Feliz fin del mundo: no olviden cerrar con llave

«Si es posible concebir un fin del mundo (o de la visión de ese mundo, que no es lo mismo) es porque la humanidad ha tomado conciencia de su propia caducidad. La muerte colectiva se plantea como el cierre necesario de un proceso: el de darle sentido a la propia vida individual». Y parece que la cuestión nos entretiene. Un texto de Édgar Adrián Mora

 
EL FIN DEL mundo es un tema que ha orbitado a lo largo de toda la historia de la humanidad. Esa idea del fin remite a la alegoría que se establece con respecto de la toma de conciencia de la propia muerte. Es decir, si es posible concebir un fin del mundo (o de la visión de ese mundo, que no es lo mismo) es porque la humanidad ha tomado conciencia de su propia caducidad. La muerte colectiva se plantea como el cierre necesario de un proceso: el de darle sentido a la propia vida individual. De ahí que los movimientos milenaristas sean tan exitosos.

candadoAhora mismo, se anota que los mayas, una civilización con una visión del mundo que no podemos aquilatar en toda su amplitud ni significado, dejó un pronóstico que augura un (nuevo) fin del mundo para diciembre de este año. De inmediato, las publicaciones sensacionalistas y el mercado mediático se han volcado sobre la posibilidad de que tal predicción sea realista. Parece que tal cuestión nos entretiene pero no nos preocupa.

Es decir, el «inminente» fin del mundo se vuelve un buen pretexto para la sobremesa o la broma superficial, pero no un hecho de verosimilitud dura. Si lo fuera, es probable que la vida (tal como la conocemos y como la concebimos) se hubiera detenido, transformado, subvertido. Todos hubiéramos mandado al diablo nuestros empleos, marchado a la montaña, la playa o al antro nudista más próximo. Sin embargo, continuamos en nuestras ocupaciones cotidianas, a pesar de que medios tan «serios» como el Discovery Channel o el History le dediquen amplios espacios a las entrevistas de «especialistas» que, algunos, dan crédito a las predicciones de los antiguos, desconocidos y muertos mayas.

Porque los mayas vivos, es decir, los descendientes de aquellos maravillosos astrónomos y artistas se muestran de lo más despreocupados. O, mejor dicho, preocupados por cuestiones más urgentes: la subsistencia personal, familiar y comunitaria; la degradación continua e indetenible de los recursos naturales de las zonas donde han habitado por siglos; la represión que sus representantes enfrentan de manera cotidiana al confrontar su visión del mundo con la de los Estados modernos; la transformación de su entorno inmediato por el paso de la inmigración centroamericana a los Estados Unidos con los problemas que esto ha traído: presencia del narcotráfico, tráfico de personas, secuestros y esclavitud sexual.

Podríamos matizar: tal vez los actuales mayas no estén preocupados por el fin del mundo porque es una situación que han estado viviendo de manera cotidiana y agravada durante los últimos cinco siglos. El Apocalipsis es algo cotidiano y, por lo visto, un proceso de larguísimo plazo.

Porque pareciera que no es posible pensar en el fin del mundo más que en términos de un borrón violento del estado de cosas tal como las conocemos. No en términos conceptuales, sino incluso físicos: explosiones volcánicas, lluvia de sangre, muertos saliendo de las tumbas, paso a cobro de deudas de comportamiento ético, dioses coléricos revisando los libros de la vida y de la muerte, condena a tormentos sin fin, etcétera. De esto son culpables, a partes iguales, la tradición judeocristiana y el cine de Hollywood. Tanto la una como el otro han dedicado parte de su producción a mostrarnos visual y narrativamente como nos va a cargar, literalmente, el diablo. Hay aquí, en esta idea posmoderna del fin del mundo, un sincretismo que retoma por igual elementos narrativos de culturas prehispánicas, imaginarios bíblicos, reconstrucciones literarias y efectos especiales en tercera dimensión.

Porque el mundo se ha terminado tantas veces que hoy no asusta a nadie. Baste recordar casos como el de Orson Welles y su escenificación radiofónica de The War of Worlds del otro Wells. Para los radioescuchas de ese evento, el fin del mundo fue una realidad durante los cincuenta minutos en los cuales el pánico se apoderó de los habitantes de Nueva York y Nueva Jersey. Escenificación del miedo colectivo que buscaba la manera de expresarse en términos, también, de escenificación de la propia muerte. ¿Cómo habrá sido la visión del mundo de aquellos ciudadanos sumidos en la angustia en los años siguientes? Convencidos de que morirían sin remedio, ¿habrán mudado de comportamiento al darse cuenta de que lo concebido como inevitable no era sino anecdótico?

O los sobrevivientes del movimiento milenarista de Canudos en Brasil, del cual Vargas Llosa da noticias en La guerra del fin del mundo. Cuando la segunda venida de Jesús no se dio, ¿habrá menguado su fe en el cristianismo? ¿O en determinado momento se dieron cuenta que su lucha era más social y en contra del Estado brasileño que a favor de la vida eterna en el Paraíso?

O el fin del mundo anunciado en Tandil, en plena pampa argentina, descrito en extenso por John Lynch en Masacre en la pampa, que sirvió más como un acicate a la xenofobia y la defensa de la tierra que se concebía como propia más que como el reconocimiento del fin en la llegada de esos Otros que no debían ser aceptados. La Patria como la configuración de lo terreno, contrapuesto a la aceptación de lo extranjero como el inicio de la caída hacia el Inframundo.

O, incluso, la aventura milenarista que se vivió en el norte de México en pleno porfiriato en la comunidad de Tomóchic, de la cual escribió con afán periodistíco Heriberto Frías en su libro del mismo nombre.

O cuestiones más recientes como el suicidio masivo de los seguidores de Marshall Applewhite agrupados alrededor de la doctrina de Heaven’s Gate en 1997.

Tras la idea del fin del mundo se encuentra el miedo. Un miedo que surge de los abismos más inexplicables de la humanidad. Una confianza, tal vez, en que la muerte implica una renovación de la cual podríamos, según las diversas narrativas míticas, ser testigos privilegiados. Hasta aquí llego. Nada más, por si las dudas, les deseo un feliz fin del mundo.~