[diafonía 11] =>=> Ostracodermi

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Esta noche la abuela dejó platones repletos de deliciosos pescaditos capeados, bien crujientes, con los cuerpecitos arqueados: la pausa intacta durante el salto hacia la orilla. Mi apetito se estimula con el olor de la piel chamuscada y empiezo a masticarlos desde la cola, sintiendo entre la lengua y el paladar la extraña textura de la carne. Será que la abuela no tuvo tiempo de revisar que el jarabe ablandador penetrara cada fibra…  Conforme avanzo en mordeduras hacia la cabeza, una voz me advierte: ¡cuidado con los dientes! Me detengo entonces, y me quedo con la duda a medias cuando miro el rostro de lo que con tanto gusto había estado devorando: una sonrisa infanta me saluda, bien frita, con los breves cartílagos de leche medio carbonizados, chuecos, chimuelos, de cinco o seis años, quizá. Yo, en mi asombro, le pregunto: ¿tan divertido es convertirse en pescado? La voz tarda un poco en responder, pero cuando presiente que no estoy dispuesto a esperar y acerco mis propios dientes a los suyos, me dice, con un tono igual de grave que el estatismo de su sonrisa: ya me lo dirás tú… que tu abuela, igual que la mía, has de saber, ya no podía seguir cumpliendo tus caprichos.

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