Independencia e historia

HABLANDO UNOS MESES atrás con unos amigos, surgió el tema de moda en ese momento. Bueno, en ese momento y si cabe, aun más ahora: la independencia de ciertas (pseudo-) naciones y la pertenencia de ciertos territorios a unos u otros países. La aparición de dicho tema de conversación hizo aflorar una sonrisa en mi cara, comenzando como es costumbre en mí a hacer preguntas de manera impertinente a mis contertulios: ¿A que se debe que reclamemos los españoles la soberanía de Gibraltar cuando pertenece desde hace varios siglos a la “Pérfida Albión”? Evidentemente la respuesta es sencilla, ya que el peñón de las disputas está claramente en nuestro territorio nacional. Pero entonces, ¿qué sucede con Ceuta, Melilla o Alhucemas por ejemplo? Ahí la opinión de los allí presentes parece cambiar con respecto a las reglas que usaron para contestarme a la pregunta anterior. Su respuesta se basa en que nos pertenecen por derecho, pero bueno, con ciertos remilgos asumen que tampoco sucedería nada si pasasen a manos de Marruecos. Aún así, quise llegar más lejos, ¿no deberían pertenecer [las Islas] Canarias al Sahara? Éstas son ya palabras mayores, claro. El revuelo creado es impresionante, y veo miradas con un “anatema sit” en los ojos. Evidentemente, en ningún momento pretendía, ni pretendo, defender la pertenencia de estos territorios a unos u otros países, simplemente quiero hacer mención a un hecho claro, y es que sólo sabemos verlo desde nuestra perspectiva, y nunca desde la de nuestros supuestos adversarios, los cuales desde su lado al fin y al cabo, defienden lo mismo que nosotros.

Aquí entra en liza la cuestión de que pertenece a quien, de lo cual se encarga el derecho internacional, aquel al que apelamos cuando el incidente de Perejil. Tiene en cuenta consideraciones históricas, aquellas que recordamos al decir que Canarias nos pertenece por “historia”. Bueno, pues cojamos el ataúd de Felipe IV y pongamos de nuevo nuestras picas en Flandes. Si hace menos de cuatrocientos años nos pertenecía Bélgica, ¿por qué no debería pertenecernos de nuevo? O mirándolo por otro lado, si Al-Andalus perteneció a los árabes durante setecientos años, ¿por qué no debería ser suyo ahora? Se que todo lo anteriormente expuesto parecerá absurdo, pero la realidad es que son los argumentos que todos usamos para defender lo que supuestamente nos pertenece. Dejamos de lado la coherencia y convertimos en verdad absoluta hechos históricos que tienen dos caras.

Por otro lado, tenemos la cuestión de los nacionalismos independentistas, tan en boga en la actualidad. Mirando el caso español, y más concretamente el catalán (aunque me valdría cualquier otro), considero que podemos simplificarlo desde tres perspectivas: la histórica, la social y la económica. En cuanto a la perspectiva histórica, al fin y al cabo, se resume a lo comentado en los párrafos anteriores: cualquiera que bucee un poco en la historia podrá encontrar apoyos a las dos facciones sin muchos problemas.

Respecto a la perspectiva social, encontramos que sin duda es la más compleja. El independentista no nace, se hace. ¿Y por qué se hace? Es la consecuencia de unas ideas que ha estado mamando desde pequeño, ideas que provienen de personas que durante la dictadura fueron reprimidas en sus ideas y actos, y que no podían hablar su lengua en la calle ni hacer gala de su catalanismo. Parte de éstas personas, son hoy en día la elite que dirige y aporta su ideología al separatismo: escritores, políticos, periodistas, catedráticos,… El argumento base de estos pensadores es el siguiente: si queremos ser libres, ¿por qué no podemos serlo? Quizá este argumento no parezca exportable a otros casos en otros países, pero en general si que es así, aunque evidentemente con diferentes connotaciones en cada lugar. En los lugares donde ha existido una fuerte represión, por un efecto muelle la radicalidad de las ideas se ha multiplicado.

En cuanto a la causa económica, no hay mucho que decir, es tan claro y diáfano como cuando nos miramos a nosotros mismos y a nuestros vecinos. A nadie le gusta pagar más que los demás y recibir menos. Desde luego nuestra sociedad no es solidaria, pero es que nosotros tampoco lo somos, y quien piense lo contrario miente, aunque por supuesto siempre existan honrosas excepciones.

La conclusión es muy sencilla aunque reconozco que conformista y poco esperanzadora: no existe solución a este problema aunque se busque con tanta insistencia, como mucho podemos ir colocando parches coyunturales que a la larga no sirven. La historia se ha repetido una y otra vez en diferentes países, con diferentes culturas y credos y en circunstancias muy diferentes. Aquella frase que dice “el que no pueda acordarse de su pasado está condenado a repetirlo”, se ha revelado como incierta. Conocemos nuestro pasado, pero no nos importa repetirlo.~