Ese otro en el reverso del espejo: multiculturalidad, migración y cultura en América Latina
“La idea de la multiculturalidad en América Latina se encuentra como uno de sus componentes constitutivos y que le otorgan, en más de un sentido, características que le ayudan a concebir su propia identidad.” Un texto de Édgar Adrián Mora.
No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color
de identidad.
Facundo Cabral
Luis Pescetti, actor, compositor y escritor argentino, comienza uno de sus libros con una imagen que, a lo largo de la historia, ha sido parte de una gran cantidad de latinoamericanos: la del movimiento continuo, la del desplazamiento obligado: “Comencé a viajar con la esperanza de no encontrarme en todas partes. Pero, inmediatamente o dos días después, siempre terminaba apareciendo yo, sin importar a dónde había ido ni con quién estaba”. La idea de la multiculturalidad en América Latina se encuentra como uno de sus componentes constitutivos y que le otorgan, en más de un sentido, características que le ayudan a concebir su propia identidad.
Si bien ya José Vasconcelos, el educador de México en el periodo posterior inmediato a la fase armada de la Revolución Mexicana, había hecho una apología de la naturaleza esencial de lo latinoamericano resumido en su idea de La raza cósmica, en donde el subcontinente aparece como el recipiente en el cual se han fundido las mejores características de todos los grupos raciales y culturales, no resulta de más recordar los orígenes de constitución de América Latina como resultado, no de un crisol, sino de un choque violento de culturas. Ese impacto dejó huella profunda en el inconsciente colectivo de lo que posteriormente sería asumido como “lo latinoamericano”: esa construcción imaginaria que se reflejaba en la vida real y cotidiana, y que se manifestaba en fenómenos estudiados por diversos pensadores que daban como conclusión pensar al latinoamericano como un ser conflictuado y meditabundo. Leopoldo Zea le llamó complejo de bastardía; Octavio Paz, laberinto de la soledad; Roger Bartra, jaula de la melancolía.
Hoy que la migración se ha convertido en uno de los temas en que se fundan, se explican y se confunden muchas de las problemáticas que el mundo actual experimenta, resulta más que necesario hacer inventario de lo que América Latina tiene que exponer al respecto. La inversión de flujos de migración, por ejemplo. Eso que algunos norteamericanos, como Huntington, llaman “la invasión silenciosa”, en referencia a la llegada de los migrantes latinoamericanos (con énfasis en los desplazamientos de mexicanos) a territorio de los Estados Unidos, es concebido en términos de plan preconcebido para “recuperar” territorios que habían sido propiedad de la nación mexicana en tiempos antiguos.
Pero esa xenofobia no es cosa nueva. Los mismos latinoamericanos la experimentaron a finales del siglo XIX, por ejemplo, con la llegada de inmigrantes europeos financiados por el Estado argentino a las pampas. Xenofobia disfrazada de sentimiento nacionalista y religioso como el ocurrido en la región de Tandil, donde un grupo de gauchos al grito de “¡Viva Tata Dios (un curandero de la región) y mueran los gringos (nombre genérico de los extranjeros de origen europeo)!, realizaron una matanza que puso en riesgo, incluso, las relaciones diplomáticas entre la Argentina e Inglaterra. John Lynch recupera esa experiencia en Masacre en las Pampas.
O la andanada de expulsiones que el gobierno mexicano del Gral. Obregón llevó a cabo en los territorios del norte de México en contra de ciudadanos de origen chino en los años veintes, amparados por el artículo 33 que previene la expulsión de extranjeros que actúen en contra del orden público. El pretexto de expulsión se fincaba en la conformación de logias chinas que, se afirmaba, se dedicaban a actividades ilícitas.
Sin embargo, esa migración, que en momentos como los mencionados recibió muestras de rechazo, ha sido parte fundamental del desarrollo de la historia cultural de nuestra región. Pensemos en las aportaciones que migraciones como la alemana o la italiana de principios del siglo XX tuvieron en países como Brasil o Argentina, donde el arribo de extranjeros se puede contabilizar en millones y que, con el transcurso de los años, se convirtieron en una cifra porcentual importante dentro del censo total de esos países. Una andanada de influencias que se reflejan en lo que las identidades de esas naciones presentan como elementos de caracterización al mundo: el tango, la samba, el lunfardo, el desarrollo de la historieta y las artes visuales, la gastronomía.
El caso de México y el exilio español es una cuestión sintomática también de los efectos asuntivos de esas migraciones. En la década de los treintas, la llegada de los intelectuales españoles revitalizó la anquilosada y, en muchos sentidos, positivista enseñanza de materias como la filosofía y las humanidades. A través de José Gaos, por ejemplo, los mexicanos (y por extensión, los latinoamericanos) tuvieron noticia de las ideas, revolucionarias para su época, de José Ortega y Gasset. Sus científicos sociales y de las denominadas ciencias duras llegaron a enriquecer las nóminas de los centros de estudio latinoamericanos, reanimando los debates sobre la identidad (obsesión también de los españoles) y sobre las naturalezas del atraso con respecto del mundo.
Muchas historias de arribos y partidas se pueden abordar sin que el espacio sea suficiente. Migrantes provenientes del mundo árabe, judíos perseguidos por el desarrollo del fascismo, asiáticos en búsqueda de mejores alternativas de desarrollo personal y familiar, refugiados japoneses huérfanos tras la catástrofe atómica. De esto último, por ejemplo, este fragmento de Gaijin (en donde el término designa al extranjero, en este caso en Argentina) que describe la asimilación de estos migrantes a las culturas locales: “Ahora me gustaba tomar mate con bizcochos de grasa. Aunque Lara decía que el mate había que tomarlo amargo, siempre se acordaba de agregar un poco de azúcar antes de servir el mío. Desde el regazo de Masaaki, Claudia trataba de alcanzar la bombilla. No, Claudi, te vas a quemar, dijo mientras intentaba alejarla. To se va a poner triste si te quemás, dijo. En lugar de tío la niña me decía To y a Lara le decía Lala y a veces Ta Lala. También decía uaua cuando tenía sed, mo para llamar a la madre y po para llamar a Masaaki. Habían decidido enseñarle primero castellano y luego japonés. Claudia es argentina, decían, tiene que hablar castellano”.
Una cuestión pendiente lo representa el análisis de las migraciones entre las propias naciones latinoamericanas: de cómo los argentinos “se toman” la Condesa en la Ciudad de México, o cómo los guatemaltecos desconocen fronteras con México, o la manera en que los brasileños se mezclan con los uruguayos, la forma en que los haitianos buscan mejores condiciones en República Dominicana, o la larga tradición en que los exiliados de la represión política encuentran abrigo en naciones amigas, hermanadas por similares procesos históricos.
Es así como las caras de las naciones se configuran. En ese ir, venir y establecerse en los lugares que la vida le depara a cada quién. En búsqueda de cosas distintas pero reproduciendo un fenómeno que tiene como edad toda la historia humana. Porque si hay algo que al hombre, sea de la nacionalidad que sea, le disgusta, eso es quedarse quieto. Las identidades de las naciones tendrían que estar definidas por el movimiento. Por ese andar continuo en reconocimiento de todo aquello que podemos concebir, percibir y transformar con los sentidos. Aún a sabiendas de que existen otros humanos que encuentran una cárcel para sí mismos en la convicción de creerse únicos e impermeables. Y cuyas respuestas a la posibilidad de ser humanos son el odio y la muerte. Para ellos, en son de paz, este texto.~
Referencias
John Lynch, Masacre en las pampas, Buenos Aires, Emecé, 1999.
Luis María Pescetti, El ciudadano de mis zapatos, Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
Manuel González Oropeza, “La discriminación en México: el caso de los nacionales chinos”, http://www.bibliojuridica.org/ libros/1/148/5.pdf, consultado el 10 de septiembre de 2011.
Maximiliano Matayoshi, Gaijin, México, Alfaguara/Unam, 2003.
Hay ciertas fronteras donde el límite entre un país y otro parece ser una absoluta ficción política, por ejemplo en el límite entre Argentina y Paraguay con los guaraníes. También hay otros lugares donde encuentras un país dentro de otro, como en el Rif en Marruecos; donde los bereberes son otra cultura que la Marroquí, con su propia lengua, historia, gastronomía y hasta hace no mucho su propia religión. Tal vez llegó el momento de reconocer que los países tal como los conocemos ahora no tienen mucho que ver con las identidades culturales, fueron creados entorno a intereses económicos y se siguen modificando en torno a intereses económicos ya que en la mayoría de los casos los migrantes se mueven de un país a otro por necesidades laborales y de supervivencia. La pregunta ahora es: si realmente existen los países,culturalmente hablando, les queda mucho tiempo de vida?
En efecto, tan ensimismados estamos la poca mezcla que hay entre norte y sur, que olvidamos la migración y mezcla entre los países latinoamericanos, sin olvidar que es la visión de una sola América Latina la que nos da una identidad única a ojos del resto del mundo. ¡Buen texto Edgar!
Tango-doble: la situación que describes nos habla de la manera artificial en que hemos construído la idea de país. Es decir, no atendiendo a la singularidad nacional que atañe a un grupo humano, sino estableciendo fronteras y límites que violentan y sobrepasan esa singularidad.
Alexander: Somos una buena salsa chimichurri de chile ancho puesto sobre una arepita con patacones acompañados de un buen vino… y más.