Medias naranjas y naranjas enteras

«Quien haya intentado cualquiera de estos métodos alguna vez habrá notado enseguida lo frustrantes y poco útiles que son. Y esto es así porque no son sistemáticos, sino que se deja prácticamente al azar algo que, si somos sinceros con nosotros mismos, es uno de los aspectos centrales de nuestra vida. Brillante.» Un texto de Christian González-Pessoa
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LEÍ EN ALGUNA PARTE que las medias naranjas no existen. Bueno, no era exactamente eso, sino más bien que, si la teoría popular de las medias naranjas fuese cierta, prácticamente nadie podría encontrar a la suya, luego no merece la pena buscarla. El planteamiento del autor era muy simple: si es verdad que cada una de las personas que poblamos este mundo tiene una (y sólo una) media naranja, no es ni mucho menos imposible que la pareja perfecta de, pongamos, un ingeniero informático de veinticinco años que vive en Madrid, sea una joven granjera neozelandesa a la que nunca conocerá. Dicho en otras palabras, desde el punto de vista de la probabilidad es francamente difícil que nuestra media naranja haya caído justamente en nuestra clase de la universidad, se haya matriculado en el mismo gimnasio al que nosotros acudimos, o haya sido contratada en la misma empresa en la que trabajamos. Pero lo cierto es que la pareja de casi todos nosotros se encontraba en uno de estos sitios cuando apareció en nuestras vidas o, como mucho, fue presentada por un amigo común.

media_naranjaLo cual nos lleva a la primera gran verdad: no escogemos nuestra pareja entre una amplia muestra, sino que en la apabullante mayoría de los casos la persona con la que compartimos nuestra vida fue escogida en un reducidísimo grupo de personas. Este hecho es fácil de comprobar: ¿con cuántas personas del sexo que nos interesa para formar pareja manteníamos una relación suficientemente fluida en el momento en que encontramos a nuestra actual pareja, si exceptuamos a nuestros familiares? ¿Diez? ¿Veinte? Aunque fueran treinta (caso altamente improbable) no deja de ser interesante constatar que, de los millones de candidatos posibles, hemos encontrado al fin pareja a lo largo de una búsqueda que sólo ha incluido a … unas pocas decenas de personas. Y eso en el mejor de los casos. Pensémoslo de nuevo: ¿no sería mejor escoger entre … cien, doscientas, quinientas personas? Si la respuesta es sí, hemos llegado a la segunda gran verdad: cuanto más se busca, más fácil es que la persona que hemos encontrado nos satisfaga plenamente.

Examinemos a continuación las formas habituales que tenemos las personas para encontrar pareja. Las dos más frecuentes son: no hacer absolutamente nada (lo cual no sólo es estéril sino que además es incongruente con nuestro deseo de encontrar alguien con quien compartir nuestra vida) o peregrinar las noches de los fines de semana de local en local, copa en mano, esperando conocer al hombre o mujer de nuestra vida. El método digamos “avanzado” (sin duda menos frecuente que los dos anteriores) consiste en apuntarse a las fiestas que dan nuestros amigos o matricularse en cursos de cocina o baile.

Quien haya intentado cualquiera de estos métodos alguna vez habrá notado enseguida lo frustrantes y poco útiles que son. Y esto es así porque no son sistemáticos, sino que se deja prácticamente al azar algo que, si somos sinceros con nosotros mismos, es uno de los aspectos centrales de nuestra vida. Brillante.

Esto nos lleva a la tercera gran verdad: para la mayoría de las personas compartir la vida con alguien significativo es esencial, y sin embargo no nos empleamos a fondo en la búsqueda. Dejamos en manos de la suerte algo que para nosotros es crucial. Sería algo parecido a intentar encontrar trabajo paseando por bancos o centros comerciales, esperando que a un empresario le llamemos la atención y decida hacernos una oferta. Desde luego no parece un buen método para encontrar un empleo, ¿no? ¿Por qué pensamos entonces que debe funcionar en la búsqueda de pareja?

Los motivos que nos llevan a actuar así son complejos. A mí se me ocurren al menos tres: el primero tiene que ver con nuestra cultura. Supongo que en un país como España el romance es un tema rodeado de tanta historia, literatura, emociones y matices, que someterlo a una búsqueda sistemática sería, pensamos, traicionarlo. Y es que creemos que el amor es algo que tiene que irrumpir ante nosotros acompañado de un gran estruendo de magia y violines. Tiene que sucederte, que sorprenderte, que aparecer y volver tu vida del revés, nos decimos. El amor no se busca, se encuentra, repetimos incesantemente. Valiente estupidez.

El segundo motivo, creo, es que ponernos a buscar pareja activamente sería como reconocernos a nosotros mismos que la necesitamos, y si necesitamos algo –o a alguien- es que no estamos completos, o peor aún, es que somos dependientes. Así que como no queremos vernos ni incompletos ni dependientes pues… no buscamos. Absurdo.

El tercer motivo que se me ocurre es que buscar novia o novio es un poco más parecido a buscar trabajo que a buscar piso o coche. Cuando uno busca piso o coche se siente bien, puesto que sus amigos suelen pensar que uno tiene solvencia económica suficiente como para afrontar estos gastos (es curioso que nadie piense que su interlocutor se está empeñando hasta las cejas, que es lo que realmente pasa en la mayoría de los casos). Pero cuando uno lleva mucho tiempo buscando trabajo comienza a pensar que no lo encuentra porque no vale. Y aunque esto no es necesariamente así (es más, en la inmensa mayoría de los casos no lo es), con el tiempo uno se siente mal, como empequeñecido, como menos capaz. Y poco a poco va trasladando esta percepción de sí mismo a casi todo lo que hace. Al final nuestro modo de pedir trabajo es muy parecido a pedir limosna. Pero claro, ningún empresario quiere contratar a alguien que no confía en sí mismo. Así se cierra el círculo vicioso que lleva a muchas personas a permanecer sin trabajo durante largos periodos de tiempo. Bueno, pues algo parecido nos pasa cuando buscamos pareja: con el tiempo nos parece que si no la encontramos es porque no valemos. Envidiamos a los demás, que sí la tienen (por supuesto desconsiderando las pequeñas – o a veces grandes- miserias que tiene la vida en pareja) y nos sentimos peores que los demás. Y al final no salimos a ligar, sino a mendigar. Y a nuestras potenciales parejas les pasa lo mismo que a los empresarios: que no quieren meterse en la cama con quien no confía ni en su propia apariencia.

Afortunadamente la era de Internet nos ha traído los portales de búsqueda de pareja y podemos hacer la mayoría de nuestros movimientos en el más absoluto anonimato. Una ventaja, sin duda, o al menos al comienzo. Lo curioso es comprobar cómo muchas de las personas que se dan de alta en estos servicios afirman hacerlo únicamente para entretenerse o, peor aún, cuentan que fue un amigo o amiga quien les apuntó. Es decir, hemos trasladado al ciberespacio la vergüenza que seguimos sintiendo cuando estamos solos y necesitamos imperiosamente alguien con quien compartir nuestras vidas. Es muy raro (en Internet y en la vida en general) encontrar alguien que afirme tajantemente estar poniendo todos los medios a su alcance para encontrar pareja. Yo me sigo preguntando porqué.

De todas las iniciativas que han surgido en la red la que me llama más poderosamente la atención son los portales de Speed Dating. Estos sitios han causado una auténtica revolución en Internet, quizá porque cuentan con un hecho esencial en las relaciones humanas en general y en la conducta de ligar en particular: y es que debido a la comunicación no verbal, a las feromonas o vaya usted a saber a qué, el cara a cara es algo fundamental.

En estos sitios se ofrece la posibilidad de apuntarse a fiestas de Speed Dating, en las cuales un grupo de chicos y chicas se conocerán uno por uno, en cortas entrevistas de unos pocos minutos. Como es lógico también existen fiestas para homosexuales. Algunas veces el número de minutos por entrevista y el número de personas a conocer coinciden: por ejemplo diez personas a diez minutos cada una. Pero en el mundo anglosajón se pueden llegar a conocer hasta veinte personas dedicando tres minutos a cada una. Al final de la fiesta cada uno anota en un papel aquellas personas por las que ha sentido interés, y los organizadores vuelcan esta información en la base de datos, de modo que al día siguiente cada uno puede ver qué personas se han interesado por ellos.

Las ventajas de estos sitios sobre los portales normales de búsqueda de pareja son muchas: la primera es, ya lo he dicho, que tenemos la oportunidad de conocer a la persona físicamente, y eso ya es importante. La segunda es que si la persona nos atrae podemos declarar nuestro interés por ella pero, si la conversación no va por buen rumbo, no tenemos que dar excusas para salir pitando, puesto que al cabo de unos pocos minutos cambiaremos a otra persona. La tercera ventaja es que nos podemos apuntar a tantas fiestas como queramos. Veamos: en una fiesta de Speed Dating se pueden conocer tranquilamente siete personas en un día. Si vamos todas las semanas, habremos conocido a veintiocho nuevas chicas o chicos nuevos en un mes, cincuenta y seis en dos meses, más de cien en cuatro, y así sucesivamente. A este ritmo será difícil que no demos pronto con la persona que buscamos. La cuarta ventaja es económica: en una noche de marcha cualquiera se puede gastar tranquilamente más de cincuenta euros entre cena y copas y volver a casa tambaleándose sin haber conocido a nadie interesante. Por mucho menos de eso, unos treinta euros, uno puede conocer a siete personas. Y, lo que es más importante: mientras que las personas que uno encuentra en una discoteca pueden ser proclives al ligue o no, todos los que acuden a una fiesta de Speed Dating están buscando pareja, luego es mucho más probable tener éxito.

Pero lo más importante de todo es reconocerse a sí mismo que no por el hecho de no tener pareja uno es menos que los demás, para luego aceptar que, si uno busca pareja, lo mejor que puede hacer es buscarla activa y sistemáticamente. Es como buscar trabajo: muchas personas ya piensan (afortunadamente) que la búsqueda de empleo es ya en sí mismo un trabajo. Al fin y al cabo trabajar es algo esencial en nuestras vidas y por ello merece la pena dedicarle esfuerzos y dinero. Hagamos lo mismo en nuestra búsqueda de pareja y una mañana, no tardando mucho, nos levantaremos al lado de la persona con la que siempre soñamos.~

© Christian González-Pessoa.