Los días porosos (primera entrega)

«Viajamos para comprobar que los países de los mapas existen, para buscar las habitaciones de aquellos que hemos leído, para caminar las calles que aparecen en los documentales.» Una crónica de Jorge Posada.

 

Cuba

1.

VIAJAMOS PARA COMPROBAR que los países de los mapas existen, para buscar las habitaciones de aquellos que hemos leído, para caminar las calles que aparecen en los documentales. En el avión a diez mil pies de altura uno imagina llegar al control aduanal y encontrar un espacio en blanco, vacío, imaginar que el extranjero es una historia de aventuras, una crónica de paisajes y personas afantasmadas. O pensar, como esa niña que vi jugando en un aeropuerto, que las naciones inician cuando cruzas la puerta de bienvenida. Ahora sé que un país comienza antes, en las fotografías y los cuentos, en los rumores y la mitología que contienen su nombre.

2.

Noviembre 2013. En la bandeja de mi correo aparece una invitación a IV Encuentro de Escritores Jóvenes Latinoamericanos en el marco de la Feria Internacional del Libro de la Habana. Reviso el pdf  y la dirección, no puedo creer que sean documentos válidos, durante los siguientes días creo que son una estafa, del tipo usted es nuestro visitante un millón, regístrese y le mandaremos un premio. Respondo que estaría muy feliz de asistir. Tres meses después llega de nuevo la invitación, ahora con un tono apremiante debido a que la fecha de la Feria se acerca. Dos correos más y la situación se aclara: mi contestación había llegado a la bandeja de spam. Los organizadores confirman mi asistencia. Una semana antes del vuelo estoy nervioso pues no he recibido el programa ni los datos de alojamiento. Antes de abordar el avión pienso que pasaré una semana en La Habana sin quehacer.

3.

El policía que está fuera de la casa de cambio me dice que aborde un taxi para llegar a la sede de la Feria. Comienzo a pensar en las precauciones que les dan a los extranjeros al llegar a México: no confíes en los choferes, cuida tu dinero y pertenencias, cautela extrema con los datos que proporcionas. El taxista me da plática. Pronuncio algunas palabras con desconfianza. Estoy nervioso. Miro un estadio de béisbol, carteles de propaganda revolucionaria y la biblioteca José Martí. Luego de 20 minutos me calmo, pienso que la violencia de mi país no puede estar presente en esta isla. Nos detenemos frente a un fuerte con cientos de personas. En la fachada hay fotografías de Virgilio Piñera. Pregunto en los puestos de informes. Llego a una oficina donde saben algo acerca del Encuentro de Escritores Jóvenes. La persona que sale y habla conmigo es Luis. Mi primer socio cubano. Me da la dirección donde me alojaré, K y 17 en el Vedado. Me tranquiliza, «mañana lunes a las 10 a.m. tienes tu primera lectura».

4.

Es domingo 4 p.m. La Habana. Estoy en un cuarto y dejé las maletas listas. Solo queda salir a pasear. Doblo en la 19. A la mitad de la calle veo a un grupo de adolescentes en un patio. Comen pizza y refresco. Entro y pido. En el centro hay un árbol de tamarindo. Nunca había visto hojas con esos colores. El primer objetivo es ir a casa de Lezama Lima. Pero ahí está el malecón y luego La Habana Vieja y las bucanero y los mojitos y los bares y las calles ruidosas y los mulatos y las mulatas y los otros extranjeros y los hombres que me dicen sin dudar «ey mexicano» y el olor y una plaza donde hay palomas a medianoche y la felicidad de saber que el mar está cerca y un callejón donde un tecato comienza a cantar el cielito lindo. La posibilidad de visitar la casa de Lezama se disipa. Decido regresar y comenzar un diario para no olvidar o intentar no olvidar lo que comienza a suceder.

5.

Escribo el diario pero lo pierdo en el aeropuerto de regreso.

6.

Lunes. 7 30 a.m. Salgo de casa. Compro mi primer café. Me sorprendo de que la mujer que lo sirve me diga «mi amor». Voy a leer al malecón. Soy un cliché. A las nueve cuarenta y cinco me presento en la casa-museo  Dulce María Loynaz. Dan las diez treinta y soy el único junto a los dos vigilantes que cada vez me miran con más suspicacia. A las once cinco (nunca me había puesto a inspeccionar el reloj) llega un poeta peruano. Nos saludamos. Más bien nos reconocemos. Los únicos que andan a esas horas por Vedado. Hablamos. Él ya tiene tres días en La Habana. Me brinda algunos consejos: «anda solo, así conocerás más sitios, ve a beber donde puedas pagar en peso cubano». Recordamos a Jerónimo Pimental y su brutal Al norte de los ríos profundos. Charlamos sobre poesía y ciencia ficción. Llegan unos españoles y nos preguntan si estamos ahí por el Encuentro. Estoy tan contento que digo no, que estamos ahí porque esa terraza es muy fresca. Nos dicen que están haciendo entrevistas y que el primero será el peruano. El patio se llena de personas. Hay una mujer que invita  a pasar a un auditorio, es Yanelys Encinosa, la organizadora del Encuentro.  Me presento y ella recita mi itinerario, luego sonríe y también se presenta. Suceden dos mesas de discusión. En el pequeño auditorio hay personas de casi todos los países de Latinoamérica. El peruano regresa,  me indica que los españoles me esperan. Preguntan sobre la herencia del boom y sobre el panorama de la literatura mexicana actual. Mis respuestas son igual de predecibles que sus cuestionamientos. Terminamos. El camarógrafo me asegura: «si lo de la poesía no marcha, por tu voz deberías probar en la radio». Entiendo que es un cumplido pero es el primer y único insulto que recibo en Cuba.

7.

Luego de comer habrá una mesa de narradores del Caribe y dos de poesía. En uno de los extremos del auditorio hay una chica que lleva varios libros, entre ellos uno rojo que tiene el nombre de Julia de Burgos (Mara Pastor me pidió ese ejemplar). Pregunto dónde lo compró: «pues en la feria, ahí hay cientos o miles». En ese momento noté que la pregunta era una intromisión, ahora sé que había algo mágico ahí. La chica es Cindy Jiménez Vera y en nuestro primer diálogo ya estaba metida la casualidad hasta el tuétano. A las seis de la tarde me senté junto a dos puertorriqueños a leer.

La primera fue Mayda Colón. Aquello fue escuchar las dos primeras líneas y saber que ahí el lenguaje vibraba:  «un jovencito pregona que ha matado a su abuelo / porque estaba ya cansado de sus quejas».

El segundo fue Urayoán Noel y al terminar de oírlo sabía que este viaje ya valía la pena.

8.

Una crónica es un listado de nombres de personas y de lugares. Un recordatorio de las sensaciones que nos causaron. Es un intento de recuperar el gozo o el dolor que nos provocaron.

9.

Habrá que decir que la mitología de Cuba en mi familia es pobre. Mi padre es un hombre que descree de lo revolucionario. Para él Fidel es un dictador sin más. Para mi madre es un sitio que se puede confundir con el paraíso. Para mí, era ese ruido de Nogueras y de Reynaldo, era el cuerpo de Pedro Juan y la oportunidad de estar en un lugar sin McDonalds.

10.

Aquí llego a uno de los puntos difíciles de este escrito. Desde la primera vez que leí los Detectives Salvajes me di cuenta que uno de los grandes aciertos del libro era no citar los versos de los infrarrealistas. Tal vez no los cita porque no había nada citable o porque todavía eran jóvenes y no habían alcanzado sus mejores líneas o porque ese libro está situado simultáneamente en México y en el Purgatorio de la comedia de Dante, un lugar donde los personajes no hablan. Pero esto ni es una novela, ni pretende ser una pesquisa de escritores desaparecidos. Así que los versos de Urayoán Noel que me golpearon por lo que dicen y por la manera de presentarlos fueron estos:

                                  los díasssss porosssosss
                los días de paso          de pasos
                                  despacio            de prisa
                                                desaparecen
                        prestados      proscritos
                                         pro-estados
                                                    sin estado
                               desprestigiados
                                    he ahí su saber
                                             su sucederse
                                su susurro
                                         de voz sin legislar
                                                   sin estado             sin territorio
                                   solo el promontorio
                                                     de esta voz

 

11.

Al salir de la lectura, le reclamé a Urayoán haberme dejado leer al último. Después de su performance cualquier intento por sorprender al público es absurdo. Reímos. Lo que más recuerdo de esos instantes es la risa de Mayda, Cindy y Urayoán. Nos dieron bocadillos y ron. Ahí conocí a otra parte de la oleada puertorriqueña y a una argentina muy curiosa, Clara Muschietti. Si se abriera la cámara se vería a un grupo de personas en un patio y en las calles aledañas a otros grupos de personas regresando del trabajo, paseando, fumando, repasando una partida de dominó, rumbo al cine, hablando, templando, pensando en círculos y en lo curioso de aquel número llamado pi.

12.

Esa noche transcurrió en un parque. Nueve adultos con varias botellas de cola y ron jugaron a «Cómo tú la tienes» durante horas. Se habló de la traducción de Urayóan de los cantos de Pablo de Rokha, de las posibilidades de ir a Varadero y de lo inmenso de esa isla cuya maldita circunstancia es estar rodeada por todas por partes por agua.

13.

Si tuviera mi diario podría contar con orden y con mayor precisión. La emoción de esos días y mi pésima memoria hacen estragos. Los detalles, que son esos hilos que hacen que los cuentos sean memorables se me escapan.

14.

Martes. Decido ir buscar la casa de Lezama pero en el malecón encuentro a unos cubanos que hacen yoga y me quedo a platicar con ellos. Las actividades del Encuentro se llevarán en el pabellón Cuba. Más mesas de diálogo. No entiendo bien qué se discute pero estoy atento e intento no distraer mucho a Cindy y a Clara que ese día me dicen que ellas paran en la misma casa, junto a dos puertorriqueños lindos: Xavier Valcarcel y Nicole Delgado. En uno de los recesos Clara me deja leer su libro Karateca donde se encuentra lo siguiente:

No tengo idea de mi coeficiente mental
cuánto es, que número tiene
en qué franja estoy

tengo una enfermedad crónica
me pregunto cuánta gente habrá
en la franja de los enfermos crónicos.

Mi vecina está recién operada de la garganta
tiene un hilito de voz
ella está en esa franja
su hija está en la franja de los niños con problemas de peso
yo estuve en la franja de los niños fóbicos
de las nenas a las que le comieron la lengua los ratones.

En qué franja cabe mi felicidad de hoy
en qué segmento va
no sé nadar
estoy en una franja que no me queda bien
a mí dejame en el agua que no me voy a morir
estoy en esa franja.

Nadie sabe en qué franja horaria está mi hermana
ese continente no está en esta franja
mi hermana está en la franja de las mujeres altas
yo estoy en la franja de las bajas
y la miro como cuando era chica
hay una franja que nos unirá siempre
la franja de los hijos de Mónica y de Ulises.

Se bifurcan las franjas de la identidad
tanto
que dan ganas de correr
hacia la preexistencia.

Mientras leo aparecen ideas nítidas, juguetonas, tristes. En unas cuantas líneas Clara es capaz de transmitir y desenfocar nuestras certidumbres. Le regresé el libro y a la hora de la comida fuimos a uno de los grandes hoteles cubanos para comprar una hora de internet. Al regresar Cindy me preguntó si conocía a Frank Báez. Ese fue uno de nuestros temas favoritos a partir de ese momento. La imagen de Frank desde República Dominicana escribiendo postales del final de la juventud latinoamericana. La imagen de Frank haciendo una obra que obligará a cada uno de los poetas que usan el castellano a forzar sus músculos y sus huesos a dibujar cada una de las sílabas de sus versos.~