Más altos, más fuertes, menos hipócritas…

Un texto de Gerardo Sifuentes.

 

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Apenas puedo creer que a estas alturas de la historia el deporte siga ocupando un lugar sagrado dentro de la sociedad, o al menos en de la cabeza de algunas personas. Tanto así que aún hay quienes creen que lo rodea cierto ‘espíritu’, que al contagiarse en quienes lo practican de inmediato se verán plenos de un sentimiento de solidaridad y justicia para con los demás, vean nomás la cursilona propaganda olímpica (1). Es tan firme la creencia en sus bondades sociales, que a los políticos les encanta construir canchas de fútbol rápido y basquetbol en zonas marginales en el entendido que esto alejará, de la noche a la mañana, a los adolescentes y adultos jóvenes de las adicciones, además de convertirse en un medio eficaz para combatir la delincuencia –aunque esto último nadie ha podido comprobar su eficacia–, convirtiendo esas comunidades en una suerte de utopía –al menos en su propaganda– (2).

Por si fuera poco dentro de las reglas del Comité Olímpico Internacional (COI) para estas olimpiadas se han establecido normas para los espectadores, limitando el uso de imágenes e información durante los eventos, por lo que cualquiera que tome fotos o videos no podrá subirlos a blogs o redes sociales, ni siquiera subir reseñas de los eventos, en el entendido que no son periodistas. (3) Aunque se reconoce que esta medida será casi imposible de vigilar, seguramente habrá quienes serán sancionados públicamente para servir de ejemplo. Eso si, en caso de que cualquier persona aparezca en fotografías o videos oficiales, el COI tendrá derechos vitalicios sobre los mismos. En esto se ha transformado el espíritu deportivo del siglo XXI, en un contrato de compra-venta.

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Ni pensar en aquellos ‘criminales’ que se atreven a mancillar dicho espíritu empleando drogas u otros métodos para mejorar su desempeño. Buscar ventajas sobre los demás es inconcebible, sino pregúntenle a Oscar Pistorius (4), el sudafricano que usa prótesis de fibra de carbono quien se ha visto en medio de una polémica porque su participación podría resultar ‘incómoda’ para los otros participantes; en un pasado evento internacional se vio obligado a ser él quien iniciara el relevo en la carrera 4×400 «para impedir que estorbara o causara problemas con los otros corredores». Eso si, el cabezazo de Zidane a Materassi y «la mano» de Maradona son vistos como ‘pecadillos’ que sólo pueden cometer los grandes atletas, cuya gloria terrenal les otorga una licencia permanente para hacer lo que les venga en gana.

Dentro de la idealización del deportista, donde no se les ve como mujeres u hombres cualquiera, sino como auténticos héroes, dignos representantes de su país, el COI es muy claro en cuanto al comportamiento ‘adecuado’ de estos en redes sociales durante el evento, por lo que en «publicaciones, blogs y tuits deben en todo momento cumplir con el espíritu olímpico y principios fundamentales del Olimpismo que figuran en la Carta Olímpica, ser dignos y de buen gusto, y no contener palabras o imágenes vulgares u obscenas». El deporte moderno pretende ser, pese a los evidentes intereses políticos y económicos que representa e injusticias que solapa, un modelo de moral y buenas costumbres.

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Los deportes de conjunto además sacan lo peor de cada uno; durante la competencia se desempolvan viejos rencores, personales o nacionales. Se ha despedido gente de sus empleos por agredir al contrincante equivocado durante torneos de oficina, o le han jodido para siempre la rodilla con una entrada salvaje al Godínez que le cae mal a todos. La Selección Mexicana tiene prácticamente que ser escoltada durante sus visitas a Centroamérica para evitar ser agredidos, mientras que en Europa la policía antimotines sabe que los hinchas rusos y polacos tienen cuentas históricas pendientes que resolver. Más impresionante aún el comercial, patrocinado por el gobierno argentino, donde un atleta, al hacer lagartijas durante su entrenamiento, besa la arena de la playa de las Islas Malvinas: «Para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino» (5). Un dechado de chovinismo cuyo score musical está de miedo. –En contraparte, Carlsberg con el tema de Police Academy lo hace mejor (6)–.

Para evitar conflictos entre los asistentes, en el sentido de que se trata de una auténtica ‘fiesta’ olímpica que debe transcurrir en ‘armonía’, se tiene prohibido realizar protestas por cualquier tema, e incluso portar playeras con leyendas que transmitan mensajes ideológicos. Para colmo de las restricciones, una cláusula especifica que no se pueden llevar banderas de países que no participen en el evento, lo que me lleva a preguntar si será posible ondear banderas de equipos profesionales de soccer u otro deporte profesional. Además, si una persona considera que no lo dejas disfrutar del espectáculo podrá denunciarte, y acusarte de usar el flash de tu cámara, pararte en el asiento o simplemente gritar demasiado. Los guardias de seguridad harán el resto. El olimpismo se convierte en una especie de fiesta de secundaria vigilada por padres familia que se aseguran de que nadie baile pegado.

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Por supuesto en este país [México] lo que menos le importa al Comité OIímpico Mexicano (COM) son los atletas. En la más pura tradición priísta, mientras los directivos llevan de paseo a toda su familia y compadres con todos los gastos pagados a costa de los impuestos, a los verdaderos participantes apenas les dan uno o dos pases para que inviten a su gente al estadio, tal como sucedió en los pasados Juegos Panamericanos –donde el hermano del presidente de la COM fue sorprendido por la policía en plena reventa de boletos (7)–.

Es famoso el déficit fiscal en el que se ven envueltas las ciudades que albergan ‘la fiesta’ olímpica. En este sentido vale la pena echar un vistazo al análisis del impacto de este tipo de eventos en la ciudades sede, realizado por el profesor australiano Richard Cashman. En su opinión, en este tipo de magnos eventos de relaciones públicas los beneficios para la comunidad presentados por los organizadores a menudo son vagos, no están cuantificados económicamente y su valor se exagera. Pongamos como ejemplo lo sucedido en Guadalajara, cuyo chistesito de los Panamericanos dejó un saldo de 100 millones de pesos que no están del todo claros, además de una deuda de 500 millones de pesos con los proveedores (8). Esto sin contar que algunas instalaciones deportivas, como la Villa Panamericana, fueron construidas en una zona de protección ecológica, donde se descargaron al menos medio millón de litros de aguas negras –los responsables cuentan con la protección de las autoridades (9), también en la más pura tradición de la dictadura perfecta–.

Pero aquello sólo afecta al Tercer Mundo, mientras que en Londres la ‘marca olímpica’ cuesta dinero y debe generar ganancias para salir de la enorme deuda que han contraído. De esta forma no cualquiera podrá usar los aros olímpicos o palabras relacionadas al evento en otra mercancía que no sea la oficial. Si pequeños comerciantes intentan usar las palabras «Juegos», «2012», «Dos mil doce», «Veinte doce», «Londres», «medallas», «patrocinador», «oro», «plata», «bronce» y «verano» sin pagar los miles de dólares de permiso se verán en un verdadero lío –en Tepito se ríen de esto–.

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No practico deportes de conjunto, más por falta de cualidades atléticas y coordinación que por entusiasmo. El único en el que llegué a participar activamente, si es que se le considera propiamente como “deporte”, fue el alpinismo, y eso cuando estuve en la preparatoria y universidad. Cuando mi padre nos llevó a mi hijo y a mí a un partido inaugural de temporada de la Liga Mexicana de Béisbol, confirmé una vez más lo que se planteaba en Los Simpson, aquello que sin cerveza no se comprendía la experiencia. Y dado que está prohibido introducir cualquier clase de comida o bebida en los alrededores de las instalaciones olímpicas, será mejor verlo en televisión: una botella de 330 ml costará aproximadamente 90 pesos (unos 6.5 dólares), por lo que una borrachera olímpica costaría demasiado.

No tengo nada contra el deporte, veo muy de vez en cuando un partido de fútbol o béisbol –y aquí muchos me considerarán ‘villamelón’, who cares–, y me ejercito en casa, con tan solo un par de mancuernas de seis kilos y una rutina que me saqué de esas revistas masculinas de fitness –que dicho sea de paso no está tan mal–. Tampoco es algo excepcional, intento combatir la incipiente barriga chelera y otros estragos del trabajo sedentario, estoy en la misma categoría que los futbolistas llaneros, el basquet del sábado por la mañana, los ciclistas del fin de semana, los corredores de madrugada, quienes a falta de tiempo o dinero suficiente para pagar tarifas exorbitantes en gimnasios exclusivos intentamos darle su respectivo lugar al deporte en nuestras vidas, sin necesidad de un comité de burócratas que se enriquecen con la ingenuidad de la gente.~

Referencias:
[1] http://www.youtube.com/watch?v=QcwiGIGMjSg
[2] http://www.youtube.com/watch?v=LYTq-LWVL-Y
[3] http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/07/120709_juegos_olimpicos_londres_2012_restricciones_prohibiciones_jp.shtml
[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Oscar_Pistorius
[5]  http://www.youtube.com/watch?v=DoFRqkW2sFc
[6]  http://www.youtube.com/watch?v=sQQgWcbri9Y&feature=related
[7]  http://msn.mediotiempo.com/mas-deportes/panamericanos/noticias/2011/10/29/es-triste-y-lamentable-lo-de-mi-hermano-felipe-tibio-munoz
[8]  http://www.proceso.com.mx/?p=299344
[9]  http://www.proceso.com.mx/?p=291807
[*] El Impacto de los Juegos en las sedes Olímpicas. Richard Cashman. Director del Centro de Estudios Olímpicos en la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia). http://olympicstudies.uab.es/lec/pdf/spa_cashman.pdf