Fuego electrónico: las palabras son una maravillosa interfaz
“¿Has oído hablar de Pac Man? Piénsalo. Es como si Kafka hubiese escrito una historia de Lovecraft.”
—Zach Weiner, Saturday Morning Breakfast Cereal
“¿Has oído hablar de Pac Man? Piénsalo. Es como si Kafka hubiese escrito una historia de Lovecraft.”
—Zach Weiner, Saturday Morning Breakfast Cereal
«Hay sentidos en que el libro no sirve para nada –nada exquisito o enriquecedor– y en esa medida, conviene admitir que resulta de gran utilidad en una casa. Su modo de ocupar el espacio representa su mayor valor añadido. La humanidad resiste mal los huecos. Una estantería vacía sólo es menos triste que el agujero que ha dejado un cuadro o un plato al descolgarse.»
In a closed society where everybody’s guilty, the only crime is getting caught.
In a world of thieves, the only final sin is stupidity.
—Hunter Stockton Thompson, 1972.
«La cuestión es simple, me gusta leer todo el tiempo, lo más que puedo. El problema es que trabajo (si acaso decir que en el mundo de hoy tener trabajo es un problema) o, mejor dicho, el problema es que trabajo entre ocho y doce horas diarias, en horario corrido, a partir de las nueve de la mañana, sentado frente a la pantalla de una computadora, lo que reduce considerablemente mis horas libres para leer». El autor nos cuenta como logra satisfacer sus necesidades de lectura.
«Pon tu corazón en los textos»
Grabado hallado en una tumba egipcia
El autor nos cuenta que fue lo que pasó en el caso Alatriste, a raíz del prestigioso premio literario que recibió, y las consecuencias de una práctica poco o nada de literaria de copiar párrafos enteros sin citar a los autores.
Partamos de una suposición con cara de obviedad: toda experiencia es incomunicable en su totalidad. Si todo es incomunicable, lo que hacemos al relatar nuestras experiencias a otra persona, incluso a nosotros mismos, no es sino entregar migajas de realidad. Habrá quien diga que esto es falso, que la realidad comunicable no son migajas, sino una buena parte del pastel; habrá quien apele a lo que se conoce como intersubjetividad, a grandes rasgos los acuerdos que permiten la comunicación y el sentido común, para decir que la realidad comunicable no son migajas, sino todo el pastel porque, en resumidas cuentas, es lo que hay y no se puede aspirar a más.
Sin embargo, haciendo tabula rasa de los desacuerdos anteriores, o a partir de ellos, pensemos que hay lenguajes más adecuados para relatar ciertas experiencias. Las experiencias límite. ¿Qué es una experiencia límite? Aquella, supongo, que rebasa las posibilidades de un sentido y se genera en todos, o en la conciencia; aquella que es más compleja que, por ejemplo, comer una manzana, aún cuando en este acto primitivo, primordial, pueda estar el germen de una complejidad infinita.
La muerte es, otra obviedad, el último límite de las experiencias, el incomunicable por excelencia. No es casual que la muerte sea el comparativo mayor. La muerte y su inefabilidad son dos límites en polos distintos, el fin del sujeto que experimenta y el fin del discurso que sostiene al sujeto. No es casual que el orgasmo sea la muerte diminuta, de la que se vuelve, quizá renacido. No es casual que la escatología sea el campo semántico en el que se encuentran algunos de los nombres populares de las drogas: dama blanca, jinete del Apocalipsis, caspa del diablo. El éxtasis de la droga puede ser, se sabe, un hermano de la pequeña muerte; el éxtasis infinito es, se sabe, una variación desagradable y tosca de la muerte.
El siglo XX fue, entre otras cosas, un siglo que tendió a los límites de lo conocido, muchas veces los borró y definió nuevos, otras veces comprobó que hay, todavía, espacio para lo ilimitado y lo efímero. El siglo XX transformó las utopías en distopías mediante la ruptura de los límites; paradójicamente, fue el arte nacido a la sombra de las distopías el que supo conjugar los límites de lo comunicable; de Ósip Maldenstam a Paul Celan, de Samuel Beckett a Joseph Brodsky.
El siglo XX fue, también, el siglo en el que se codificó la identidad adolescente. La subcultura juvenil, uno de los grandes códigos culturales globales, es heredera de los bohemios del fin de siécle, de los artistas marginados de las grandes urbes, heredera también de la música rock y de la industria musical; los adolescentes han sido quienes más rápido se han adaptado a los estratos del capitalismo pero también quienes han crecido al amparo de la burocratización de los afectos.
Sin embargo, cediendo al lugar común que le dio origen, hemos de aceptar que su iconoclasia original fue fermento de muchas de las revoluciones estéticas y políticas del siglo XX. El adolescente como actor político revolucionario es un mito que ha calado hondo en las historia de las ideas; a la sombra de este mito ha crecido un hongo (entiéndase que digo hongo sin peyorar al respecto) que supone que sólo en los códigos de la adolescencia es posible escenificar los límites de lo cognoscible: el amor sexual es mejor en los veinte; la experiencia narcótica o alucinógena es perfecta antes de los treinta; el rock, resumen velocísimo de lo anterior, es morir a los 27.
¿Es legítimo juzgar la obra de un poeta desde su biografía? Los más puristas de la ciencia literaria dirían que no, que eso es empobrecer los poemas, anclarlos a un momento histórico que pronto será superado, dirán que es un facilismo de la crítica confundir vida y obra. En general estoy de acuerdo con estas afirmaciones, pero hace falta encontrarse con un poeta que ardió en vida y obra para confirmar que todo dogma tiende a laberinto.
Eros Alesi nació en 1951 y murió en 1971. No murió de muerte natural, como se le llama eufemísticamente a morir sin historia, sino aferrado al delgado hilo de la droga dura. Murió Eros Alesi de sobredosis de morfina a los veinte años. Sus poemas se publicaron dos años después de su muerte, marcados todos por el aura de un maldito que no acabó de nacer. Su poesía fue su bolsa marsupial, incubadora del nonato esteta que legó apenas un puñado de poemas duros y ardorosos como un pinchazo en el antebrazo. Eros Alesi es un poeta oculto que ha pasado de mano en mano desde que fue publicado en 1973; en México nació a mediados de los noventa de mano de las traducciones de Guillermo Fernández. Desde entonces no ha dejado de andar entre “las pasturas celestes, en las pasturas terrestres, en las pasturas marinas”.
Nadie dudaría en calificar la poesía de Alesi como conmovedora en su sentido prístino, que mueve el espíritu. Pero pensar que es una poesía del relato expriencial sería disminuirla en su potencia retórica. Alesi no pretende comunicar hechos sino símbolos y percepciones, sabe que su escritura es una mediación entre el mundo y el lenguaje. Se podría decir que sus poemas exploran el sustrato lingüístico de la experiencia límite, la cacofonía es la columna sonora de la isotopía, a su vez correlato semántico de lo inefable. “Cara, dolce, buona…”, también conocido como “Mamá Morfina” es su poema más recordado, quizá el mejor, quizá el que se ajusta más al mito del escritor malogrado, una evocación (en el sentido sagrado del término) de la morfina encarnada en el cuerpo del adicto:
Querida, dulce, buena, humana, social mamá morfina. Que tú, solamente tú, dulcísima mamá morfina, me has querido bien, como yo quería. Me has amado totalmente. Yo soy el fruto de tu sangre. Que sólo tú has logrado que me sienta seguro. Que tú has logrado darme el cuantitativo de felicidad indispensable para sobrevivir. que me has dado una casa, un hotel, un puente, un tren, un portón, y los he aceptado; que me has dado todo el universo amigo. Que me has dado un rol social, que pide y da. Que a mis 15 años acepté vivir como ser humano, “hombre”, sólo porque estabas tú, que te ofreciste a crearme por segunda vez. Que me enseñaste a dar los primeros pasos. Que aprendí a decir las primeras palabras. Que sentí los primeros sufrimientos de la vida. […]
La constante sonora del poema es el fonema oclusivo. No se repite un sonido sino una interrupción, como la sensación de una goma que va deteniendo el paso de la morfina hacia la sangre. La percepción después de la morfina es la interrupción externa de los sentidos pero la eclosión interna de ellos. La morfina es el calor de la casa que afuera toma las formas del exilio; la morfina es la única intersubjetividad posible para el desahuciado, sus ideas y su lenguaje. A semejanza de “No sé qué que quedan balbuciendo” de san Juan de la Cruz, los fonemas son el acceso a la supresión de los sentidos, la representación del vacío en los límites de una lengua adormecida.
Quizá “Mamá Morfina” sea la última posibilidad de la mística corporal en una sociedad inmaterial. El capital es un flujo, el valor simbólico es un flujo, “todo lo sólido se desvanece en el aire” excepto el cuerpo del adicto que, tremendo, es carne arrojada al ardor de la experiencia límite.
La poesía de Eros Alesi es un primer paso en el quiebre de las representaciones, su escritura es autobiográfica y autofictiva, Alesi se crea de las palabras y en ellas vuelve. Alesi duda de lo social pero no del lenguaje que lo constituye. No hay en su poesía un asomo de duda metalingüística; el poeta entrega un relato sin fisuras en el nivel diegético de la experiencia. Parece que su consigna, si la hubiera, es dudar del mundo no de la carne macilenta, dudar del hombre no de su palabra. El vínculo entre el sujeto y la droga es todavía un acontecimiento sagrado. Alesi es la actualización del sacerdote antiguo, chivo expiatorio de la modernidad que se quema para limpiar a las palabras. Al final, la poesía de Alesi es un último lance del lenguaje por comunicar lo incomunicable, sus poemas son fragmentos de experiencias y sujetos quebrados.
Lo queda no es la muerte sino el amor al fuego. Nos ofrece cambiar un límite por otro. Alesi es un umbral, una bocanada exhausta y moribunda.
¿Esto de escribir novelas en un blog o cuentos de 140 caracteres es literatura de verdad? ¿Es válido citar como fuente o (peor) hallar inspiración en las redes sociales? ¿Qué van a hacer ahora las editoriales si los escritores están encargándose de buena parte de la creación, tallereo y difusión de su obra a través del indómito territorio de la triple-doble-u? ¿Qué vamos a hacer ahora que la literatura está rebelándose contra la frontera del papel? ¿Escribir en digital es de pseudo escritores? Godzilla y el insomnio. Reflexiones de Ruy Feben
Recuerdo perfectamente el día en que mi profesor de Teoría de la Literatura nos preguntó quién decidía lo que era o no era literario. Inocentemente pensaba que esa decisión venía intrínseca al libro, es decir, algo había en los libros que los erigía literatura sin que nadie tuviese que interceder por ellos. El debate estuvo servido y todos nos sentimos debidamente defraudados al imaginar a un grupo de viejos sabios señalando con sus dedos huesudos lo que debía salvarse para las estanterías y lo que debía quemarse como en aquella famosa hoguera de la caballería.
EN LA LITERATURA clásica española llama la atención la facilidad con la que algunos infames personajes de ficción han pasado al subconsciente colectivo como sujetos dignos de admiración y se han convertido en seres paradigmáticos, cuando sus autores pretendían justamente lo contrario: satirizar determinadas costumbres y corruptelas sociales de la época. Es el caso del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y el del burlador de Sevilla don Juan Tenorio.
Calicles: Está muy bien ser delgado en la medida en que se está creciendo y no es por tanto una vergüenza mostrarse escueto de carnes mientras se es joven; pero, si cuando uno es ya hombre de edad sigue siendo delgado, el hecho resulta ridículo, Sócrates, y yo experimento la misma impresión ante los que no han engordado que ante los que pronuncian mal o juguetean. Viendo a un joven delgado me complazco, me parece adecuado y considero que este hombre es un ser libre. Pero, en cambio, cuando veo a un hombre de edad que no ha ganado peso y sigue empeñado en mantenerse esbelto, creo, oh Sócrates, que este hombre debe ser azotado.
Platón, Gorgias
Un libro es una cosa entre las cosas, un volumenperdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica.
—Jorge Luis Borges, Biblioteca personal
El crecimiento de los beneficios derivados de la propiedad intelectual constituye uno de las principales componentes de la reorganización del capitalismo mundial de los últimos veinte años. Ya a principios de los años noventa la propiedad intelectual constituía el 30% de las exportaciones de Estados Unidos.