de ahí que se vuelva fácil deducir a nivel de cultural popular, que la construcción misma y el funcionamiento de los hospitales psiquiátricos lejos de ayudar a un paciente, lo dañan, tristemente, es posible deducirlo pero es mucho más difícil lograr que los medios masivos le den difusión a este problema). Es este movimiento la raíz de lo que ahora comienza a llamarse neurodiversidad. El creciente número de neuropsiquiatras, especializados tanto en neurología como psiquiatría, crean volúmenes de estudios considerables que comprueban que muchas de las condiciones que tratamos como enfermedades son, en efecto, sencillamente una forma distinta del funcionamiento cerebral; y diferente nunca ha sido sinónimo de enfermo. Un ejemplo muy conocido es el ampliamente debatido diagnóstico de TDAH (Trastorno de déficit de atención e hiperactividad) que hoy se comienza a repensar desde la ideología de la neurodiversidad. La neurodiversidad por el lado de La Ciencia™, y por el lado de Las Humanidades™ (¡qué absurdo que seguimos metidos en ese nocivo ciclo de visualizar todo en blanco y negro), tenemos lo posidentitario. Lo posidentitario nace de la teoría de género e implica el observarse a uno mismo y al Otro más allá de las etiquetas que se impone a sí mismo o que le impone la sociedad. Es decir, alguien posidentitario puede observar las etiquetas que se pone o que le son impuestas de forma más racional y entender que son sólo una parte de un Yo infinitamente complejo, compuesto de mucho más que tres o cuatro etiquetas (por ejemplo: género, orientación sexual, raza, afinidad política, etc). Tristemente el cuerpo de estudios y desarrollo que han producido Los Humanistas™ sobre lo posidentitario no se compara en extensión y profundidad al que han desarrollado Los Científicos™ sobre la neurodiversidad.
[2] El término «patologización de la individualidad» me vino a la mente, pero no recuerdo si lo leí en algún libro, paper, artículo o texto; pero por su naturaleza intuitiva, es muy probable que ya se haya utilizado por alguien más.
[3] Me causa algo de desconcierto el hablar de «personas desconocidas», pues al ser de mi especio, al ser humano, un desconocido es a pesar del desconocimiento, un conocido. Pero esto será tema para otra entrada en esta columna.
[4] En aras de buscar claridad, anoto que escuchar y oír, en este contexto, no son precisamente sinónimos. Puedes oír música y no estarla escuchando, o puedes escuchar a alguien a través de un chat, sin oírlos.
[5] En su canción titulada ADHD, Kendrick Lamar señala muchos de los problemas que trato aquí en una pieza de hip-hop posidentitario, crítico y de alta calidad artística en general.
[6] El término enfermedad mental lo uso por conveniencia a la hora de comunicar, pero es arcaico. Es hora de que comencemos a cambiar la etiqueta por enfermedad o condición neuropsiquiátrica en algunos casos, y en otros, quitar del todo la patología y hablar sencillamente de neurodiversidad y/o posidentidad.
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