El gurú

Se puede uno aprovechar del propio sistema, darle la vuelta y sin ningún pudor y respeto a la moral convertirse en El gurú. Un cuento de Cesar S. Sánchez


 

¿ARREPENTIDO DE LO que hice para llegar a ser asquerosamente rico? Ni lo más mínimo. Un hombre de iniciativa como tú debería comprenderlo mejor que nadie. Tenía los contactos. Tenía el dinero para empezar. Tenía la posible clientela: un montón de vagos pasados de coca con cuentas en paraísos fiscales. Tenía el talento, el desparpajo y la falta de escrúpulos. De modo que, ¡joder!, me puse manos a la obra.

Tu idea puede ser genial, sin embargo, una idea no es nada sin publicidad, penetración, propaganda, marketing o cómo te de la gana llamarlo. Esa es la verdadera clave del triunfo de un negocio. Razón social: GRILLETE, AGENCIA DE ESCLAVOS. ¿A que sonaba de puta madre?  Web de presentación: el nombre de la empresa en letras doradas bajo el menú de inicio,  mientras  una jaula, con manos asomando a través de los barrotes, llenaba el resto de la pantalla. ¿Deslumbrante, verdad? Octavillas buzoneadas: se buscan esclavos, total disponibilidad, alta cualificación, nula remuneración, interesados llamar al teléfono al dorso. Book, requisito indispensable para la admisión de candidatos: 50 fotos de todos los tamaños, incluidos desnudos artísticos. Y, sí, bajo el paraguas de la influencia precisa y, dado el carácter voluntario de las solicitudes, un tinglado perfectamente legal.

El éxito fue inmediato. En la primera semana se apuntaron más de cien pringaos. Quince días más tarde, disponía de 500 reses más. Casi un millar, en menos de un mes. Colocarlas resultó igual de sencillo. Como es natural, los clientes potenciales se mostraban reacios al principio, hacían preguntas todo el rato sobre esto y aquello, intentaban retrasar la decisión, pero había que ser ciego para no darse cuenta de que el interés les corroía.

Reconozco que con algunos tuve que esforzarme como un campeón para convencerlos de la seriedad de la propuesta: presentaciones en power point, cenas en restaurantes carísimos, hasta me follé a una condesa octogenaria en una cuadra, rodeado de purasangres babosos, beso negro incluido. Peccata minuta, ya que enseguida  empezaron a lloverme los pedidos. La facilidad de pago, amén de unos precios elevados y, a un tiempo, razonables, ayudaba a eliminar cualquier rastro de duda. Y es que a los ricos se les gana por la cartera.

Las ocupaciones que endilgaban a los elegidos abarcaban lo que se pueda imaginar: trabajos de construcción, cuidado de jardines, entrenamiento personal, interpretación, investigación tecnológica, clases a niños y adultos…  Por supuesto que atendía solicitudes de perfiles orientados al servicio sexual, aunque, pese a la garantía de máxima discreción, con menos frecuencia de lo esperado.

Una vez, el hombre sentado sobre cierto monopolio de telecomunicaciones me confesó que no se fiaba del sexo gratuito, que algunos caprichos prefería pagarlos para asegurarse.

—¿Pero entonces, su mujer? —pregunté acurrucado en un sillón del despacho del pavo, que te juro que debía costar más que todo el mobiliario de mi piso de la Castellana.

El magnate se me quedó mirando como el biólogo a una especie rara de pulga. Jamás olvidaré su respuesta:

—Mi mujer, amigo mío, es el polvo más caro de mi vida.

La cierto fue que en menos de un año el nombre de la agencia se convirtió en la comidilla de las élites. Políticos, escritores, banqueros, empresarios, intelectuales, deportistas, estrellas de cine formaban parte de nuestra cartera y las perspectivas mejoraban día a día. Tanto es así, que los más prestigiosos diarios económicos me ofrecían fortunas por entrevistarme.

Para colmo, los esclavos parecían felices en sus destinos. El servicio posventa incluía visitas periódicas para comprobar el grado de satisfacción del cliente. En esas visitas, me interesaba de paso por el estado de la mercancía. He oído de todo:

—La esclavitud me ha hecho libre —varón, 26 años, doctor en arquitectura y derecho, vendido al propietario de uno de los estudios más famosos de Europa; además de las tareas propias de su formación que incluían el desarrollo de proyectos de jardines subterráneos en jornada nocturna, otras de mantenimiento y limpieza en las 17 casas del comprador.

—No tengo nada que ganar pues no me queda nada que perder —hembra, 32 años, doctora en medicina, adjudicada al dueño de una cadena de supermercados, cuya afición a las amputaciones lúdicas era el secreto mejor guardado de la ciudad.

—La servidumbre me ha dado la plenitud – varón, 19 años, poeta, título de técnico informático, comprado por un diseñador de moda que lo convirtió, entre otras cosas, en su probador oficial de comida; no te puedes hacer una idea de lo bajo que caen los modistos con el fin de limitar la competencia.

Y rollos así que me recordaban a las monsergas zen o las soplapolleces con que uno se tropieza en los libros de autoayuda. No niego que hubiera deserciones, pero en general la aceptación superaba al desánimo, y, contradicciones de la vida, más cuanto peores las condiciones del siervo.

De algún modo, aquella sociedad polarizada estaba pidiendo a gritos una empresa como la mía. ¿Qué mejor manera de sentirse poderoso que ejercer el poder sin cortapisas? ¿Qué mejor manera de explorar los límites de uno mismo que convertirse en lacayo? Yo tuve algo que nadie había tenido hasta entonces: los cojones para iniciarlo.

Lo demás es historia. Pronto aparecieron otras agencias similares y, poco a poco, el negocio de la esclavitud dejó de interesarme.

Luego, me especialicé en safaris. La cosa era bien simple: todoterrenos y rifles de repetición, montas a unos cuantos ricachones, a quienes has sacado una pasta gansa por el privilegio de participar, y los das una vuelta por los barrios marginales de cualquier capital. La voz se corrió como la pólvora, ja, ja. En menos que canta un gallo, tenía una lista enorme de usuarios ansiosos por acribillar a yonquis, indigentes, huérfanos, prostitutas, inmigrantes. Créeme, casi todos repetían. Lo hicimos también en playas nudistas. Los millonarios sienten un morbo especial al disparar a gente desnuda, no me preguntes por qué.

¿Vuelves a la legalidad? Olvídate de esa chorrada. Es un asunto secundario y depende sobre todo de quién te respalde y el tamaño de tu cuenta corriente. Por esa razón, hablo sin tapujos, porque, aunque esto llegara a publicarse, nadie en su sano juicio se atrevería a mover un dedo contra mí.

¿Moral, ética, eh? ¿Qué pensarías si te dijera que uno de los cazadores asiduos era uno de esos obispos que van por los púlpitos ensalzando las virtudes de la caridad con los más desfavorecidos, si supieras que el más despiadado de ellos ocupaba un puesto directivo en Amnistía Internacional? La demanda existía, joder. Me río de los que me calumnian por haber sido el primero en aprovecharse de la coyuntura. Este es un país de envidiosos. Si alcanzas notoriedad, no tardan en lloverte las críticas. Mojigatos, estrechos de miras, infecciones que consumen la sociedad.

Ahora que soy intocable, estoy poniendo en marcha un nuevo proyecto, un proyecto altruista si me lo permites. De momento está en el aire a la espera de la confirmación de mis socios y de ciertos ajustes. Se llamará: Escarmientos Ejemplares o Wikirevancha o Wwwenganza o algo parecido. Barajamos distintas posibilidades.

Cuando al fin arranque, seleccionaremos al azar a uno de los muchos a los que he ofrecido servicios en el pasado, lo secuestraremos, le drogaremos y le haremos fotos con un gran danés, que ya estoy criando y adiestrando en mi casa de campo. No veas lo difícil que resulta programar conductas, pongamos contrarias al instinto, en la mente de un perro. Fotos, claro, con las fotos es más sencillo comprobar su autenticidad.

Pediremos un dineral por no propagarlas. ¿Extorsión? Solo a medias. Considéralo un método para recuperar el dinero invertido en la operación. Pague el sujeto o no, volcaremos el reportaje en Internet. El acceso será gratuito y libre. ¿Te lo imaginas? El señor X, presidente de del banco Y, se divierte con Scooby Doo. De crío, me encantaba ese puto chucho, ¿a ti, no? Trabajaremos para el pueblo. A la gente le chifla ver a los poderosos morder el polvo, degradarse en público. Mi forma de devolver al mundo todo lo que me ha dado. ¿Te interesa participar? Bueno, medítalo. Si te cansas del periodismo y te atreves, ya sabes dónde encontrarme. Y lo mejor, yo sabré dónde encontrarte a ti.~