El universo prefiere a las abejas

Un texto de Leonardo Vergara.

abeja¿Para quién escribo? ¿Por qué el arte? Para mí, por mí. «Amplíe su respuesta» resuena una voz cuasi pedagógica en mi mente llena de tantas cosas que se parecen y no tanto a mis manos inhábiles que, desde hace algunos años, han dejado de requerir una guía visual para presionar las teclas. Ahora veo las letras aparecer en la pantalla como alguna forma de magia. Siempre me cautivó la magia pero me faltaba destreza para ser un mago de galera y de varita, de conejos o de palomas. Causalmente y sin dejar de perseguir la magia, descubrí que el lenguaje puede hacer vivir y puede fácilmente matar a un hombre; puede teñir de sombras las más brillantes luces y empequeñecer gigantes. Opté, sin optar, porque algunas cosas que hacemos nos encuentran haciéndolas sin percatarnos de ellas hasta que un día cualquiera, sin conocer con precisión qué suceso más o menos riesgoso, más o menos perjudicial, fue el último antes de quedar abrumados por aquello que hacemos.

Aunque he escrito para todos: mi gata, por ejemplo, ha sido y es aun objeto de algunos poemas que pueden ser cantados, sujeta también a divagaciones, he llegado a inventarme a partir de ella una clase de pantera mitológica de una isla ficticia plagada de monstruos terribles. He pensado y he escrito para mi madre, apelando a su romántica vitalidad. Para mi padre, para que se sintiera orgulloso. Para la sonrisa y el pensamiento de mi hermana he puesto empeño en ser inútilmente grandilocuente. Para mi abuela, que escucha cada cosa en un imperfecto silencio de la voz de mi madre. Para mi abuelo sobre el tango, eso que para él que era duro por fuera como el armatoste de un acordeón y blando por dentro, también como un acordeón. Y para ella, blanca como un papel, he escrito porque había que escribirla; porque era bella como la luna.

Casi sin mediar reflexión, sospecho que uno escribe para completarse en el público lector. Que anda por ahí perdido entre más o menos los mismos verbos, entre más o menos los mismos sujetos, sujetándose al mismo tiempo, a los mismos versos, rimen o no con la vida. Sí, se escribe para completarse imperfectamente. Porque ni uno ni el público estarán completos mientras permanezcan vivos. Vivir es desear. Y uno escribe como un viento, trayendo cosas que otros vientos se habían llevado más cerca o más lejos. Y ante éste viento, algunos no recurren sino a abrigarse. Otros, en cambio, cierran los ojos y lo reciben con toda la cara. Quizá sientan que suele verse más allá con los ojos cerrados. Y allí creo que reside alguna forma de magia que no es ajena a los trucos aunque resulte ajena a las cartas.

[pullquote]Porque el mago necesita de cómplices que quieran creer que la magia es posible y el público necesita un mago capaz de creerse su propia magia; por él, por ellos.[/pullquote]

¿Para quién escribo? ¿Por qué el arte? Insisto, para mí, por mí. La belleza, la real, la omniabarcante belleza vital del mundo salva vidas dotándolas de sentido. Para un hombre la imperceptible labor de escribir no podría resultar más perjudicial al parecer del universo. Por ello es que el universo prefiere a las abejas. A las abejas que llevan y traen el polen diseminando vida por doquier. Un hombre, un mago menor como quien escribe, ha ensuciado en demasía el mundo con sus arrepentidos papeles. Cuánta vida arrebatada para su alimento, para su salud, para su sed, para su abrigo. Pero esto no es todo, también traerá hijos: dos, tres o quizá cuatro si tiene suerte, y éstos multiplicaran sus fechorías. Las abejas en cambio, no cesarán de diseminar vida, al menos hasta que esta imbécil especie capaz de hacer magia con el lenguaje, termine por acallar el último zumbido. Es simple, por ello el universo prefiere a las abejas. También porque vuelan, gracia que jamás tendremos por muchas alas que nos ponga el pensamiento.

Pero, ¿para qué completarse? ¿Para qué, como polen, diseminar por ahí el entuerto del lenguaje? Vocación de mago estimo, frustrada por la carenciada velocidad de manos y de varitas. Entonces presumo: no hay mago sin público. Sin público, no hay magia. Y de la misma manera no podría haber hombre sin otro funcionando, al menos algunas veces, como un espejo. Porque el mago necesita de cómplices que quieran creer que la magia es posible y el público necesita un mago capaz de creerse su propia magia; por él, por ellos. Para completarse aunque no sea sino imperfectamente. No puede apelarse a la perfección en un mundo que se mueve. Es innecesario y, estimo, no tendría ninguna gracia. Las perfecciones, como las auras, son para los cuentos creacionistas. ~