‘Populistas’ contra ‘neoliberales’
EL DEBATE POLÍTICO en México se ha convertido en un duelo de etiquetas. Desde Los Pinos sale el primer proyectil verbal: “Volvemos al problema del populismo, que ahora está tan de moda en algunos países y desafortunadamente también en la Ciudad de México.” El contraataque surge desde una conferencia de prensa matutina en el Zócalo capitalino: “Los tecnócratas del gobierno federal son más neoliberales que el Banco Mundial.” A falta de ideas y proyectos para enriquecer la discusión, los motes ideológicos se han convertido en el pincel perfecto para pintar al enemigo político. La suma de todos los defectos del contrincante se reduce a un solo adjetivo.
Cuando se abusa en el uso de un concepto el significado de la palabra acaba por perder su sentido. La etiqueta de “populista” se la han colgado al cuello de personajes tan distintos como Adolfo Hitler o Mahatma Gandhi. Movimientos políticos de izquierda y derecha se han ganado este apelativo tan desgastado. Todos los políticos que son tachados de populistas tienen algo en común: las masas de seguidores les demuestran una veneración más cercana al fervor religioso que a la pasión política. El prototipo del populista es un líder carismático con un oído especial que le permite escuchar la voz de las masas. Para el populista la voluntad del pueblo tiene una jerarquía superior al orden que marcan las instituciones.
¿Qué significa ser neoliberal? Los diccionarios no ayudan mucho. Es fácil encontrar una definición de populismo, pero resulta muy complicado encontrar un glosario de ciencia política o economía que explique el concepto de neoliberal. El liberalismo es una antigua corriente de pensamiento que busca defender a los individuos de los poderes del Estado. Según esta filosofía, el derecho de los individuos a la vida, la libertad y la propiedad no puede estar sometido a la voluntad y capricho del poder político. El pensador escocés Adam Smith fue el primero en aplicar el pensamiento liberal a la teoría económica: la prosperidad social no depende de la acción directa del Estado, sino de la libre competencia entre productores y consumidores.
Mientras alguien encuentra una mejor definición en el diccionario es posible explicar al neoliberalismo como un insulto que se utiliza para desacreditar a un rival político. Si se atiende el discurso de la izquierda mexicana, el neoliberalismo es un agravio que evoluciona con el paso del tiempo. Cuando a principios de la década pasada el gobierno mexicano propuso un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, la jerarquía del PRD se manifestó en contra del proyecto por considerarlo neoliberal.
Después de varios años y millones de dólares en exportaciones, los ataques al TLC desaparecieron del discurso del sol azteca. Durante décadas, Cuauhtémoc Cárdenas se opuso rotundamente a la participación de inversión privada en Pemex. De forma súbita, hace unos días, el fundador del PRD modificó su postura para permitir la inversión privada en la producción de hidrocarburos. Las ideas que ayer resultaban concesiones neoliberales al capital extranjero, hoy son propuestas viables.
Los adjetivos sin argumentos cancelan la posibilidad de un debate constructivo. Las pensiones para los adultos mayores son una transferencia de ingreso a uno de los sectores más necesitados de la sociedad. En el corto plazo, la ayuda económica a los ancianos no es una mala idea, pero en dos décadas ¿cómo se financiarán las pensiones de los mexicanos que hoy tienen 50 años?
AMLO asegura que puede generar ahorros presupuestales para garantizar las transferencias a los viejitos del futuro. Los populistas tradicionales nunca prometen recortes al gasto para financiar sus proyectos. Sería un cambio agradable en el tono de la discusión política si el presidente Fox invitara al jefe de Gobierno de la Ciudad de México a presentar su programa detallado de ahorros presupuestales. Sin embargo, los populistas y los neoliberales no intercambian ideas, sólo insultos.
La población mexicana está fracturada por enormes grietas de ingreso y oportunidades. En una democracia con la mitad de los electores bajo la línea de pobreza era cuestión de tiempo que alguien sacara provecho del descontento popular. AMLO ha sabido convertir esas brutales disparidades sociales en un eficaz movimiento político. En sus discursos el neoliberalismo es la causa principal de las tragedias nacionales. La criminalidad y la pobreza tienen un origen común en esa malévola filosofía política que es fácil de mentar, pero complicada de explicar. AMLO desaprovecha la crítica más contundente contra su principal enemigo ideológico. El neoliberalismo prometía que el control de la inflación, las privatizaciones y la apertura comercial detonarían el crecimiento económico y la prosperidad colectiva. México no ha logrado ni lo uno ni lo otro.
El libre mercado no puede funcionar sin protección a la propiedad privada, sin que se respeten los contratos y sin la protección al consumidor de la avidez de los monopolios. En la versión mexicana del “libre mercado”, la propiedad privada está amenazada por criminales comunes y de cuello blanco, los contratos sólo se cumplen a veces y los monopolios exprimen rentas excedentes a 100 millones de consumidores. La definición mexicana del neoliberalismo debe decir: versión chafa, incompleta y contradictoria del liberalismo económico.~
Agradecemos al autor el permiso para reproducir este artículo, publicado en el diario Reforma el Marzo 27, 2005
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