Enciclopedias de Lector

«Has de creer en lo que haces, divertirte y evitar aires de grandeza»
―Olvido Gara aka Alaska

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Leo, luego escribo. En casa tengo cuatro volúmenes que reúnen ensayos, artículos, cuentos y otra clase de escritos de los más diversos autores, nacionales y extranjeros –todos publicados en los últimos años por distintos medios–. Estos ejemplares se han convertido en una especie de manuales de consulta, referencias obligadas cuando me veo en un embrollo creativo. Si requiero armar un artículo científico, puedo echar una ojeada al “Drug Test Cowboys” de Josh McHugh (1), publicado en la Wired, recopilado en el volumen I; si se trata de una crónica, abro al azar el volumen III y me puedo encontrar con “Frenching the Disabled”, de Kenny Taylor para Vice (2); ¿algo de historia? “El castillo endemoniado” de Rosa Montero (3) para El País me da una perspectiva de lo que podría hacer. Y no es que los materiales seleccionados sean los mejores en su tipo o unos clásicos, obedezcan rigurosos criterios académicos o sirvan como ejemplos para una clase de periodismo: se trata de las lecturas que más me gustaron o conmovieron a lo largo de cierta temporada, aquellos que me dejaron huella como lector y decidí conservarlos en físico –práctica anacrónica a estas alturas del partido–. Claro que también consulto otros libros de mi biblioteca, sea por trabajo o por placer, pero estos ejemplares ‘de recortes’ llevan mi propia selección, convirtiéndolos en ‘ediciones únicas’, cada una con sus propias portadas –ilustraciones tomadas de alguna revista, resabio de mi pasado fanzinero (4), cuando no existía internet–. Al repasar algunas de sus páginas puedo recordar el momento en el que los leí por primera vez, e incluso en ciertos casos las circunstancias personales en las que me encontraba. Esta ‘Enciclopedia de Lector’ es mi homenaje al acto de escribir, y el placer de leer.

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Somos lo que leemos, y lo que escribimos sobre ello. Antes de iniciar un escrito, sea la entrada especializada del blog (5) hasta el enésimo capítulo de la novela, la etapa de investigación es sin duda la parte que más disfruto, acaso la más importante. El ‘problema’ de ello es que si lo haces con esmero eventualmente un tema te llevará a otro, y si te topas con un paper sobre inteligencia artificial (6), una hora más tarde te enteras cómo fue que Domenico Fontana erigió aquel obelisco de 300 toneladas en la Plaza de San Pedro en 1586 (7). La regla es que al final no podrás incluir todo lo que consultaste, sólo una pequeña parte podrá permanecer, ese destilado producto de tus reflexiones; en un artículo sobre Ray Kurzweil y su incursión en Google podrías mencionar tus hallazgos sobre arquitectura del Renacimiento, si es que esto tiene que ver con el tema –y miren que no es mala idea–. Aprecio cualquier escrito con valor agregado –bendita hipertextualidad–, con ideas que me abran puertas hacia otro tipo de conocimiento, sea del género que sea, y creo que de escribir bajo esta norma mi tiempo frente a la pantalla valdrá la pena.

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Los libros no son el papel, ni los pixeles. Los profes de literatura desprecian a los periodistas, los novelistas se burlan de los cuentistas, y nadie quiere a los poetas, tal como esa absurda rivalidad entre arquitectos e ingenieros civiles; aunque les pese a muchos, el acto de escribir es, en su más pura concepción, un recurso tecnológico que nos atañe a todos –no es exclusivo de elites–, cuyo dominio aseguró el progreso de la humanidad, pero que por alguna razón se está perdiendo entre el grueso de la población –analfabetismo funcional–. Entre los géneros conocidos ninguno podrá ser superior al otro en virtud que cada uno tiene sus características distintivas –e incluso se complementan entre si de una u otra forma–, aunque existen por supuesto diferencias cualitativas, algunas meramente subjetivas; menospreciar géneros es una actitud muy del siglo XX, y prescindir de ella es liberador.

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Leer para vivir. Tomemos en cuenta que lograr transmitir reflexiones, investigaciones, sentimientos e invenciones por escrito es una especie de meme que empezó a replicarse hace más o menos cinco mil años, mismo que se abrió paso por los más diversos medios. El proceso creativo implica trabajo, y dentro de la escritura tus lecturas te delatan, convirtiéndote en una extensión de las mismas, en una variación de aquel meme que continua en evolución.

5

Alguno de los textos que escribimos podrían quedar no sólo en un libro, revista o periódico –digitales o en papel–, sino además integrados en el fascículo de alguna Enciclopedia de Lector –que quiero pensar existen otras personas que las tienen, ¿verdad que si?–. Intentar crear una historia que toque la sensibilidad del lector puede ser pretencioso (¿es un peyorativo?), ingenuo desde cierta perspectiva, pero en esta época de sobreinformación, donde la mayoría no suele leer sino escanear pantallas, el intento se agradece.

BTW, el quinto volumen de mi Enciclopedia está en formación.~

Referencias:
[1] http://www.wired.com/wired/archive/15.05/feat_drugtest.html
[2] http://www.vice.com/en_uk/read/frenching-v11n3
[3] http://elpais.com/diario/2008/07/27/eps/1217140014_850215.html
[4]  http://www.ttrantor.org/EdiPagCol.asp?volumen=Fanzine+Fractal&editorial=Jos%E9+Luis+Ram%EDrez+y+Gerardo+Sifuentes
[5] http://gesifuentes.blogspot.mx/2012/05/los-surfers-nazis-deben-morir.html
[6] http://arxiv.org/list/cs.AI/recent
[7] http://purl.pt/6256/1/index.html