vozed 59, agosto-septiembre 2016

Ay, surrealismo

CAÍA UN SOL aplastante sobre Plaza del Sol, en Madrid, pero aún así unas 3,000 personas se juntaron en esa explanada de asfalto, sin una sola sombra, árbol o banco, para cazar Pokémons. Se citaron a las 19:00 horas, cuando hace un calor de 40 grados, y como si nada pasara se pusieron a buscar bichos. Yo iba con una botella de cerveza que acababa de comprar a un chino, que pensaba que alguno ahí bebería. Nadie salvo yo, que no había quedado para cazar ni entrenar nada.

Lo que sorprende, más allá de locura por el juego, son las repercusiones en la vida real. Hay quién viaja largas distancias para hallar a los bichos, quién ya fue atropellado, quién escaló un edificio o quienes sufrieron los insultos de un vecino para que salieran de su césped. Y la gente sigue, y sigue, y sigue. Surrealista.

¿Cuántas cosas no son así en la vida? Es surrealista, pero… existen, y existirán porque alguien es feliz. El surrealismo inicialmente esperaba provocar «cambios profundos en nuestras artes y costumbres a través de la alegría universal». Así, esta alegría lleva a alguien a ignorar la realidad para alcanzar al siguiente monstruito de la lista de Pokemons; a otro le lleva a dedicarse a nadar durante 4 años, sin faltan un solo días entrenar; los hay quienes no paran hasta hacerse ricos; o hasta haber conseguido cualquier cosa que se propusieron, aún y fuera de cualquier lógica de lo normal. Como yo, que aún no me he bajado la aplicación de Pokemons, pero que estoy pensando muy seriamente en crear una, que solo sea para mí, que me lleve a conseguir las cervezas más baratas de toda la ciudad. Eso me obsesiona. Y es que el surrealismo es  «automatismo psíquico puro», es decir, aquello más profundo de nuestra mente por lo cual nos movemos. «Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.» ¿O (aunque esto no sea tan raro) no es completamente surrealista lo que una madre puede hacer por su hijo?: Dictado de pensamiento sin razón alguna.

Pero son felices.

Todos. Las madres obsesivas,  Michael Phelps que lo único que hizo durante cuatros años fue nadar y nadar, los buscadores de Pokemons, y yo, cuando encuentro la cerveza que estoy buscando. Sí, los comportamientos fuera de lo normal, los surrealistas, los dictados del pensamiento sin razón, son la felicidad. Otra cosa es que puede afectar a terceros. Hay muchos de esos dictados que joden un poco, como la obsesión de los gobernantes de cualquier país por el poder y la corrupción… La de Putín por el control, la de los norteamericanos por hacer «otra vez grande a América», la de los mexicanos por  los altaneros y corruptos, la de los españoles por la paella,… Y la mía por la cerveza (a alguien joderá, supongo).

Llevo media hora viendo a los players/cazadores/entrenadores y ya no aguanto más. El chino de las cervezas no está. Miro la botella vacía que ya está caliente en mi mano y me dice empática:

—¿Por qué no vas por otra, y sales de aquí?

—Iré— le contesto mientras sigo pensando en la alegría y el automatismo psíquico puro.

Sin duda lo fuera de lo normal, lo raro (imposible no pensar en límites y outsiders) es más difícil de mantener. Los espejos nos encargan de recordárnoslo, o necesitamos alcohol para desinhibirnos; a propósito de algunos cuentos de esta edición. También podemos recurrir a un libro, o a una aplicación. Pero nada de esto importa, ni las formas en las que accedemos al «automatismo psíquico puro» ni si es moralmente bueno o malo.  No importa, mientras podamos decir «ay, surrealismo», sabremos que alguien está siendo feliz.~

Humberto Bedolla (editor),

Desde una calle de asfalto, con una botella en la mano, buscando un bar.
Madrid, julio de 2016.