BEBER POR NO LLORAR | Película, polvo y porro
SE ESTABA HACIENDO de rogar, pero por fin ha llegado el invierno. Ya apetecía. Lo sé, oficialmente estamos en otoño y hasta el veintiuno de diciembre no empieza el invierno, pero nunca me he caracterizado por mi rigor científico. O por mi rigor a secas. Para mí, el invierno comienza oficialmente el día que siento la necesidad de ponerme las zapatillas de casa con calcetines. Me parece un método igual de válido que el de tener que medir la inclinación del eje terrestre sobre su plano orbital. O incluso más. La sabiduría popular, tan cercana y llana, siempre inspira más confianza. Me sucede lo mismo con lo del corte de digestión. Por mucho que diga la ciencia que es un mito, yo seguiré esperando dos horas después de comer para volver a bañarme. Por si acaso.
[pullquote]Para mí, el invierno comienza oficialmente el día que siento la necesidad de ponerme las zapatillas de casa con calcetines[/pullquote]
La llegada del frío trae consigo la realización de ciertos rituales que nunca pueden faltar, como por ejemplo sacar la ropa de invierno. Recuerdo que de pequeño implicaba subir al trastero y rebuscar en cajas en busca de guantes y abrigos olvidados. Era emocionante. Hoy en día la guardo en el mismo armario que la ropa de verano, solo que más al fondo. Lo único que hago es sacudir un poco el jersey de lana la primera vez que me lo voy a poner y listo. Admito que ha perdido glamour el asunto. El otro día, al meter la mano en el bolsillo de la chamarra que acababa de sacudir, me encontré una lista de la compra arrugada del año anterior. Espaguetis, pasta de dientes, tomate, garbanzos, galletas, cerveza, papel higiénico y starlux [caldo de pollo]. Me pareció algo muy razonable y, aprovechando que la tenía en la mano, decidí bajar al supermercado. Las necesidades básicas no cambian tanto de un año a otro.
Encender la calefacción por primera vez es sin duda otro de los eventos estrella. El día que lo hago, me acerco constantemente a los radiadores para comprobar que se están calentando y, cuando noto que empiezan a templarse, sonrío satisfecho. Por alguna extraña razón siempre creo que no funcionará. Este año la novedad ha sido que he tenido que purgar los radiadores. No tenía ni idea de que se podía purgar un radiador. Con la ayuda de un cuchillo he ido abriendo las tuerquecillas para que salga el aire y, al terminar, me he sentido igual de realizado que el padre que le ha construido una cabaña en el árbol a su hijo. Me imagino, claro, porque por ahora no tengo ni hijo ni árbol. De todas formas, mi satisfacción no ha durado mucho. Desde que me las di de manitas del hogar, la caldera ha empezado a gotear y he tenido que poner un tupper debajo que tengo que cambiar cada seis horas. Me pasa por intentar hacer cosas de provecho.
Para mí, lo mejor de la estación invernal no son los regalos, ni las luces de colores, ni los muñecos de nieve. Ni siquiera las películas de Solo en casa. Lo mejor son los planes de quedarte en el sofá con la manta cuando fuera llueve y hace viento y mucho frío. El clásico plan de película y manta, vamos. Sé que suena un poco carca, pero en realidad es un plan que tiene varias variantes y se puede amoldar a todo tipo de gustos. La favorita de un amigo mío era la variante que bautizó como el plan de las tres ‘P’s: película, polvo y porro. En ese orden. Como se puede observar, sustituye la manta por un polvo, y además añade el toque enrollado del porro. Son elementos más difíciles de conseguir, no cabe duda, pero el resultado final bien merece el esfuerzo. Incluso aunque se prescinda de la primera y la última ‘P’.~
Sólo diré que me pasó lo mismo que a ti con la caldera. Después de purgar los radiadores, toca purgar la cartera. Del plan de las 3 “P”s, ya hablaremos en otra ocasión.