BEBER POR NO LLORAR | En defensa del jamón
Al jamón hay que defenderlo de todo y de todos. Esta es la defensa de Jon Igual
ENTRE SEMANA ME gusta tomarme mi café a media mañana acompañado de un bocadillito de jamón. Siempre voy al mismo bar. La camarera, al verme entrar, me pregunta si quiero un café con leche y, antes de que responda que sí, ya lo está preparando. Después me acerca el plato con los bocadillitos de jamón, de los que llevan un pimiento verde, para que coja uno. «Con pimiento, ¿verdad?». Sabe que sí, pero pregunta igualmente. La costumbre. Entonces agarro con una servilleta el que mejor pinta tiene y, mientras degusto el pequeño manjar, me siento en la barra a esperar mi café. Es, sin lugar a dudas, uno de mis momentos favoritos del día. Y es que sencillos instantes como éste hacen del mundo un lugar mucho más agradable de habitar. Sin ellos, estaríamos perdidos. Vacíos.
[pullquote]Pienso ojear el periódico en busca de alguna noticia que desmienta el informe de la OMS. Estoy seguro de que no tardaré en encontrarla.[/pullquote]
Pero el otro día el bocadillito de jamón me supo raro. Con cierto regustillo a plutonio. Lo abrí esperándome encontrar una barra verde fosforita como la de Homer Simpson, pero lo único verde que encontré fue el pimiento. Después de observar atentamente, no me quedó más remedio que admitir que era el bocadillo de siempre. No era su culpa. El que había cambiado era yo, y ya nada sería lo mismo. A cada bocado que le daba no podía dejar de pensar en mi colon. Y un colon nunca es una imagen agradable, aunque sea propio. Mucho menos si te lo imaginas contrayendo cáncer. Luché por sacar esas imágenes de mi mente, pero se empeñaban en volver, como siempre hacen las imágenes desagradables. A esas alturas, no tenía sentido seguir engañándome, la conclusión era clara: la OMS me había jodido el mejor momento del día.
En un principio, su anuncio de que la carne procesada aumenta el riesgo de contraer cáncer de colon no me preocupó. Me imaginé que se refería a las hamburguesas del McDonalds y el Burger King, o a las alitas de pollo de KFC. Lo raro es que hubiesen tardado tanto tiempo en incluirlas en el mismo grupo que el plutonio. Pero el anuncio armó tanto revuelo que cometí el error de leer más atentamente las noticias. Y, al ver que en la lista se incluían específicamente los embutidos, se me cayó el alma a los pies. No sé, podría habérmelo imaginado de un salchichón de los malos, de esos que vienen envasados al vacío y tienen un color rosa brillante un poco sospechoso. O de la mortadela con aceitunas. Pero lo del jamón me hundió. Y es que en mi mente el jamón no es carne procesada. Ni siquiera es carne. Es jamón. A secas. Debería de considerarse una categoría aparte, con su propio recuadro dentro de la pirámide alimenticia.
Que es una desgracia, vamos. De todas formas, procuro ser optimista y mirar al futuro con ilusión. Estoy convencido de que saldremos de ésta. Si en algo es bueno el ser humano, es en mirar hacia otro lado cuando algo no le interesa. Ahí tenemos el caso del alcohol, por ejemplo. Se sabe que su consumo eleva el riesgo de contraer cáncer de estómago, pero eso no parece preocuparnos tanto. Por no hablar de las úlceras, la cirrosis, los comas etílicos, las depresiones y las reuniones de alcohólicos anónimos. Son temas que no gustan. Escucharás mucho más a menudo eso de que tomarse una copita de vino al día es muy saludable, que lo de que puede destrozarte el estómago, el hígado o ambas cosas a la vez. Es comprensible. El alcohol es un engranaje vital de la sociedad. Sin él, a ver cómo haríamos para ligar. Hasta James Bond lo tendría complicado si no pudiese decir eso de «martini con vodka, mezclado no agitado».
Personalmente, voy a seguir muy de cerca cómo evoluciona todo esto. A las mañanas, mientras me bebo mi café con leche y como mi bocadillito de jamón con pimiento verde, pienso ojear el periódico en busca de alguna noticia que desmienta el informe de la OMS. Estoy seguro de que no tardaré en encontrarla.~
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