IRREVERENCIAS MARAVILLOSAS: La belleza catastrófica
Irreverencias maravillosas, columna de Lola Ancira.
Las Venus anatómicas (Anatomical Venus) son modelos femeninos de tamaño natural y una belleza clásica, hechos de cera y popularizados entre los siglos XVIII y XIX. Fueron usadas principalmente en museos de anatomía para mostrar e ilustrar al público sobre la fisiología femenina, siendo unos de los pocos lugares que permitían la entrada a las mujeres, pues al hacerse cargo de una familia, debían tener ciertos conocimientos médicos, pero eran admitidas únicamente en horarios específicos y sin compañía de hombres. En los carteles de la época se podían leer frases como «numerosos modelos de especial interés para las damas, que muestran los maravillosos mecanismos del cuerpo humano». Al igual que ahora, estas exposiciones sobre el cuerpo humano eran temporales; la última en la ciudad de México fue Body Worlds Vital, expuesta en UNIVERSUM, con la increíble obra de Gunther von Hagen, el artista y científico alemán que utiliza la plastinación como medio para preservar los diversos cuerpos que usa para sus obras.
Específicamente durante esta época, en Londres la profesión médica era exclusivamente masculina, pues se consideraba una profesión muy poco delicada y existían muchas disputas respecto a que una mujer «respetable» la ejerciera.
Con la creación de estos modelos, el ámbito científico se interesó mucho más en utilizar prototipos de cera que cadáveres reales para aprender anatomía, pues existían diversas ventajas: se conseguían con mayor facilidad, no se descomponían con el paso del tiempo, podían ser usados en las conferencias y también coleccionados (ya dijimos que eran de una belleza única y misteriosa).
Fue hasta finales del siglo XVII que se creó la primera muestra pública permanente de estos modelos de cera en un museo de historia natural, cuyo objetivo era, según el dueño del museo, «volver más felices a los hombres a través del conocimiento». A partir de entonces, se fundaron diferentes talleres de modelado de cera, siendo los de Joseph II (1771) y Clemente Susini (1790) los más famosos, dada la belleza de sus Venus anatómicas (o Venus desmontables), en las que utilizaban como ornamentos cabello real, ojos de vidrio, tiaras de oro y collares de perlas.
Estos modelos de cera actualmente se exhiben en diferentes museos de Europa, recostados sobre grandes cojines de terciopelo, protegidos en féretros de madera de palo de rosa y cristal veneciano. Se exponen atemporales a unos ojos que no comprenden del todo su belleza, pero que tampoco pueden negar su encanto: la naturaleza mostrada con toda su gracia, la fractura del esquema tradicional de belleza, Eros y Tánatos en su máxima representación, piel tersa y pálida, texturas rugosas y viscosas, órganos internos expuestos para un minucioso y deliberado escrutinio que aúnan belleza y horror. Observarlas es conocer al objeto del deseo como un todo y cada uno de sus complementos, saber de qué material repulsivo está dotada la estilizada figura femenina.
Varias décadas después, a finales del siglo XIX, se desvirtuó el propósito de estos modelos, pues algunos fueron exhibidos en diferentes ferias y atracciones como cuerpos «reales» disecados por algún cirujano o como hermosas mujeres que sufrieron trágicos finales y fueron preservadas con alguna novedosa técnica.
Hay un parecido enorme entre los rostros extasiados de estas Venus y la de los santos y figuras representativas del arte religioso de la Nueva España (en los que también se han encontrado partes reales humanas — como piezas dentales —), pues ambos se caracterizan por su imitación realista, la recreación minuciosa de los detalles y el retrato del éxtasis del delirio en sus facciones faciales.
Las Venus anatómicas van más allá de ser un objeto estético digno de ser contemplado, con el único objetivo de ornamentación, a ser un objeto digno de estudio, pues es creado por un acervo de conocimiento e inteligencia reunidos de forma sagaz y creativa que dan muestran de la agudeza y genialidad de sus autores.
La estilización y búsqueda estética perseguida por sus autores convierten a estas Venus en magníficas piezas de arte, mas sus funciones principales también eran prácticas. Pueden considerarse grotescas, pero indudablemente son hermosas y una perfecta representación de la dicotomía vida/muerte. Una de sus singularidades principales es el realismo, pues sus autores buscaban representar e imitar cadáveres que cumplieran una función educativa, conservando sus características femeninas y delicadas. Las Venus anatómicas son mórbidamente encantadoras y muestran la verdadera esencia del ser humano: entrañas y fluidos desagradables, colores y formas que difieren entre sí y todo el espantoso mecanismo que permite la vida, algunas incluso tienen feto integrado. Son representaciones hermosas de cadáveres que demuestran que la muerte no tiene por qué estar en disputa con la belleza. Cada Venus es única y perfecta, dota al arte de vida mediante su individualización y a través de las características especiales y esenciales encontradas en la singularidad de cada una. La perfección en la forma es la característica que las hace únicas y es lo que crea ese vínculo con lo orgánico, con esa existencia expuesta en la que permanecerán estáticas eternamente. Son lúgubres y fascinantes reliquias preservadas para la posteridad.
Recordando a la escuela pitagórica, sus conceptos de arte y estética, en Fedro, uno de los diálogos platónicos, lo bello es unido a lo sentimental, a la retórica del amor. Nos encontramos aquí con el nexo belleza y amor, un amor que no se dirige al ser sino a la esencia de su belleza: de ahí el afán por contemplar la magnificencia en las formas. Las Venus anatómicas cumplen con sus postulados: existe proporción y armonía en sus formas, son representaciones fieles de esquemas simétricos e incluso son el prototipo de belleza de su época. Son espléndidas imitaciones con una utilidad didáctica que no influye necesariamente en su valorización. Es bello lo que es bueno: ante la sociedad, es sumamente difícil reconocer la belleza en algo que va contra lo ético. Esto podría ser la explicación de la belleza inusual de las Venus, pues así su finalidad didáctica no sería rechazada.
De acuerdo a la filosofía cristiana (que remplaza a la filosofía griega durante la edad media), la belleza es captada por el sentido común, por el juicio racional: al preferir un objeto sobre otro se llevan a cabo de valores estéticos que actúan sobre nosotros al momento de hacer una elección, de ahí que en nuestro contexto social estas extravagantes figuras sean aceptadas por el simple hecho de cumplir con cierto canon estético y su fin médico y anatómico ya no sea lo primordial.
Actualmente, la obra más reciente que retoma la ideología de las Venus anatómicas es la seria «Vanitas» (2008) del ilustrador Fernando Vicente, enfocada precisamente a representar a unas hermosas mujeres contemporáneas que simbolizan la vanidad femenina aunado al poder de la representación anatómica de tendones, huesos y fibras, vasos sanguíneos y músculos.
Las Venus anatómicas son obras enigmáticas, científicas, ejemplares, misteriosas y de un encanto tétrico que cautiva y seduce al espectador. La gran duda que queda es cómo sus autores, artífices de lo singular, encontraban y conseguían a las modelos que reproducían, específicamente en qué (o bajo qué) condiciones.
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