No es fácil
¿QUIÉN DIJO QUE esto de escribir iba a ser una aventura fácil? Quien lo dijo no sabía de qué iba esto, eso está claro. En mi caso, la tiranía de la falta de inspiración viene siempre acompañada de nuevos e inesperados obstáculos. Cuando no es mi forma de escribir la que no me convence como quisiera, son los dichosos signos de puntuación los que me traen loca. Otras veces dudo sobre si lo que escribo le interesará a alguien. Inseguridades las mías que me persiguen como a ese Fugitivo antes de tirarse del tren en marcha. Incertidumbres que se cuelan hasta cuando estoy relajada en mi terraza favorita, y pienso que tal vez estaría mejor en esa de ahí al lado, que la mía me queda grande, escribiendo otros textos que no estos, esos textos de otros, y sin embargo aquí sigo, aquí estoy: escribiendo, dudando…
Seguramente algunos me dirán que es menos malo agitarse en la duda que descansar en el error; no os digo que sí aunque tampoco que no. Dudo. Lo único que sé es que enfrentarte con el papel en blanco no es tarea sencilla. Yo no tengo ni teorías ni métodos y cuando la inspiración llega, si es que llega ―a veces las musas son más traicioneras que las últimas copas de la noche―, tengo la impresión de que lo que cuento son naderías, que me valgo del blog y de mis posibles lectores, egoísta, como una especie de terapia barata que me desahoga sin necesidad de tumbarme en el diván del psicoanalista.
Los tímidos nos sentimos guerreros desde el mismo momento en que enfundamos un arma, es lo que a mí me pasa cuando escribo: me envalentono y pierdo la vergüenza, me quedo sin pudor. A veces, eso sí, me sonrojo por mi osadía porque una cosa no quita la otra. Ya lo dijo Tallón: uno no puede escribir algo medianamente honesto si no pone todas sus mierdas encima de la mesa. Y yo, a estas alturas, ya lo he hecho. Mi personal striptease emocional, mi desnudo sentimental. Un exhibicionismo en el que apenas me reconozco, ni en el que tampoco me reconocen mis amigos. Toda mi basura personal al alcance de cualquiera, del mejor postor, del mejor lector. A veces basuras exageradas, la hipérbole forma parte del juego. Otras me quedo corta, también restar forma parte de este juego. Escribir, la mayoría de las veces, consiste en eso: exagerar tus mentiras y disimular tus verdades, disfrazándolas hasta convertirlas en una basura distinta, más tuya, más sincera aunque te cueste reconocerla.
Para colmo, y por si con todas estas dudas existenciales no tuviera bastante, cualquier pequeña crítica, casi siempre con motivo, me desorienta, me descoloca. No es que no las acepte, que lo hago con sinceridad, es que hace que me plantee si realmente no estaría mejor pateándome las calles, buscando un empleo de contable, que es de verdad lo mío, y no andar jugando a ser bloguera y aprendiz de escritora. Pero no, no puedo dejar de hacerlo, no puedo dejar de escribir y de mostrar mis miserias. Estas contradicciones vocacionales vienen de serie, inevitables.
Y es que cuando escribes, las cosas no son como en la vida: puedes dar marcha atrás en los errores y corregir las noches en blanco y reinventar los encuentros amorosos hasta hacerlos reales y corregir aquellas fiestas fallidas hasta hacerlas memorables… Pero sobre todo y lo más importante, es que puedes dejar de verte como un personaje novelesco al que el destino le ha jugado la mala pasada de despertarse en el paro, aterrizaje forzoso en la cola del Inem [Instituto Nacional de Empleo]. Es lo bueno de escribir, si logras convertirte en el protagonista de tu propia historia con final feliz…O no, porque el fracaso deja ya de dolerte y como mucho te llena la espalda de arañazos y te deja la sonrisa rota y una mueca amarga en la cara. Pero eso ya te da igual: en tus palabras y en tus textos, tú mandas.
Acabo de leer en una revista que la baronesa Beatricce Monti della Corte aloja a escritores de todo el mundo en su refugio de la Toscana. Lo hace para que encuentren su sitio y su inspiración rodeados de obras de arte y del sol toscano. La única condición es que no sean aburridos. No hay nada peor que un pelmazo. La baronesa se contenta con poco, le basta una pizca de excentricidad y una buena dosis de sentido del humor entre unas cuantas fiestecillas intelectuales. Me pregunto si también recibiría a gente como yo, perrillos asustados sin oficio ni beneficio. Lo dejo caer aquí porque, además de tener un hueco en mi agenda y mi maleta siempre lista, no le hago ascos a un buen sarao. Además, estoy segura de que rodeada de cuadros de Pistoletto y de Tápies todas mis dudas volarían y alguna que otra certeza aparecería, aunque tuviera que revolver entre mis bolsillos y vaciarlos de inseguridades y de todos esos miedos que aparecen como monedas insospechadas.
Así que mientras esa llamada de la baronesa llega, recuerdo aquello que dijo Van Gogh: «Si hay una voz en tu cabeza que te dice que no sabes pintar, pinta. La voz se callará». Y antes de bajarme del tren en movimiento como aquel eterno Fugitivo, voy a abrir la pantalla del ordenador, coger mis pinceles y esperar que las palabras fluyan, de nuevo sentada en esta terracita tan mía, escribiendo toda esta perorata sin sentido que ahora mismo estáis terminando de leer.~
Los pocos que he leído en tu blog me han gustado mucho. Creo que este es el que más me ha gustado. Limpio, genuino, sentido… Gracias por compartirte!
Hola Manu.
Me cuelo en tu salón.
Me gustó mucho tu entrada, y no es adulación, no no. Destila sinceridad, y además considero que está muy bien escrita. Eso sí, lo primero es lo primero, busquemos un trabajito de esos “asquerosos” que nos den de comer, y luego ya alimentaremos el espíritu. Ojalá me aceptara a mi la señora Baronesa, pero a mi mujer y a mi prole de hijos la tendría que dejar en casa 🙁
Escribir es una cosa rara, como una maldición, un vicio que nos engaña y nos hace creer que es muy positivo. Y lo jodido que tal vez lo sea, que tal vez nos ayude en nuestra introspección a conocernos un pasito más.
A mi no me ha pasado nunca lo del pánico al papel en blanco, pero a veces sí que me atasco y continuar me trae loco. Si mi novela va bien soy un tío fantástico y feliz, y cuando se atasca parece como si yo fuera el atascado… Pero se aprende.
Nada más, que me enrollo
un saludo y nos leemos