Había una vez…

Un texto de Jacqueline Erazo Flores


 

COMER ES UNA forma de exterminio, depredación; comemos, trituramos, tragamos, exterminamos, carne… exterminamos vacas, exterminamos cerdos, exterminamos bosques, plantas, comemos. A lo mejor mi performance de hace algunos años en la universidad no era tan ingenuo como lo creí, tal vez era una especie de juego donde se evidenciaba nuestra miseria como seres humanos; o no. El performance consistía en dar dos opciones al público: la primera era comer y la segunda leer poesía, así de simple. Claro, la argumenté con una de las teorías de no recuerdo quién sobre el arte y medios de producción. En fin, había pedido a la maestra que aplazara el momento del refrigerio. Todos los colegas estaban cansados y hambrientos, y yo les di dos opciones. De pronto el salón se vio dividido en dos partes, y por dos o tres compañeros, se decidió inicialmente que realizaría el performance de la lectura, hasta que vi a varios colegas infringiendo el reglamento del performance y comiendo. Finalmente se eligió el performance de la comida. El performance de medios de producción y arte terminó justificado, y la profesora de la cátedra terminó preguntándome si yo había copiado un performance de equis reconocido artista europeo. No conocía a equis artista, y quiero creer que idea de que las mujeres no pueden pensar y llevar al mismo tiempo el cabello peinado entró en crisis; pero ese es otro tema, igualmente ingenuo.

¿Qué pasaría si no necesitáramos comer, si no hubiera dinero de por medio? Podríamos sentarnos a la orilla de un río a escribir poesía durante todo un día completo. Podríamos pintar en un Jam sinfín con colegas y amigos sin que implique la rivalidad del trabajo artístico, comportamiento típico en muchos artistas.

Podríamos pasear por la calle sin mirar ni a la derecha no a la izquierda. Probablemente miraríamos solo al cielo y, con seguridad, caeríamos desastrosamente por algún agujero, dependiendo en qué lugar del mundo viviéramos.

Finalmente, las cosas serían diferentes si no tuviéramos que comer, si no necesitáramos dinero, si no necesitáramos explotar al otro para nuestro beneficio. Podríamos ser más honestos con las personas porque las composturas y el protocolo nos importarían nada; supongo que por eso detesté siempre ser una persona de negocios. ¿Qué cosas podríamos hacer si no necesitáramos de alimento, si llegara un punto en que nuestra anatomía, nuestros músculos, funcionarían sin ningún problema con solo respirar. El aire es gratis finalmente. Entonces, a lo mejor, la vanidad atacaría, porque también queremos vestirnos elegantes, queremos vestir a la moda, queremos perfumarnos… Podría ser.

Si hablamos de los sentidos básicos del ser humano, de las pulsiones de vida a las que se refería Freud, está claro que la pulsión de la supervivencia está latente, y no podemos olvidar la dualidad de pulsión de vida y pulsión de muerte. Supongo que es ahí donde radica el objetivo de lo que empiezo escribiendo: comemos, depredamos, exterminamos, nos hacemos daño. Tal vez es en este preciso espacio en el que mi insensatez desmedida por las historias ilógicas se enciende. Estamos en este mundo para depredar. Creo que tal vez al contemplar nuestra condición, comprendemos por qué las civilizaciones inventaron esas historias llenas de amor, honor, esperanza, altruismo desde las tragedias griegas, novelas y hasta las actuales películas de Marvel incluso.

De hecho, unos de los creadores de éstas historia e íconos de la cultura pop, Stan Lee, en una entrevista para la revista PlayBoy, cuando le preguntan: ¿Cómo explicas el éxito continuo de esos superhéroes vintage?, él afirma:

“Son una extensión de los cuentos de hadas que leíamos de niños. O de las historias de monstruos y de brujas y hechiceras. Creces un poco y no te interesas en los cuentos de hadas y las historias de monstruos, pero no creo que nunca deje de crecer tu amor por las cosas que son fantasía, que son más grandes que tú, como los gigantes o las criaturas de otros planetas o la gente con superpoderes capaz de hacer cosas que tú no puedes”.

Todos quisiéramos creer en algo que es más grande que nosotros, precisamente por la vulnerabilidad de la condición humana. Estamos locas. Estamos locos. Todo por despojarnos de nuestra condición humana.

Una de las palabras más bonitas del diccionario es la palabra “despojarse” ya conjugada, claro. Porque cuesta demasiado despojarse de la condición humana, de lo aprendido, del impulso instintivo, del ser. Un día un profesor de Técnica vocal, en una de sus clases nos dijo que las emociones eran físicas; entonces, con una técnica de respiración nos hizo llorar y con otra reír. Mi impacto era grande, aunque no dejo de lado la buena costumbre de dudar.

Creer en algo inmaterial que estaba a cargo de todo el mundo era un dulce aliciente para mí, cuando era niña, lo recuerdo. Pero, de alguna forma el concepto de mi profesor asustar un poco. Hace inferir varias ideas, y las teorías de la neurociencia y las bases biológicas de la conducta humana cobran mucho sentido. Si te deshidratas te pones de mal humor, si tienes mala nutrición eres propenso a la depresión.

La moralidad para Kant es una forma de belleza, y la naturaleza propia del ser humano es su predisposición a la “animalidad”; y creo que todos podemos comprender eso. Para Rousseau lo que hace al hombre “esencialmente bueno” es tener pocas necesidades, o eso es lo que aprendimos en nuestro estudio de filosofía. Prefiero quedarme en la ingenuidad de mi performance y en la duda de la investigadora cuando leo en una entrevistas que Max Aub hace a Buñuel sobre sus creencias y él responde:

“Yo era ateo, había perdido la fe, pero la había reemplazado con el liberalismo, con el anarquismo, con el sentido de la bondad innata del hombre, y en el fondo estaba convencido de que el ser humano tenía una predisposición a la bondad echada a perder por la organización del mundo, por el capital, y de pronto descubrí que todo eso no era nada, que todo eso podía existir (y si no eso otra cosa), y que nada, absolutamente nada, debía tenerse en cuenta como no fuese la total libertad con que si le diera la gana podía moverse el hombre y que no había bien y que no había mal.” (Conversaciones con Buñuel).

Una prostituta vende su cuerpo por unos dólares; un redactor escribe falacias en las que no cree por unos dólares; un padre se queda trabajando durante años en un lugar que odia para mantener a sus hijos; una modelo se acuesta con un productor para obtener el protagonismo de la serie;… Podría numerar más y más escenas muy conocidas. Historias. Recuerdo la lucha sádica siempre representada en esos cuentos de niñez, a los que se refiere Lee, sobre la lucha de nuestra condición humana, donde había buenos y malos, magos y dragones. Solo que ahora no hay poderes mágicos, no hay bien, no hay mal. Nosotros somos el bien, nosotros somos el mal, nosotros somos la magia y nosotros somos la realidad. Finalmente, lo único que podría decir sobre aquel performance y la teoría de mi profesor es que quisiera seguir sentada, divagando sobre más teorías y profundizando más sobre pensamientos y filosofías pero, como todo ser humano, debo ir a desayunar ¡maldición!~