Debo ser pseudolectora

Recuerdo perfectamente el día en que mi profesor de Teoría de la Literatura nos preguntó quién decidía lo que era o no era literario. Inocentemente pensaba que esa decisión venía intrínseca al libro, es decir, algo había en los libros que los erigía literatura sin que nadie tuviese que interceder por ellos. El debate estuvo servido y todos nos sentimos debidamente defraudados al imaginar a un grupo de viejos sabios señalando con sus dedos huesudos lo que debía salvarse para las estanterías y lo que debía quemarse como en aquella famosa hoguera de la caballería.

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