NAGARA: Belleza ii
Segunda entrega de Belleza y algunas variaciones sobre un tema de Fairchild, por Jorge Posada
Variaciones sobre un tema de fairchild
ii.
el olor de la ropa
sin orear
madre llama a un técnico en lavadoras
el hombre baja el motor
una medusa en medio de la zotehuela
en su barba hay saliva
¿a qué olerá? ¿cuál será su sabor?
la medusa se desangra
un charco de aceite
padre trae periódico
él que durante años no cambió un foco
entreabre la boca
en sus dientes hay saliva
la imagino mezclada con azúcar
intentando sanar a la medusa que invade el departamento
el hombre pregunta si puede fumar
(paraísos marlboro / paraísos quimioterapia
la publicidad contra el tabaco
mi bisabuela de 98
una cajetilla cada 24 hrs
cero cáncer en el enjambre
de su garganta)
el aceite en el piso llega a la cocina
el hombre coloca a la medusa en su sitio
el problema es el centrifugado
la lavadora comienza a bailar a 60 km/hr
hermana asoma la cabeza y se asusta
un caballo gordo y desquiciado
destruye los muros de la zotehuela
(un caballo del tamaño de la galaxia
107 de la masa solar con una velocidad de 22 km/s)
en la radio hablan del libro de los muertos
de un pastel de azafrán
mientras el hombre toca los pulmones de la medusa
pregunta porqué nadie ha escrito el libro de los vivos
hermana responde que eso es el directorio telefónico
y salta como si estuviera sobre un caballo de feria
(el camarada de la compañía telefónica de la urss
que corrigió las erratas del directorio
de chernóbil recordaba el nombre
de al menos 5000 personas que fueron desplazadas
la madrugada del accidente nuclear)
padre que nunca leyó a brautigan dice
que los muertos descansen eternamente
esperando nuestra llegada
(recuerdo una película donde alguien
entra a una tina llena de medusas
para suicidarse)
(recuerdo a mi hermana preguntando si en chernóbil
seguiría cayendo nieve sobre los autos
sobre los cines sobre los animales que nadie rescató)
en el estacionamiento suena una alarma
el vecino del 201
desde hace tres semanas cambia un neumático
padre pasa un trapo seco en el piso
los restos de aceite son larvas negras
futuras medusas
el hombre enciende la lavadora
el olor a ropa
sucia
huevos pudriéndose
en la boca
entre los dientes
y la saliva
en la radio cortan la transmisión
un comunicado oficial
hablan de tijuana de lomas taurina
el futuro presidente
recibió un balazo en la cabeza
no logró llegar al hospital
padre ordena que encendamos el televisor
el futuro presidente
camina rodeado de su escolta
y yo grité
ay la culebra
el futuro presidente entre cientos de personas
y algunos militares vestidos de civil
la gente salió huyendo
toditos asustados comenzaron a gritar
huye josé
huye josé
el hombre arregla la lavadora
antes de irse asegura
“la verdad así de cerquita
hasta yo hubiera matado a ese cabrón”
Belleza, por Fairchild
ii.
Finales de noviembre, las sombras se acumulan en el ala norte
del taller, y yo miro a Bobby Sudduth trabajar en la Hobbs en unas piezas.
Vuelve a fallar un corte, puta madre, qué máquina del orto,
y empieza una vez más, con torpeza, despacio, a una o dos juntas
de hacerse despedir, igual a él todo le chupa un huevo.
Vuelve a poner la pieza, mientras le brillan las muñecas blancas
a la luz de las lámparas, que dejan ver unos tatuajes toscos y despintados,
recuerdos ambos de una noche en Tijuana, y prosigue el relato
de su autobiografía sexual, Chabón, yo me cogí a mi hermana,
y, posta, que no estuvo nada mal. Después, en Filipinas, me agarré gonorrea;
para mí, un hombre que no tuvo nunca ninguna enfermedad
venérea, no es un hombre. Yo me alejo, consciente
de que acabo de oír la frase más idiota pronunciada jamás
por animal u hombre. Alrededor de mí, el aire vibra
con un zumbido bajo, metálico y sombrío, y en el momento en que alguien
abre la enorme puerta del taller, la luz se cuela igual que se derrama
la leche de un tazón. Entra una ráfaga estridente y plomiza,
como arremolinada, y ese viento caliente me embolsa el mameluco,
y en el patio, el escape del camión malacate petardea, y se niega a arrancar.
Se va tiñendo el cielo de amarillo y chillan los gorriones en las vigas.
En Dallas, esa tarde, asesinan a Kennedy.
Dos semanas más tarde, sentados sobre mesas giratorias
y sobre bloques móviles cuyos rulemanes cubren el piso del taller
como huevos gigantes, cerramos la canasta del almuerzo,
después nos recostamos a fumar, y miramos el humo y las motas de polvo
subir y dispersarse hacia la luz. Todos nosotros vimos la noticia en la tele
y las fotos de Life, en nuestros cuartos como cuevas,
la luz de la pantalla proyectando asesinatos, multitudes, sobre nuestras caras,
algunos lo soñaron con la tele prendida, zumbando y parpadeando,
vieron el brazo de ella sobre el cuerpo espigado, a los hombres de negro
que se apiñaron a su alrededor, como polillas, y la caravana,
esa larga serpiente, detenerse. Luego escuchamos al presentador,
y despertamos en la oscuridad, sin poderlo creer. Ahora hablamos de eso,
con los ojos clavados en el techo de chapa, que parece una enorme pantalla,
qué país más extraño, puta madre, mientras que Bobby Sudduth hace un bollo
con su bolsa de Fritos y le apunta al reloj de fichar, y dice, La verdad,
Oswald, que de tan lejos, fue una belleza el tiro.~
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