Una lata de conservas
«Este economista, entonces, más que hacer modelos (mundos en miniatura), inventará mundos (modelos a gran escala).» Un texto de Mael Aglaia
«El universo requiere la eternidad. Los teólogos no ignoran que si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, ésta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz. Por eso afirman que la conservación de este mundo es una perpetua creación y que los verbos conservar y crear, tan enemistados aquí, son sinónimos en el Cielo.»
—Jorge Luis Borges, Historia de la eternidad (1936)
SUPONGAMOS A UN economista con ínfulas de escritor. ¿Cómo escribiría? ¿Cuáles serían sus formas? Desentrañar el misterio de la creatividad de un escritor es posible, acaso, si partimos casi de cero; si hacemos uno de alguien con maneras (de ser y hacer) ajenas al mundo literario. Se ha de crear sin dejar de ser: se conservará lo que ya es.
Este economista, entonces, más que hacer modelos (mundos en miniatura), inventará mundos (modelos a gran escala). Buscará ya no el debió ser de algo sino el debió de ser de algo: las probabilidades se multiplicarán. Intentará pues explicar la realidad a través de ficciones, y no con partes de la realidad en sí. Más que la Verdad por las verdades, aquella lo será por las mentiras. En su papel de economista se verterá la escritura.
Con este su nuevo oficio se asirá de su única formación académica (¿y profesional?); procurará, esperemos, que el bagaje de teorías, modelos, supuestos, etcétera, no se convierta en fardo que asfixie, aplaste o cercene letras. Cada texto, por ejemplo, podrá ser un modelo en el que convivan variables que guarden entre ellas alguna relación (o correlación, dirá), y cuyo entramado sea lo suficientemente claro como para contar alguna historia.
Sus historias, lo dicho, procurarán imitar ya no solo en funcionamiento, sino incluso en personajes a los escenarios. El reto ya no será demostrar: bastará con mostrar (en la mejor medida posible, claro está) algún hecho de este… o cualquier otro mundo.
Para la redacción se servirá —cual economista investigador— de fuentes y herramientas externas, es decir, lecturas y consultas bibliográficas (incluidos diccionarios), sin llegar a un burdo copiado y pegado de textos, estructuras o frases hechas, aunque las coincidencias estarán siempre a la orden del día. Una vez con las maneras y utensilios pondrá manos a la obra.
Tendrá una sola restricción para la tarea en sí: que las variables tengan sentido dentro del marco. Como con un modelo —realidad reducida— que a no todos importa y no todos entienden, el contenido del texto apuntará a una lectura y no precisamente a un lector; se despreocupará de la realidad y se ocupará de aquella que pueda crear; ahí, a diferencia de la economía, cuya exposición —como ciencia que es— siempre la procura sin artificios, en los textos literarios echará mano de tantos.
Vendrá entonces lo más entretenido: quitar y poner palabras y frases, en particular, el cómo acotar el funcionamiento de cada una de las partes. Esto le será un asunto de dos dividendos: i) definir el texto (su forma) y ii) convertir en palabras la historia (el fondo). El común divisor será el tiempo y esfuerzo, donde siempre ello representará la mayor proporción (en aras de, según este economista-escritor, una literatura libre de andamiajes y elementos superfluos). Especial énfasis recibirá el acotar por sobre el quitar y poner porque esto será, en su opinión, la escritura: definir a base de un mucho hacer y rehacer. Modelar creando: crear modelando. Una lata.~
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