La cartografía del otro: arte y multiculturalismo
He vuelto del trabajo hace unos veinte minutos. Antes de subir a casa he ido a por coca-cola a la tienda de Hamid. Cuando Hamid cierre la tienda a las diez irá a la Asociación musulmana de Mile End, a un par de manzanas. Al salir de la tienda me crucé con dos rubias nórdicas, o eso supuse, que tal vez volvían de la universidad. Por la otra acera, delante de la iglesia anglicana, caminaba un mileurista encorbatado y cansado tal vez después de una larga jornada en alguna oficina de la city. Al girar, en la esquina con Hamlets Way, una pandilla de chicos negros jugaba a amagar golpes de boxeo. Si nos ajustamos al sentido descriptivo del multiculturalismo, es decir, a la coesxistencia de diferentes etnias y culturas en el seno de una misma identidad política territorial, entonces Mile End, en Londres, es un barrio multicultural. Un lugar en el que la complejidad se ha convertido en la norma social.
En el mismo contexto, a sólo dos paradas de metro, está Shoreditch, un distrito que hoy es para Londres lo que fueron Camden o Notting Hill en los ochenta o el Soho en los noventa, una meca de artistas y emprendedores del ámbito cultural. En la época victoriana era bastante popular por sus teatros y tiendas, después se mantuvo en una lenta decadencia hasta que los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial lo relegaron al olvido. Comenzó a reverdecer cuando se instalaron en él algunos líderes de la Young British Artist a finales de los 90, y hoy la industria cultural ha entrado de pleno, las galerías más punteras de la ciudad han tenido que abrir sucursales en la zona. Pero Shoreditch todavía conserva un aire canalla y cutrelux sometido a un contexto multicultural creativo formidable, que cumple su papel en el cambio de patrones estéticos (que todavía en su mayoría responden a la invención del gusto del XVIII con Baumgarten y Kant) y en la búsqueda de nuevas estrategias colaborativas muy propias de comienzos de siglo XXI.
Supongamos ahora que una obra de arte es un archivo de la acción humana en la que pueden converger distintas ideas, creencias o tendencias en una época. Hoy en Shoreditch tenemos muchas ideas, creencias y tendencias coincidiendo en un espacio y en una época. Le daba vueltas a esta idea volviendo en metro, tratando de buscar antecedentes, y he concluido, ponte el cinturón que aquí vienen las curvas, que tal vez la primera vez que se produjo una concentración artística, urbana, revolucionaria y multicultural definitiva fue hace cinco siglos, en una de las cunas del arte, la arquitectura y los helados que saben a helado, en Florencia.
Si entras en la Catedral de Florencia (6 euros hace un par de años), caminas un poco, y giras el cuello a la izquierda, verás dos grandes murales separados entre sí por apenas tres metros, muy semejantes a primera vista. En cada uno hay un caballero medieval a caballo retratado de perfil. El primero es de Paolo Ucello y en él aparece un caballero hierático, como recién sacado del congelador, sobre un caballo simulado, que parece de madera. En el otro, de Andrea del Castagno, el guerrero regresa airoso de la batalla sobre un animal que trota como trotan los caballos, que tiene unos músculos que responden a unos movimientos, a una anatomía naturalista. Entre ambas obras solamente transcurrieron 20 años, entonces ¿cómo fue posible este salto cualitativo tan grande en tan poco tiempo?
A comienzos del siglo XV el comercio, y por lo tanto el dinero, la tela, la guita, el parné, la plata, es decir, los cuartos, estaban en Florencia, como hoy están en Londres, Abu Dabi o Moscú. Algo antes, en el gótico, nacieron, de algún modo, los gremios profesionales (de médicos, jueces, banqueros, albañiles, mercaderes de lana, cuero, seda…) que tuvieron su apogeo en el Renacimiento. Estos gremios estaban capitaneados por familias, una nueva burguesía muy rica y poderosa que necesitaba la notoriedad y el prestigio que la nobleza había adquirido durante generaciones. Las batallas entre estas familias por el control político y económico de la región eran continuas y también, por cierto, muy crueles (¡la caída de los Medici!). Uno de los métodos más eficaces y determinantes para lograr ese prestigio era comprando arte y encargando nuevos proyectos a las figuras del momento. Que el pueblo, pero sobre todo las otras familias, vean a que artista he podido contratar, o que palacio he podido levantar. Arte, política, y propaganda, nos suena.
Los artistas, que generalmente son unos muertos de hambre, sabían que el dinero y los mecenas estaban en Toscana, y hasta allí se iban. En muy pocos años, en un espacio temporal limitado y en un espacio físico limitadísimo (la parte amurallada de Florencia se puede caminar de punta a punta en 40 minutos), se juntaron un número extraordinario de artistas extraordinarios, y lo más novedoso, que conocían la obra que estaban haciendo sus contemporáneos, llegados de otros lugares. Se influencian entre ellos, se copian, se promueve la circulación de ideas, se avanza: nace el Quattrocento, un triunfo de la reinterpretación del clasicismo griego y romano, pero también, de alguna manera, del multiculturalismo.
Hoy tendemos (tiendo) a caer en el ombliguismo del presente y pensar que somos la suma de una tradición analizada y mejorada, cada vez más brillante, no siempre es así. Dentro de la narrativa decimonónica que se estudia en las facultades de Historia del Arte, fueron las vanguardias del siglo pasado, más que cualquier otro suspiro posmoderno, las que supieron representar mejor que cualquier otro movimiento el contexto de lo que en otras latitudes otras culturas y otros artistas representaban. Además fueron aquellos hombres venidos del frío para patear el pensamiento burgues los que más promovieron la inclusión e interrelación de diferentes continentes por el lenguaje del arte en todo el siglo XX. El resto, y hasta hoy, es una fiesta con derecho de admisión.
¿Pero entonces cuál es el activo multicultural en el panorama artístico actual? Ni idea. Se supone que los productores de arte siguen traduciendo en un lenguaje particular una visión del mundo, muchas veces común al conjunto de la sociedad, y que el espectador aborda, y hasta puede descifrar, esa experiencia (personal), pero tal vez cabe destacar un elemento que ha matizado y enfatizado en las últimas décadas la idea de multiculturalismo en la relación entre artista y espectador, el desarrollo de las nuevas tecnologías.
En el debate, vaporoso, entre la tensión de lo local y lo global, trenzado por la relación hipercompleja de culturas, en el que la interdependencia de los mercados en un contexto de cambio continuo ha borrado las fronteras físicas, el riesgo más demoledor de nuestro tiempo es la tendencia a la homogeneización. Deberán ser las nuevas tecnologías, sobre todo internet, un medio que ha introducido el consumo inmediato y la divulgación masiva en una época en la que lo hiperreal se acerca a lo hiperfalso, protegidas y reforzadas, porque entonces se reforzarán las oportunidades de justicia entre diferentes identidades políticas y culturales, formando sujetos políticos que reivindiquen garantías igualitarias al derecho, clave, a la información.
Un derecho que nos permite también aquí, en Mile End, superar la miopía de la experiencia con la que llegamos y adquirir una perspectiva intercultural que articula nuestras diferencias, y que ha conectado a las minorías a las redes más globalizadas con mucha más eficacia que el intervencionismo de las políticas multiculturalistas estatales en función de expresiones personales (pertenencia de clase, opción sexual, etc.). Un derecho que nos ayuda a comprender la cartografía del otro, aunque después, previsiblemente, nos larguemos con las dos rubias nórdicas. Ya quisiéramos.~
Hola Andres,
Buen articulo, me gusta la frase “el riesgo más demoledor de nuestro tiempo es la tendencia a la homogeneización”. Sin duda lo es, para la cultura –Vozed lo vive en las literatura- y para la sociedad, donde se penaliza la diversidad. Y también me gusta la solución: Internet y las nuevas tecnologías, que son un arma de dos filos facilitan “el consumo inmediato y la divulgación masiva” pero también permiten la divulgación de la diversidad, o “las diferentes identidades” como tú la escribes, el acceso a la información y el ejercicio de la libertad de expresión.
Buen texto. ¡Enhorabuena! Esperamos verte seguido por Vozed.
Interesante tu artículo Andrés ¿pero tu comentario final sobre las rubias no desmerece acaso un poco tu defensa de la interculturalidad? Me imagino que quisiste darle un matiz burlón ¿pero reconocer los aportes y riquezas de diferentes culturas que interactúan en la sociedad no pasa acaso por desacreditar estereotipos raciales de belleza?
Hola Vilma,
Eso es hiperrealiso, y esto demagogia!! jaajajajjaaj
Vilma, disculpa si te ha molestado. No lo veo como tal estereotipo. Gracias por las aportaciones.
Andrés, no me has molestado, es más, tu artículo, repito, me ha parecido interesante, estamos en desacuerdo sobre el comentario final. Le presto atención porque yo misma a menudo me encuentro diciendo una serie de cosas que responden a conceptos aprendidos y repetidos mil veces, pero que, a la luz del análisis, piden con urgencia ser descartados. Creo que, aunque tal vez no seas consciente de ello, sí crees en ese estereotipo, así como lo hace la gran mayoría de seres humanos (remitámonos a la publicidad, a los medios, etc.): necesitamos reeducarnos en ese sentido con las aportaciones de la cartografía del otro que tú tan bien expones. Necesitamos comprender y valorar la cartografía del otro, para no terminar todos deseando largarnos con las nórdicas o, en mi caso, los nórdicos ¿no crees? ¿Sino cuál sería el aporte de la interculturalidad?
Bueno, pues tómalo como un boutade esta vez, te agradezco el tono, me has hecho reflexionar, quizá si volviese a escribirlo ya no lo diría.