Qué será lo que tiene el negro: de negros literarios y escritores fantasmas
«Pon tu corazón en los textos»
Grabado hallado en una tumba egipcia
Hay quien vive de escribir.
Hay Stephen Kings, hay J.K. Rowlings, Carlos Ruiz Zafones, gente que se hace millonaria con su talento, su marca, sus palabras. Por cada uno de esos, hay miles que permanecen en la más inane existencia, hay otros que logran compaginar la escritura con otro oficio (traducción, docencia, periodismo…), miles y miles que se quedan en el camino y tiran la toalla, y en el fondo, abajo del todo, ocultos a la sombra, están ellos: escritores fantasmas, negros literarios.
Ante la extendida (y, visto lo visto, lógica) perspectiva de que el talento es algo innato y la constante mercantilización de la literatura, es evidente que a este respecto algún iluminado tendría que buscarle una fuente de beneficios. No todos los seres humanos pueden ser Rafa Nadal o Whitney Houston por mucho que trabajen sus aptitudes. Un buen deportista o un buen cantante debe tener aptitudes, esto es, debe nacer con la potencialidad de convertirse en ello, y a través del trabajo y entretenimiento logrará o no alcanzar la cima del ámbito en cuestión. Con la literatura, pues, sucede más de lo mismo: puede nacer una persona con talento para escribir, ésa es la parte innata, y podrá desarrollarla con esfuerzo y las herramientas que proporciona el mundo en que vivimos: talleres de escritura creativa, espacios de creación en internet. En el caso contrario, una persona que nazca sin ese talento, por muchos cursos de escritura y tertulias literarias en que participe jamás logrará la excelencia en las letras; podrá escribir libros, claro está, pero no será un escritor.
Volvamos a la visión materialista de la literatura. La cultura supone una ingente fuente de ingresos para un país, si ésta se gestiona y promociona bien. Dado que no todo el mundo tiene el talento, tarde o temprano se crearía el concepto de escritura fantasma: gente que paga a otra gente para que escriba textos en su nombre. La práctica, aparentemente poco ética o extravagante, está muy extendida en diversos ámbitos, no sólo en el de la literatura. Hagamos, pues, un breve recorrido por cada uno.
Medicina
Más allá de que en un equipo de investigadores que publica un trabajo al final no conste el nombre de todos los miembros implicados (esto es especialmente significativo cuando hay becarios de por medio), en el ámbito científico y médico es muy común que médicos o investigadores, especialistas en un área concreta, firmen textos como si fueran los autores para darles cierto valor profesional. Por lo general, una farmacéutica o cualquier organismo interesado en dar a conocer un producto o servicio médico encarga el texto a un escritor profesional (el negro en cuestión), y una vez que éste lo entrega y renuncia a sus derechos sobre él, busca un especialista a quien también paga para que use su nombre aparezca detrás de al investigación que respalda al producto o servicio. Es evidente que los fines de esta escritura velada son publicitarios y hay ánimo de lucro de por medio. Si no, no se entendería que alguien fuera capaz de pagar dos veces para lograr una publicación.
Lo interesante de este caso no es que ponga sólo en cuestión la ética del escritor encubierto, sino la del profesional que se expone a vender su nombre y su reconocimiento dentro de la comunidad científica. Existen comités de regulación de estas prácticas, ya que se supone que si el doctor Serrano firma una investigación sobre los efectos antialérgicos de esta pomada, el doctor Serrano ha pasado meses investigando sobre el tema hasta dar con el producto, cuando la verdad es otra: trabajan a la sombra los verdaderos investigadores o fabricantes del producto, el escritor que redacta el estudio y el médico que pone su nombre sin haber intervenido, pero quien saca verdadero beneficio de todo es la mano que mueve los hilos.
No ficción
Manuales de cocina, libros de divulgación sobre la fauna y flora de Alaska, lecturas breves para niños sobre la historia de la humanidad, libros de autoayuda… Todos estos libros los tiene que escribir alguien. Un editor ve, por ejemplo, que la temática zombie está de moda y decide que quiere tener un volumen cuanto más gordo, mejor, sobre los orígenes del mito y las sucesivas apariciones de los no muertos en la ficción hasta la actualidad. Para ello, decide contratar un negro cualquiera. Si le sale bien la jugada, logra que el responsable de una serie o película de temática Z acceda a firmar el libro como propio, de modo que el negro no podrá reclamar el libro como suyo.
Manuales de instrucciones, libros de texto, cualquier escrito derivado del merchandising de un producto que vende mucho ha sido redactado por escritores profesionales que aceptan el encargo a pesar de que no obtendrán reconocimiento. La no ficción es probablemente donde menos se valora el trabajo de los escritores, ya que se trata de una especie de trabajo en cadena donde no hace falta poner el alma, sólo cumplir el encargo con presteza. De todos modos, es preciso hacer una distinción entre negros y escritores por encargo, ya que estos últimos, aunque en definitiva siguen el mismo proceso laboral que los negros, firman sus trabajos y, por ende, la propiedad intelectual de sus textos sigue siendo suya.
Famosos
Hoy en día basta con plantarse en una librería para encontrar libros como Justin Biever: primeros pasos hacia la eternidad, Rafa, autobiografía de Rafa Nadal, Jorge Lorenzo: Por fuera desde dentro o Dani Martín: Soñar no es de locos, todas ellas (auto)biografías de personajes públicos que se venden como productos propios. No hay que ser demasiado inteligente para saber que Jorge Lorenzo o Justin Bieber no tienen los conocimientos ni la capacidad de escribir un libro completo por una sencilla razón: talento y formación. Gusten o no, son los primeros en sus ámbitos porque tienen dotes para aquello a lo que se dedican, pero no para escribir. Así, una editorial que ve las posibilidades de vender libros como churros, propone al personaje público sacar adelante unas memorias o autobiografía con la ayuda de un escritor profesional, el negro de turno. El proceso de trabajo supone un esfuerzo sólo para el escritor, quien se tiene que documentar, entrevistar al protagonista del proyecto o a su entorno, familia y conocidos, para aportar una visión lo más realista y amplia del personaje en cuestión. En muchas ocasiones, ni siquiera aparece el nombre del autor; la mayoría de las veces, lo hace eclipsado por el del famoso, bien con una fuente de tamaño ridículo en la portada, bien entre los datos técnicos de la publicación; otro modo de encubrir esta práctica es poner al negro como colaborador del supuesto autor. De este modo, hay una amplia franja de exposición, de la más cínica omisión a la muy poco común coautoría. Una vez más, el gran beneficiado aquí es quien mueve los hilos de sus pequeñas marionetas, por norma general el editor o la empresa editorial.
Políticos
Quien haya visto El ala oeste de la Casa Blanca sabrá que detrás de la imagen del presidente de un país hay todo un gabinete especializado en el mínimo aspecto, por supuesto también su oratoria. Si bien es imprescindible que el político sea capaz de defenderse de forma natural ante su adversario -para eso están los debates y los cara a cara-, es preciso que tras un buen político haya incluso mejores escritores. A la hora de apelar a la población, sólo el mejor plumilla será capaz de llegar a todo el mundo sin resultar impostado, mentiroso o barato. Por este motivo, los políticos cuentan con escritores que preparan sus discursos aun cuando sea el propio político quien tome la iniciativa al respecto. Estos escritores, que suelen ser hombres de confianza del político, también revisan o modifican los escritos originales para alcanzar cuotas elevadas de credibilidad, por paradójico que suene. Así, políticos como Hillary Clinton o Ronald Reagan, por citar sólo dos, han contado con negros literarios para la escritura de sus memorias por cifras astronómicas. Algunos políticos se vanaglorian de ello, aunque otros sólo lo ven como un mecanismo más en la intrincada carrera política. El propio presidente Kennedy debía gran parte de su gloria a varios títulos atribuidos a su autoría.
De hecho, en países como Francia no está mal considerado el papel del negro o plumilla (plume), y fue en esta lengua donde comenzó a utilizarse el término négre litteraire, y todos los presidentes de la República han contado con negros ilustres, de François Mitterand a Nicholas Sarkozy, pasando por Chirac. Churchill, sin ir más lejos, obtuvo el premio Nobel de Literatura, galardón otorgado a nombres de la talla de García Márquez o Saramago, por “su dominio de la descripción histórica y biográfica, así como su brillante oratoria en defensa de los valores humanos”. Lo de los negros literarios no es algo exclusivo de los presidentes, ya que meros candidatos y ministros también abusan de esta práctica, como la popular Ministra de Cultura Pilar del Castillo, que firmó artículos académicos que no había escrito [1].
No es de extrañar tampoco que los políticos adopten a guionistas como autores de sus discursos vistos los resultados y la magnífica escritura de las plumas que habitan tras The good wife, The West Wing o Six Feet Under, por poner varios ejemplos.
Cibernegros
Con la aparición de Internet y, sobre todo, el surgimiento de redes sociales y blogs, muchas son las empresas que, superadas por el requerimiento constante de contenidos y la corrección que se exige en el ámbito profesional, no pueden sino contar con la colaboración de escritores profesionales para que se hagan cargo de ello. No sólo de aportar contenidos nuevos y constantes, sino de interactuar con los usuarios a través de las redes sociales y ya no se trata sólo de escritores, sino de expertos en social marketing. Además, se les exige que adopten diversos roles para dar vida a las colas de comentarios y foros donde se habla de los productos y servicios que se anuncian.
La aparición de estos negros a raíz de las necesidades suscitadas por internet, ha progresado principalmente gracias al anonimato e inmediatez de la red de redes. En cuestión de segundos es posible hallar un autor dispuesto a trabajar en la otra punta del mundo, y más aún, con la calidad adecuada y tarifas ridículas. Para sobrevivir así, habría que estar todo el día escribiendo, pasar jornadas laborales de cerca de veinte horas frente al ordenador. Esto, cómo no, deriva en formas de explotación y subcontratación, si bien esto no es nuevo: el negro que contrata otro negro para cumplir sus deberes por tarifas irrisorias dada la oferta de escritores que proporciona la democracia de Internet.
La explotación cobra la misma forma que en cualquier otra clase de manufacturación. Al igual que proliferan los talleres de confección textil o de fabricación de armas en países legalmente desprotegidos, el editor o cliente que busca contratar un escritor negro acaba por escoger a un autor hindú o filipino a uno británico o americano para así ahorrar cerca de un ochenta por ciento de la tarifa. Esto se debe a que, si bien en los países del primer mundo se trata de proteger a los autores y la propiedad intelectual, en países menos avanzados la legislación en este ámbito no ha cubierto este terreno. Los organismos y asociaciones de escritores en Europa o América establecen unas tarifas mínimas en función del tipo de texto y su complicación, de modo que el contratante prefiere trabajar con gente en una situación irregular para ahorrar mucho dinero a cambio de un producto con la misma calidad.
Música
La historia de la música, como la historia de la escritura, está plagada de genios, de autores frustrados, de envidia, de talento o la ausencia de éste. Al mismísimo Mozart le pagaban para que compusiera por encargo para gente poderosa, lo que le permitió sobrevivir y dedicarse a la vez a su trabajo personal, a través del cual obtuvo prestigio y reputación; es decir, trabajar a la sombra sirvió para que compusiera sus más célebres partituras. Por tanto, siempre ha habido gente rica que ha utilizado su dinero para comprar el talento y el silencio de otros, y tal vez muchas de las obras que conocemos no existirían sin esta práctica de naturaleza poco lícita.
En la actualidad es aún más común que la industria musical se aproveche del talento de gente sin nombre y sin medios para destacar. Una discográfica compra cientos, miles de canciones, con la esperanza de encontrar a la próxima Katy Perry, Rihanna o Britney Spears. Luego, produce discos a porrillo, uno cada dos años, a costa de la imagen prefabricada de una estrella que apenas tiene capacidad de decisión en su carrera, a costa de auténticos compositores que nunca verán reconocida su labor.
Pero es sobre todo en el mundo del hip hop donde los negros han dejado de ser un tabú. Ice Cube, Jay-Z o Kanye West, los máximos representantes del género hoy en día, cuentan cada uno con su equipo de negros, y han llevado esta táctica a su última consecuencia con la creación de una página web[2] donde negros y artistas dispuestos a comprar negocian con letras de canciones. Una de las excusas más extendidas es que, al igual que hay gente con el don de cantar, hay otros especialmente finos en las artes literarias, de modo que si dos se unen, se produce un resultado, una música que de otro modo permanecería ajena al mundo. Vamos, que tener un negro es una acción caritativa con el resto de la humanidad.
Negros literarios y literatura
Pero, si hay un ámbito donde se vulneran los principios de la creación, éste es el de la literatura. No es algo extraño. No son casos extremos. Está normalizado. Sólo en España hay varios cientos de negros literarios.
La historia del escritor fantasma o negro literario viene de lejos. Los primeros textos conocidos, de origen religioso, fueron escritos por negros a pesar de que otros se los atribuyeron más adelante. La Biblia, por ejemplo, fue escrita por decenas, quién sabe si cientos de autores que nada tenían en común, apilados bajo un mismo dogma, aunque sin firma para dotar de un aura más sacra al texto.
Muchos autores ahora reconocidos y respetados sobrevivieron como negros literarios: el padre del terror cósmico H.P. Lovecraft, por ejemplo, se dedicaba a escribir novelas de ciencia-ficción en cadena para Harry Houdini. Otros nombres que se dedicaban a escribir en la sombra son los de Paul Auster, Sánchez Piñol, José Luis Coll, Andrés Trapiello, Rocangliolo o el mismísimo Antoine de Saint-Exupery, de quien se llega a afirmar que escribió su obra El principito por encargo. Por norma general, los negros abundan en la literatura de género, a saber, ciencia-ficción, terror, novela rosa… donde el estilo se puede imitar fácilmente o se pueden escribir historias con personajes protagonistas de una saga de un autor conocido, de modo que el universo del escritor engorde de manera extravagante. También es muy frecuente que escritores que han fallecido con novelas a medio escribir las hayan dejado casi listas, o ésta es la idea que se vende siempre. Se contrata al negro para que reescriba la novela como lo habría hecho el autor, no importa si sólo tenía el prólogo o 564 páginas, y cuando está lista, se lanza al mercado editorial sin más preámbulos. De ahí probablemente las suspicacias con las que se reciben los trabajos póstumos de Roberto Bolaño o, especialmente, José Saramago.
En el otro lado de la balanza se encuentran autores a quienes se les conocen negros, a quienes se les presupone o de quienes hay sospechas. Suelen ser casos de autores que venden muchísimo, esto es, autores de best sellers como Stephen King, quien en plenos desvaríos de drogadicción era capaz de entregar libros de cientos de páginas a su editor. Es muy conocido el caso de Tom Clancy, cuyos libros escritos en la última década están firmados por él conjuntamente con sus negros, demostrando una vez más que es prácticamente imposible mantener la fábrica de exitazos por una sola persona. Pocos casos lo confirman, como el de la autora Corín Tellado, fallecida el año 2009, quien escribió la friolera 4000 títulos, en su mayoría novelitas rosas, muchas de ellas publicadas bajo diversos pseudónimos. Sólo así parece posible vivir de la literatura, con una obra ingente de dudosa calidad. Si algo no se le podía reprochar a Tellado era su indudable honestidad.
Algunos autores no tienen reparos en admitir que sus libros los han escrito negros. Es el caso, por ejemplo, del madrileño Sánchez Dragó, que, a pesar de haber sido negro literario durante su juventud, no duda en afirmar en una entrevista[3] que a él le preparan los libros y él sólo los firma, a pesar de que ni siquiera ha leído el último. Aquí entra el dilema mayor: ¿pueden considerarse esos libros literatura? ¿Es lícito que la obra de una persona se haga pasar por la de otro? ¿Debería sentirse estafado alguien que ha pagado por leer a Sánchez Dragó y está leyendo a un desconocido?
Afortunadamente, estos casos son los menos. Los autores más reputados dentro del ámbito literario trabajan exhaustivamente en sus obras, pulen su estilo y saben defender sus trabajos a ultranza. De hecho, la mayoría publican pocos libros, ya que un trabajo serio de novela requiere mucho tiempo y trabajo, desde la etapa de documentación al lento desarrollo, junto a las múltiples correcciones a las que someten los autores sus libros. Pueden, no obstante, contratar los servicios de un negro para ciertas etapas de la novela, puntos concretos como la documentación o corrección, a menudo aspectos farragosos, de modo que sólo se tengan que preocupar por el proceso creativo. Aunque esa parte del trabajo no quede tampoco registrada, es bastante habitual en el mundo editorial.
Pero aquí, antes de dar nombres y apellidos, tal vez lo importante sea enumerar algunas de las numerosas anécdotas derivadas del empleo de negros literarios: una de las más curiosas, por descabellada, es la de que William Shakespeare pudo no existir, y que en realidad se trataba de un seudónimo de un noble que quería publicar su obra bajo anonimato o la obra de un grupo de escritores que pretendían cambiar la sociedad a través de un personaje creado por ellos, el mismísimo Shakespeare.
Otra anécdota llamativa es la de Alejandro Dumas, a quien se le aproximó un hombre en el funeral de su negro, y reconoció ser el negro de su negro. Dado que ambos se encontraban profundamente afligidos, resolvieron trabajar juntos para salir ganando los dos. Y es que el caso de Dumas es especialmente llamativo: se dice que contó con numerosos negros con quienes trabajaba a medias dividiendo el trabajo en partes del proceso, y aunque Dumas se llevaba la fama, mantenía buena amistad con sus escritores.
En cuanto a las letras españolas, Rubén Darío contaba con un negro, aunque no en el exacto sentido de la palabra, ya que contrató a Alejandro Sawa para que le escribiera un artículo para publicar en La Nación, y como Darío no le pagaba, Sawa hizo público el entuerto. Y es que es muy frecuente que a los negros se les pague mal, poco, o a veces no se les pague. También están en entredicho César Vidal y el inefable Arturo Pérez-Reverte [4].
También son célebres los casos de Ana Rosa Quintana, Jorge Bucay o Alfredo Bryce entre aquellos que, debido a acusaciones de plagio, se vieron obligados a admitir la existencia de negros tras su obra. A veces, el negro, sobre todo cuando no es demasiado profesional o se le presiona por encima de sus posibilidades, puede sentir la intención de boicotear el trabajo copiando párrafos enteros de otros libros e inventando sin ton ni son para completar el encargo y cobrar.
También son interesantes las historias de negros que completan novelas ganadoras de premios porque no llegan al fallo oficial por cuestiones de tiempo, lo que deja entrever una vez más la poca fiabilidad de los premios literarios y la falta de honestidad de muchos autores. Aunque, sin duda alguna, la historia más llamativa de todas es la que atribuye la autoría de una novela de Saddam Husein a un negro estadounidense. Ver para creer…
El novelista Manu Manzano, que comenzó escribiendo para un gran grupo editorial, confiesa haber inventado novelas firmadas por autores inexistentes en las que supuestamente se habían basado películas o series de éxito, así como convertir borradores de apenas veinte páginas en novelas de más de trescientas. ¿Qué lleva, pues, a un escritor a tomar la decisión de hacerse negro y escribir para otros, ocultarse en la sombra, volverse un fantasma a voluntad? Principalmente, la economía. El trabajo de negro literario está muy bien pagado. Con las tarifas que ofrecen las páginas web [5] de escritores por encargo y negro, un autor podría obtener beneficios para vivir holgadamente, mucho más que un escritor que publica bajo su nombre y vende una cantidad media. Así pues, no es de extrañar que parezca tentador lo de hacerse escritor a la sombra. No obstante, se pueden encontrar más motivos: vivir de escribir, el sueño que todo escritor desea, sin horarios ni oficina, sólo plazos y los encargos que cada cual quiera aceptar. Además, el tiempo libre se puede invertir en la creación propia, de modo que ésta no se vea afectada; es más, puede servir lo de negro literario como ejercicio para mejorar y experimentar con géneros y estilos de otro modo imposibles. Si atendemos a criterios románticos, también es evidente que, de otro modo, sin negros muchas historias nunca verían la luz, no arrojarían su magia sobre el mundo.
Pero aquí cabe otra reflexión: ¿cómo se atrevería alguien que ama tanto las letras, que no sabe otra cosa en el mundo que escribir, a prostituir su don? ¿Serías capaz de pactar con el diablo a cambio de un sueldo estable? ¿Es literatura lo que sale de esa situación, de esas manos, de ese corazón? ¿Cuántas veces nos habrán engañado?~
Referencias:
[1] http://elpais.com/diario/2001/01/02/cvalenciana/978466684_850215.html
[2] http://raprebirth.com/
[3] http://www.youtube.com/watch?v=qyKVGQb6kro
[4] http://www.periodistas-es.org/my-blog-dashboard/octavio-colis/arturo-perez-reverte-de-copias-robos-falsificaciones-y-plagios
[5] http://www.escritoresporencargo.com/
Jose, ENHORABUENA, un trabajo excelente e interesante que me ha descubierto el secreto de algunos autores que no podía ni imaginar. Un abrazo.
Muchas gracias, Alia. Ha supuesto todo un descubrimiento también para mí el tema, sobre todo algunos detalles de lo más desconcertantes. Un abrazo
¡Ay!, lo que hace la fama y la necesidad de mantener la popularidad, o el dinero. Lo correcto sería que si el escritor (el que sea) usa negros literarios, que lo diga. Que diga que el libro es del “taller”, de su “escuela” o de “corriente…” o como quiera decirlo, pero no de él. No hacerlo es estafar.
Gran texto Alberto. Esperamos seguir leyéndote por aquí.
Muchas gracias, buen trabajo, me ha ayudado a comprender mejor el producto final (obra) de algunos autores.