NAGARA: Belleza iv

Cuarta y última entrega de Belleza y algunas variaciones sobre un tema de Fairchild, por Jorge Posada

Variaciones sobre un tema de fairchild
iv.

la bolsa de carne

huesos más grandes que mis piernas

el cabello grueso de las reses

me obligan a salir de la carnicería

sus gritos se oyen a cinco cuadras

llevo en el pantalón un trozo de bistec

sangre en la tela que no desaparecerá

los ojos enormes de las vacas

su saliva en la hierba

en sus tres estómagos

tengo casi quince años

firmo las tarjetas de navidad como

jaynne

anne

phillips

las envío a los albergues infantiles

junto a las muñecas de segunda mano que robo

tienen alguna quemadura

o les faltan los pies

me acuesto con hombres cada vez mayores

cincuentones que usan calzones amarillos

antes de mamárselas juego con los pelos blancos de su pubis

saben a jabón a orina rancia

miro los lunares de sus muslos

manchas de viejo

ahora en el patio hay dos morros

juegan a los penales

cuando patean los músculos de las pantorrillas se les marcan

llevan el short del uniforme

cuando corren bailan los testículos

al anotar festejan como las estrellas de la tv

se desbocan se insultan

cuando me descubren intentan golpear más fuerte

se arrodillan cuando fallan

a uno de mis amantes le gusta escuchar videos deportivos

mientras lo monto

benjamín galindo pasa la media cancha

un pase de cuarenta metros

zague controla con el pecho

dispara

luis roberto alves zague aparece

la voz del narrador como si estuviera llena de larvas

con la pierna izquierda cruza al arquero

el comentarista busca una palabra

la belleza

pero no se atreve a decirla

detrás del arco hay vallas de tecate banamex lucky strike

¿esas imágenes son la belleza?

¿o se encuentra en otro lugar?

peligro

batistuta

un tiro muy potente que vence a campos

hubo una duda defensiva entre ramón ramírez y ramírez perales

porque ramírez perales pensó que ramírez cortaría el ataque

o la tragedia búlgara

viene el primero con alberto garcía aspe

toma poca distancia

la voló

los fotógrafos sobre el rostro hilos de saliva amarga

marcelino bernal se persigna y la entrega a borislav mikhailov

nombres que podrían ser de dictadores

de los científicos responsables de las pruebas nucleares

en las islas del pacífico

chupo una piedrita lisa

acaricio mis codos que son más pequeños que los dientes

de las vacas

hago el ruido de las avispas

pienso en hacérmela

bocabajo

los mosaicos fríos

aguanto la respiración

me vuelvo ciega

cuando termino el cuarto crece

un hombre nos persigue

a mi hermana y a mí

estábamos en la zotehuela

ella se quita la ropa

la cuelga en los clavos

se pone botas de lluvia negras enormes

no puede caminar

se ríe y se ríe

sus cabellera china se mueve

aventamos martillos

agujeros en los muros

toma un frasco de sal

come a puños y se ahoga

quizá la belleza sea eso

la boca de mi hermana llena

de sal su saliva espesa

sus pelos duros como las reses

 

Belleza, por Fairchild
iv.

Ahí están, como siempre los voy a recordar,
estos hombres que alguna vez fueron fullbacks, guardias o tackles,
agachados los dos, en posición de tres puntos, el puño contra el suelo,
hambrientos de la gloria de la secundaria y del orgullo de sus padres, ávidos
por galopar terriblemente contra el cuerpo del otro, cada uno en su cuerpo,
observando la desnudez de un cuerpo como el suyo,
hombres que cada otoño habían seguido al padre por los campos
de Kansas, llenos de faisanes, y que cuando eran chicos
habían bajado del tractor, después de haber logrado hacer
su primer surco recto, limpiando con la lengua la tierra de los labios,
la mano de sus padres apoyada en sus hombros suavemente,
hombres que en las cocinas calientes en invierno por el horno encendido
de sus casas bautistas vieron luego de un baño el cuerpo de sus padres
que los hizo sentir disminuidos, que ese mismo invierno
sintieron en el patio de la escuela por primera vez la extraña intimidad
del puño en el mentón de otro chico más grande, pero de todos modos
lo siguieron golpeando ferozmente, y se fueron, sintiendo por primera vez
la fuerza, la abundancia, de sus propios cuerpos. E imagino a los hombres,
esa tarde, después del día más extraño de sus vidas,
tras irse del taller sin pronunciar palabra,
y recorrer el largo camino de regreso solos en sus camionetas,
los veo en sus casitas blancas de madera, donde termina el pueblo,
perdidos en el largo silencio de la tarde,
finalmente encarando a su mujer, tocando sin hablarle
sus cabellos, que ella aprendió que debe llevar sueltos
a esta hora de la noche, sacándole el camisoncito blanco,
mientras ella a su vez le saca la camisa de trabajo,
empapada de grasa y de sudor por la labor del día,
hasta que están desnudos el uno frente al otro, y empiezan a tocarse
los cuerpos en una coreografía lenta de gestos familiares,
ella le toca el pecho, la mano de él roza los pechos de ella,
pero él no dice la palabra “bello” porque no puede ni podría nunca,
y ella no la dice para no avergonzarlo, como avergonzaría a todos
los hombres que conoce, aunque es precisamente la palabra en que pienso
acá parado frente al David de Donatello, con mi esposa tocándome la manga,
¿En qué pensás?, y yo pienso en la carta que hace ya varios años
me mandó mi papá, en la que me contaba cómo había muerto Bobby Sudduth,
por un único tiro de una escopeta de calibre doce
que tenía agarrada contra el pecho, supongo que su muerte
habrá sido la muerte del corazón, algo de una belleza
terrible, como alguien dijo de la muerte de Hart Crane,
aunque darle ese uso a la palabra me parece perverso, y yo en ese momento
me quedé anonadado, pensando en todo el daño que los hombres
se infligen en sus propios cuerpos, ¿En qué pensás?, me vuelve a preguntar,
y yo empiezo a contarle de una extraña tarde en Kansas,
algo sobre lo que no le había hablado nunca,
y así llegamos junto a una ventana donde la luz cambiante
esparce como un lustre sobre el marco, y mirando por ella
vemos que la ciudad brilla como kilómetros de trigo sin cortar,
hasta los edificios más lejanos se encienden a su turno,
lo mismo la gran cúpula, igual que el techo de metal del taller
se prendió fuego, tarde, un día de otoño, yo le cuento, no sabés qué belleza.~