En bolas

Un texto de Nadia L. Orozco /ilustración Sonia García


 

En bolas* Argentinismo: significa literalmente estar desnudo; figurativamente significa no tener ni idea.

ME LEVANTO TODOS los días alrededor de las siete de la mañana, después de una insistente solicitud de un biberón de leche que mi hijita hace sin falta a esa hora desde hace cuatro años. Entro en el baño, hago lo mío, me lavo las manos y ni siquiera me tomo la molestia de verme la cara en el espejo. Bajo a preparar la leche, si tengo suerte mi marido ya habrá puesto la cafetera, si no, la pongo. Digo suerte, pero creo que es todo lo contrario porque se tropieza incesantemente conmigo hasta que al fin sube a bañarse. Entrego la leche, me visto, espero que ella esté de humor para vestirse, nos vamos a la escuela, vuelvo a casa. Me pregunto entonces, qué me gustaría hacer con este ratito de soledad, y veo que no hay mucho qué hacer porque ya tengo que salir.

Me baño. Me miro en el espejo para peinarme pero en realidad no me miro, ustedes saben a qué me refiero. Me visto, me arreglo o algo parecido, y salgo. Hago lo que hago, hago como que hago, hago como que sé qué es lo que hago. Busco a mi hija en la escuela, volvemos a casa, almorzamos. Ella a la tele, yo a los platos sucios, a la ropa sucia, a la chingada, cinco minutos sentada en el jardín para pensar qué es lo que estoy haciendo y por qué parece que lo estoy haciendo mal. Tres minutos nomás: tengo que contestar llamadas, llevarla al baño, responder mensajes, hacer llamadas, ya es hora de ir al parque, no atiendo más el teléfono, vámonos ya.

Volvemos. Se baña. La baño, más bien, y es la pelea de cada día porque no quiere lavarse el cabello, porque no quiere usar pantalones, porque no quiere, no quiere, no quiere. Tiene cuatro años y por lo menos sabe lo que no quiere. Es hora de hacer la cena, de platicar con mi marido, de acostarla a dormir. Al fin, es hora otra vez de un rato solitario en el baño. Me pongo a pensar en los pendientes, en las cosas que tengo que hacer al otro día, que da lo mismo cuál día sea, igual hay cosas que no esperan y hay que atenderlas ya. De pronto, esa luz dentro de mi cabeza ilumina eso que estoy pensando, no sé cómo explicarlo pero seguro a alguno de ustedes le habrá pasado. Esa luz que observa lo que estoy pensando, de pronto piensa: me han engañado. Me he engañado. Lo que hace 20 años yo pensaba que era ser un adulto consistía en tener todo muy claro. Un trabajo, una familia, una rutina, cierta certeza de que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Y cierto contentamiento con eso.

Y la luz en mi cabeza me dice que no es así, no es tan así. Por eso no confío en la gente que lo tiene todo claro. Ser adulto no es muy diferente a ser un niño: todo el tiempo estamos descubriendo cómo es que funciona el mundo y el lugar que ocupamos en él. La diferencia es que de niños todo nos asombra; de adultos, tenemos que fingir que nada nos toma por sorpresa, tenemos que demostrar que está todo bien, que tenemos todo bajo control, que sabemos con certeza qué. Pero la verdad es que la mayoría del tiempo, si tenemos un momento para pensarlo, no tenemos ni idea, nos movemos por inercia en un mundo para el que no fuimos educados porque ni nos imaginábamos que existiría.

La luz en mi cabeza se va, dejándome la sensación de que vamos todos en bolas por la vida, sin tener idea de nada, sin certeza de nada, navegando a ciegas en un mar de incertidumbre en donde sólo cabe hacer como que hacemos, hacer como que sabemos, hacer como que podemos. Y sólo basta ver el desastre que hay en el mundo para saber que estamos totalmente en bolas.~