Yuya es Max Headroom: Los nuevos Talking Heads
Un texto de Gerardo Sifuentes
–Kim, te explicaré cómo funciona Internet.
Son una serie de tubos que están llenos de Internet
y este llega aquí a través del aire.–Quizá por eso el apartamento huele a pedos.
Unbreakable Kimmy Schmidt.
EN LA DÉCADA de 1980, la sobreabundancia de información mediática de entonces tuvo un personaje que la representó mejor que nadie: Max Headroom, creado por los británicos George Stone, Rocky Morton y Annabel Jankel. Sarcástico, perspicaz y tartamudo, este personaje omnipresente en las pantallas de televisión del futuro inmediato fue descrito por Stone de la siguiente manera:
«Es una conciencia, totalmente humana, totalmente amnésica, cuya experiencia primigenia del mundo son los 30,000 canales simultáneos que hay en la televisión…es una fusión de cada teleevangelista, cronista de deportes, todo lo que ves en la pantalla. Desde su perspectiva no ve diferencia o distinción entre estos.»
La suma total de la experiencia televisiva era una inteligencia artificial con aspecto de comentarista de noticias, talking head, que apenas puede controlar sus frenético tren de pensamiento. Aunque se le etiquetó como el primer conductor de televisión generado por computadora, lo cierto era que detrás del personaje estaba Matt Frewer, actor que tenía que pasar por un engorroso proceso maquillaje y capas de látex, cuya imagen era sometida a un hábil proceso de montaje y edición -en aquella época no se contaba con la tecnología suficiente para digitalizar propiamente imágenes de video. De manera similar, en la historia se trata de la copia digitalizada de la conciencia de Edison Carter, un sagaz reportero, cuyas primeras palabras al interior de la pantalla son «Max. Headroom…», o ‘altura máxima’, leyenda impresa en una barrera de entrada y que fuera lo último que Carter viera antes de sufrir un accidente que lo pone en coma momentáneo.
Convertido en uno de los símbolos definitivos de los 80, de lo que prometía ser el futuro desde la perspectiva de aquella década, Max Headroom se convirtió en un icono que de protagonizar una película pronto tuvo un programa de videos musicales con entrevistas –el concepto original para el que había sido concebido en realidad, como una versión avanzada de VJ de MTV–, después una serie de televisión, hasta aparecer en toda clase de mercadotecnia propia, como tarjetas de colección, vasos, sleeping bags, cómics, etcétera, y por supuesto su propia portada en la revista Newsweek. Fue además el protagonista de varios comerciales para Coca Cola, un par de estos dirigidos nada menos que por Ridley Scott (Blade Runner fame), elección atinada para el protagonista de una historia cuyo eslogan era transcurrir «20 minutos en el futuro».
Como toda buena historia de ciencia ficción, esta hablaba sobre su propio presente, un pastel relleno de actualidad cubierto por una capa de merengue del futuro. Veinte minutos más tarde, en el siglo XXI, cuando parecemos vivir en la ‘altura máxima’ de la ola de la cultura pop, plena en mashups, nostalgia retro y donde el swag es el nuevo cool, YouTube cambió las reglas del juego mediático.
Hoy los niños ven la caricatura de El Chavo del Ocho, mientras los adolescentes editan los capítulos originales de este programa para empatarlos con el coro de «Turn Down for What» cada vez que hay un diálogo ingenioso: ver a los personajes clásicos mexicanos con los lentes del swag sobrepuestos los hacen ver como un símil digital de Max Headroom, apropiándoselos, eliminando todo vestigio de nostalgia.
Ellos han aprendido a crear su propia música a partir de sampleos, programas de comedia y elegir a sus propios ídolos en YouTube, generando así su propia cultura pop sin intermediarios.
Pero son los youtubers las figuras mediáticas modernas por excelencia, a quienes considero herederos de Max en términos simbólicos, convertidos en los nuevos talking heads: ellos tampoco son digitales per se, pero sus personalidades si que lo son. Amados por millones de jóvenes, detestados por tantos adultos, estos conductores cambiaron el paradigma del entretenimiento al más puro estilo do-it-yourself sin preocuparse demasiado por valores de producción (dándoles un aire de autenticidad), donde no solo han diversificado la oferta y variedad de temas disponibles para el entretenimiento, sino han acaparado el mercado objetivo de la televisión –los youtubers mataron a los veejays, comentaristas de noticias y estrellas [fugaces] de los reality shows.
En pantalla realizan actos a veces arriesgados, o emiten declaraciones controvertidas, todo ello desde sus propias casas. Si uno presta atención a las noticias sabrá que éstos provocan tumultos en cualquier acto donde se hacen presentes. Citando a la blogger Laura Bernal, mientras en el siglo XX se le rendía pleitesía a actores de cine o cantantes pop, hoy se admira a personas que enseñan a cocinar huevos, dan tips de belleza o a las que hacen sketches de la vida cotidiana. ¿Modelos a imitar? Eso lo juzgarán sus audiencias.
Al igual que el fenómeno Max Headroom, los youtubers se volvieron transmediáticos. Así, Mariand Castrejón, Yuya, de 22 años y con 14 millones de suscriptores, única mexicana entre el top 25 de YouTube, no solo da consejos de belleza, sino también es autora de un libro (best seller) sobre el tema y lanzó su propia marca de perfume, mientras su imagen se desplazó de la pantalla a la calle, con anuncios espectaculares y paradas de camión en toda la ciudad. El español Rubén Doblas, El Rubius (18 millones de suscriptores) además de narrar sus aventuras en Minecraft y otros videojuegos, también se perfila como uno de los DJs más populares, aunado a su incursión en la novela gráfica, mientras su amigo Samuel Deluque, Vegetta777 (13 millones de suscriptores) hace lo mismo con una saga juvenil. Hay que apuntar que al hablar del auge de los booktubers, como Fátima Orozco, del canal Las palabras de Fa (300,000 suscriptores), y el auge de libros firmados por youtubers, un nutrido grupo de autores ajenos al medio youtuber hablan al respecto de dientes para afuera, sin comprender la naturaleza distinta del fenómeno –reacios a aceptar que nunca podrán ser tan populares como ellos.
Y eso que solo hablamos de los más famosos, pues los youtubers en realidad son legión.
La inclusión de los youtubers como ‘líderes de opinión’ provoca fuertes discusiones, aunque su influencia y alcance no puede negarse. Después de todo, los movimientos culturales juveniles del pasado provocaron la misma reacción en las generaciones mayores, y su verdadero impacto se verá en las siguientes décadas. No son punks, pero son su equivalente generacional.
Los videos personales de hoy quizá pueden explicarse con las mismas palabras del productor Peter Wagg para explicar el nombre que acuñó George Stone para el señero programa cyberpunk. En realidad ‘Max Headroom’ era tan solo un nombre más en una lista de 40 propuestas y el argumento no lo tenía bien definido, así que Wagg, pensando que se trataría de un programa de videos a-la-MTV, le pareció adecuado pues pensó en el término de audio homónimo, el nivel máximo de señal que cualquier canal de audio puede manejar antes de llegar a la saturación: «Es todo sonido, es todo visión, llena tu cabeza de música y sonido».
Al retratar el ambiente de su época, Max Headroom se convirtió en un símbolo de lo que hoy vivimos. Un individuo que hace una copia electrónica de su consciencia y modificada por software, que habla sin inhibiciones y con sampleos en su voz. Esta historia ya la vivimos, la vimos mañana.~
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