La filosofía del envidioso

IMAGINEMOS QUE HUBIERA pasado si la televisión y el periódico hubieran surgido desde el principio del mundo. El reportero encargado de la nota roja, hubiera informado sobre el primer homicidio que mancho de sangre “la inocencia del Universo”. El encabezado de la noticia diría: “mato a su hermano” y las fotografías presentarían la imagen de un joven destrozado junto a sus ovejas, atrás, un hermoso bosque de cedros (la soledad del campo). El móvil del crimen fue la envidia. Caín sufría porque se daba cuenta de que Abel era mas aceptado por Dios que él. No pudo soportar la dicha ajena, le dolía como una llaga la buena suerte de su hermano y acabo con él.

¿Pero qué es la envidia? Tener envidia es tener tristeza del bien ajeno. La envidia es sufrir porque mi hermano, amigo o vecino tienen lo que yo no tengo, dolerse de los éxitos ajenos, torturarse de ver la felicidad que sienten los demás, quemarse de pura pesadumbre, porque se siente el alma pobre y vacía, viendo cómo los demás disfrutan, poseen, despilfarran… de ahí la pregunta ¿Por qué ellos si y yo no? El envidioso confronta lo propio con lo ajeno, sitúa su yo frente a los demás; de ahí deduce la propia carestía y la ajena opulencia. ¿Por qué yo no tengo el dinero, la fama, la inteligencia, la novia(o), la casa, el automóvil, el cuerpo, los buenos puestos, la ropa, las encomiendas, la hermosura y la situación que otros tienen? El envidioso debería se cree obtener de esta confrontación, el impulso para decir: “si yo no tengo las comodidades que otros tienen, voy a tratar de luchar para adquirirlas en cuanto me sea posible”. Es decir como un eje motivador. Pero no, el envidioso en lugar de tener una actitud positiva dice comúnmente lo siguiente: “como yo no tengo lo que tú tienes, entonces para que lucho si nunca lo voy a conseguir” encerrándose en un estado de mediocre, triste y vació en una actitud pasiva y sedentaria culpando a medio mundo de lo que es, incluso le echa muchas veces la culpa a Dios de su suerte. Ya sin estímulos, sin propósitos que tiendan a superarlo, se limita a cruzarse de brazos y llenarse de tristeza, no por aquello que no tiene, si no por aquello que tienen los demás llegando en algunos casos a lo extremo, en llegar a castigar tanto física -como- psicológicamente al envidiado por su ventaja.

Basta con que alguien sea feliz para que el envidioso sea desgraciado. ¿Progresas en tus negocios? Me enfermas, ¿Has obtenido un puesto mejor o sacaste buenas calificaciones? Me fastidias, ¿Disfrutas de fama y honores? te odio. Pero cuidado por que algunas veces el envidioso goza cuando advierte la desdicha ajena, cuando alguien sufre un contratiempo o encuentra el fracaso o lo despiden de un trabajo. En pocas palabras la envidia siempre indica el deseo de hacer daño, por ejemplo: ¡que alegría de verte! ¡Si supieras cuando lo siento! ¡Cuentas conmigo para lo que necesites! ¡Tu dolor es mi dolor! ¡No sabes como me duele que hayas chocado el carro estaba tan bonito! ¡Te despidieron pobre de ti! ¡Yo soy tu amigo más que compañero! Dando como resultado a una falsa, ya que entre dientes ¡ja,ja,ja, imbécil que bueno que te paso eso, eso y mas merecías por creerte ser mejor que yo! Pero en el pecado va la penitencia, ser envidioso, no es malo, es malo cuando no luchas por hacer lo mismo que hace el envidiado o mucho mejor que él. Ya que la envidia es una cuestión propia de humanos, es inherente a todo ser vivo y se desarrolla en las primeras etapas de nuestra vida, pero en algunas ocasiones es el eco de los sentimientos de inferioridad y rivalidad sufridos de niños durante el desarrollo psicológico, con padres y hermanos, ¡tu hermano es mucho mejor que tu, deberías ser como él! Y así el envidioso lleva dentro de si un suplicio, una penitencia, porque la pasión se convierte en verdugo de uno mismo. Amarga la vida, ciega la fuente de alegría, empolva el alma de un odio sutil y pertinaz con que el envidioso acecha, traiciona, perjudica, pierde a quienes son sus mejores amigos o compañeros, juzgándolos como sus rivales. También hay envidia colectiva, de grupo a grupo, de nación a nación, de político a político de maestro a maestro. Tristemente las sociedades sienten esa enorme soledad de envidia soñando que algún día vendrá un gobierno que los saque de la miseria, pero en algunas ocasiones no hacen nada por salir del atolladero. Y algunas veces lo manifiestan con artimañas y diplomacias hipócritas, con calumnias y detracciones, con palabras murmuradas o silencios efusivos.

Lo mejor para hacer frente a la envidia es no vivir pendientes de lo que no tenemos. Practiquemos la contemplación en su sentido más profundo, el deleite por lo que se tiene, el redescubrimiento gozoso de lo que nos rodea: las personas que queremos, la fauna y la flora, los paisajes, los pequeños objetos entrañables o los que nos hacen más cómoda la vida. También podemos convencernos de que, normalmente, nada perdemos cuando a otros les van magníficamente bien en las cosas. O darnos cuenta de que compararse con los demás casi siempre resulta estéril. Nuestro mejor punto de referencia somos nosotros mismos. Establezcamos metas en función de nuestras posibilidades, no de lo que otros han conseguido. Podemos considerar que hemos superado la envidia cuando nos alegramos del éxito o la buena suerte de los demás. La envidia destruye.~