Escribir en la red


ESCRIBIR A TRAVÉS del Internet posee otro ritmo. Es distinto a escribir sobre una hoja de papel. Es como lanzar una botella, con un mensaje dentro, al mar. Las posibilidades que te lean o no, en ambos casos, son infinitas y están sujetas a los resortes del azar.

Como soy un anacrónico vengo del rayado de papel y la máquina de escribir portátil (además de haber tenido la gaveta del escritorio como la única posibilidad para mis escritos) no puedo dejar pasar la oportunidad de escribir en la red. No hay requisito alguno. Ningún sitio tiene el odioso cartelito que reza: se reserva el derecho de admisión. Además el contacto con los lectores se vuelve fluido. Si uno es algo incompetente en eso hilvanar palabras, sin duda encontrará en Internet a un lector avispado que te propinará una buena sacudida. No obstante no hay que llamarse a engaño con la red y sus miles de páginas webs. Sin querer ser aguafiestas se puede argumentar que Internet es una tienda de ultramarino, un mercado donde la literatura tiene un reducido espacio. Internet es por encima de todo un negocio de proporciones incalculables. Aunque esto no impide que una buena cantidad de ilusos (entre los que me cuento para no perder la costumbre) piensan que la literatura puede salir ganando con este nuevo soporte digital para la comunicación. Que la literatura, de todos los tiempos, ganará nuevos y peculiares lectores a la par de escritores exclusivos para la red, quienes quizá rechacen la idea de ver su obra en papel por aquello escrito por Mostequieu: “La naturaleza había dispuesto que las tonterías de los hombres fueran pasajeras, pero los libros las hacen inmortales.”

Las pocas páginas literarias que contiene la red son una gran alternativa para el escritor que se inicia. Muchas de ellas reciben colaboraciones y los requerimientos para aceptar los textos son exiguos. Recuerdo mi juvenil ansiedad de escritor bisoño la cual siempre se vio torpedeada, saboteada y muchas veces hasta obstaculizadas por los engreídos y estirados del ambiente literario, que ya tenían renombre o habían publicado un libro. Era frustrante el rechazo que recibían mis textos para ese entonces. Nunca dejaban de fastidiarte. Te echaban en cara la inmadurez de tu estilo, la endeble formación intelectual y tu porte barriobajero que se colaba en la sintaxis llenando de pasión y palabrotas cualquier escrito. Y como si esto fuese poco luego estaba el entorno familiar que no veía futuro en esa “leedera inútil”, en ese tecleteo rutinario y fastidioso. Seguir escribiendo a pesar de tanta conjura pertenecía más al área de la patología. Aquello no era sano. Además escribiendo libros nadie hace dinero. Recuerdo a Balzac perseguido por sus acreedores, o a Dostoievski cuyas cartas pidiendo dinero a familiares y amigos eran patéticas. No sin razón escribió Félix de Azúa: “La literatura no es como la medicina o las finanzas, cuya descomunal remuneración permite que se dediquen a ella muchas personas en absoluto dotadas para la medicina o las finanzas. Un médico o un bolsista no gana más dinero cuanto mejor trabaja, sino que siempre gana mucho, aunque lo haga muy mal. Pero la literatura apenas tiene mercado. Caben dos o tres figuras emblemáticas que se enriquezcan vendiendo libros, pero nada más; y desde luego nunca llegan a ser ricos como los profesionales de la desvergüenza. Así que quien se dedica a la literatura lo suele hacer por obsesión del oficio. Un oficio que a nadie importa una higa”.

El mundillo literario es un zoológico con las especies de escritores más variado. Si alguien tiene la vaga pretensión de pertenecer a él tendrá que pagar un noviciado nada edificante. Deberá alabar a los maestros y escribidores del día, parásitar a su sombra para ver si es ungido y le publican en alguna revista literaria, en algún suplemento cultural. Y como uno tenía más de frotaesquina que de escritor lambiscón tenía que ingeniárselas por su propia cuenta para publicar. Incluso cometer el pecado de editar una revista multigrafiada y dejarse ir por el margen con la navaja abierta de la escritura rabiosa y pasionaria. Lo otro era que debías escribir desde la cretona y la enciclopedia. O sea tenías que asumir la escritura con mucho aseo personal, demasiado cuido estilístico y bastante tedio entre frase y frase. Como uno trataba que lo escrito oliera a barrio y a biblioteca pública ya estaba frito. Como uno sólo quería sacarle el almidón académico al estilo enseguida me daban con las puertas en las narices.

Comencé escribiendo poemas y cuentos. Con tanto poeta en el mercado literario decidí probar suerte con el ensayo. Me gusta el género desde la pasión y el cotilleo. Menos caradura, de lo que aparento, no tengo alma evangelizadora. Ni pasta para sicoanalizar a las masas y convertir mis textos en un pizarrón ni en un mensaje sin destino. Nada, que me gusta el ensayo como un chisme erudito. Como un bolero con ritmo desenfrenado donde se te infiltra Mozart y Chopin. El ensayo como un desmadre en donde hay una plural lectura de la vida y la literatura. El ensayo como antídoto contra las tesinas y los tratados profesorales,  como revancha o ruidoso sonido de furia y ternura. El ensayo como un recurso del lirismo sin cursilería, pero con toda la lucidez envenenada que te da la mucha lectura y el roce con las putas y con otras criaturas del mercado, el suburbio y la noche.

Escribir en las distintas revistas electrónicas que circulan en Internet me ha permitido compartir lecturas con otros internautas, los cuales tienen el mismo rabioso interés que yo por la palabra escrita. La irrupción del Internet en nuestras vidas ha cambiado los paradigmas comunicacionales. De alguna manera el libro como soporte intelectual sufrirá cambios, la literatura toda se verá perturbada para bien o para mal.

Hoy es menos problemático editar una revista por Internet que hacerlo en papel. Poetas, ensayistas y cuentistas que se inician de seguro encontrarán su sitio en la red para dar a conocer sus escritos. La literatura, que es un arte exigente, irá desechando a quienes tenga que desechar y esto es lo interesante. Ya nadie puede erigirse en juez implacable sobre como debe escribirse. La literatura por Internet se confronta, se equipara y se compara. Cada cual sabrá sus carencias, conocerá de cerca el acero del dolor por la falta de talento. En literatura vale la pena arriesgar. Todo está escrito y todo está por volverse a escribir.

Escribir. Leer. Dos actividades en las que están en juego nuestra imaginación y nuestra inteligencia. Nuestra pasión de creer. No importa de qué lado del libro estemos, lo significativo es que a través de la literatura tenemos menos oportunidad para diseñar guerras, entablar demandas contra el vecino, asumir posiciones intolerantes contra el extranjero, el chino o el negro. O sea tenemos menos coyunturas para el odio. La lectura silenciosa nos guarda hacia nosotros mismos. Leemos y escribimos para volvernos palabras, para convertirnos en metáforas y resguardarnos así de las heridas que nos ocasiona la vida, a veces dura e implacable, y la cual muchas veces le falta el aroma inigualable de la poesía. Cuando mi amigos preguntan: ¿Y en que andas? Muevo los hombros y respondo: Aquí, perdido en los bosques literarios buscando el aroma que le falta a la vida.~