¡Ay, surrealismo! Facepalm

«Lo único que te puede hacer un subversivo es»… Un ensayo de Bitty Navarro — ;ene

 

People always tend to think if they dress like a revolutionary
they don’t actually have to behave like one.

—Banksy

 

ME CAGO EN el surrealismo.
Me cago en Breton
en su obsesión con el psicoanálisis
y me cago tres veces
tres
en su terquedad marxista.

Me cago en el surrealismo.
Me cago en una autoproclamada
vanguardia reaccionaria
(¡vanguardia reaccionaria! ¡qué horror!)
una inflada vanguardia institucional
(¡vanguardia institucional! ¡me muero!)
que hizo poco más
que regresar a este mundo
la grandeza ilusoria
de unos pocos narcisistas
creando alrededor de sus hinchadas personas
un culto al narciso-dios.

Me cago en el surrealismo.
Me cago en el orden del mundo.
Me cago en Dalí.
Me cago en Soupalt y en Prévert.
Me cago en la escritura automática
—ese espiritismo maltrecho—.
Me cago en Freud
y me cago tres veces
tres
en el pocoshuevos de Lacan.

Me cago
como se cagaron los dadaístas
en el orden del mundo
en la sacralización de lo podrido
en la desviada idolatría
____a significantes vacíos de significado
y me cago de nuevo
tres veces tres
en André Breton.

—;ene

 

¿Por qué empezar un texto de tintes académicos con un poema propio? Quizá el lector se estará preguntando esto. La respuesta está en la hipótesis que se desarrollará en este corto ensayo comparativo y analítico. El surrealismo es, sin duda alguna, la más conocida de las vanguardias de principios del S. XX; sin embargo, el surrealismo es impensable —como bien lo dijo en varias ocasiones el mismo Breton— sin los cuatro años que pasaron los principales líderes del movimiento surrealista parisense participando en las acciones, creaciones, poéticas y deconstrucciones dadaístas. El dadaísmo, no obstante y a pesar de ser la más fuerte y subversiva de las vanguardias de principios del S. XX, ha quedado como un gusto de nicho, o como blanco de ataque por parte de académicos por considerarlo inferior o demasiado escandaloso, estridente y chocante para ser una forma elevada de arte.

Nada puede ser más falaz que esto, pues como veremos más adelante, el dadaísmo —en su condición de vanguardia artística— no sólo contiene aún una fuerza subversiva, un thánatos deconstructor, comparable al de pocos movimientos artísticos, y pocos pensadores y artistas en general, sino que también contiene en su propia formulación un escudo que lo vuelve, por lo menos por ahora, inaccesible al sistema y por lo mismo, imposible de institucionalizar. No así el surrealismo, que no sólo ha sido institucionalizado por academias, museos y diversas instituciones que lo han encomiado hasta cansarse, sino que perdió fuerza subversiva en el momento en el que rompió con el dadaísmo buscando incorporar en su creación artística una institución opresora: el psicoanálisis freudiano, y aún más devastador, el psicoanálisis lacaniano. El surrealismo es, tomando nuevamente prestada la fuerza de la voz dadaísta, una vanguardia de pacotilla, de medio pelo. Retomando el epígrafe de Banksy, el surrealismo pensó que con llamarse vanguardia y con creer o posar como si estuviesen subvirtiendo, eran una vanguardia subversiva.

Como lleva a pensar el epígrafe, creer o posar como subversivo o revolucionario no te convierte en ello, sino en un dron más de las instituciones que oprimen al individuo, que se aseguran —ojo, sin teorías de conspiración, que no hay un grupo de malévolos Iluminatis buscando uniformar e impedir el desarrollo individual, sino una maquinaria complejísima que casi por sí misma, con la ayuda de unos cuántos egoístas cegadas por su hambre de poder y por su codicia, logra este efecto opresor— de crear una máxima uniformidad entre los Yos que forman a la gente, la masa.

Aclarado esto, es más fácil comprender por qué se ha empezado un texto con tintes académicos con un poema con tono fuerte y contenido que busca deconstruir la sacralización contemporánea de esa vanguardia a medias que se conoce como surrealismo: un homenaje al dadaísmo. Para dadá, la esencia no sólo del arte, sino de la vida misma se encuentra en la poesía. Dadá, que no significa nada, acepta un solo modo de vivir la vida sin ser parte de lo que el pensador Albert Caraco llamaría, años adelante, «la masa informe que no merece subsistir»: hacer poesía de todo, de la vida propia y de todo lo que nos rodee, hacer poesía con lo que no es poético, hacer de lo poético cacofonías para volver a pegar sus piezas estridentes y crear un nuevo poema, hacer de lo poético la única ley a la que uno se adscribe.

Fuera de exaltar lo poético más allá de lo artístico y transferirlo al ámbito vivencial y social, ¿qué es Dadá?

que_es_DadaEn este cartel leemos: ¿Qué es dadá? ¿Un arte? ¿Una filosofía? ¿Una político? ¿Un seguro contra fuegos? ¿O quizá es una Religión del Estado? ¿Dadá es una energía verdadera? ¿O acaso no es nada en absoluto? Si dadá no es nada, como nos dicen los dadaístas, ¿cómo es? Haciendo de nada algo es que el dadaísmo puede ser, y como hace algo de nada, el sistema no lo puede digerir. ¿Cómo se digiere a la nada, aunque esa nada sea algo? ¿Cómo digiere un sistema un nihilismo y anarquismo artístico tan absoluto que la nada y la descentralización, desjerarquización y el poder al individuo toman forma en poesía, en arte? ¿Cómo digiere el sistema al nihilismo y al anarquismo? Aún no puede, aún no puede.

Citando al manifiesto dadaísta de 1918, conocido también como el Primer Manifiesto DADA escrito por Tristan Tzara y publicado en el número tres de la revista DADA en Zurich: «Dada no significa nada». Dadá es la propia negación de dadá, en el movimiento dadaísta yace una clave subversiva, una treta de este grupo de subversivos para eludir ser fagocitados por el sistema: el movimiento dadaísta, desde sus inicios, estaba condenado a autofagocitarse. Y así fue. Después de los años pasados en el dadaísmo, sus figuras más conocidas y más destacadas como Tristan Tzara, Hugo Ball, Francis Picabia, Max Ernst y (aún no se sabe si para el bien o el mal de dadá, el reconocido artista creador de los ready-mades, Marcel Duchamp, entre otros, partieron caminos y crearon obras propias, separadas de su obra dadaísta, pero inevitablemente unidas a ella. Si dadá no significa nada, podemos hablar quizá de lo que es este arte que busca no significar, y la respuesta a ello la encontramos en su profunda relación con el anarquismo, en especial con la obra y vida de uno de los padres del anarquismo y un gran revolucionario anarquista: Mikhail Bakunin.

El espíritu dadaísta es un espíritu anárquico, antisistémico, que rechaza y lo niega todo, incluyendo el arte mismo, todo menos la esencia poética de la vida misma. Situémonos en Zúrich, en 1916, en el ya famoso café Cabaret Voltaire. La Primera Guerra Mundial ha dejado a Europa devastada y a su juventud desesperanzada. Se ve aproximándose la Revolución Rusa y las ideologías de corte socialista autoritario derivadas de Marx, comienzan a tomar más vuelo. Los dadaístas están hartos de la propaganda estatal, de la ideologización constante, de la supuesta lucha por un terruño llamado nación y por un terruño un poco más grande llamado Europa. Lo único que les ha dejado el juego de ajedrez de sus políticos es devastación, hambre y desesperanza. Para combatir el orden del mundo que los rodea, los dadaístas tornan al anarquismo, ese contrapeso al socialismo autoritario y sistema socioeconómico y sociopolítico manchado por las traiciones de hombres ahora conocidos como héroes, como es el caso de Lenin, quien traicionó sin chistar a los soviets rusos a favor de un estado socialista autoritario, opresor, preocupado por crear una Gran Maquinaria Estatal y despreocupado por completo del bien de la gente.

Y en espíritu del anarquismo de Bakunin y haciendo eco también a Stirner, Dadá se escuda del estado opresor, de la moral reinante, también opresora, y se refugia en negar el sistema para destruirlo, para destruir aquello que a los jóvenes de la época de entreguerras les había traído únicamente miedo, peligro, hambre y ante todo, desesperanza. No obstante, Dadá es impermeable a la ideologización, incluyendo las de sus fuentes de inspiración como el anarquismo o en el aspecto estético, el futurismo. Dadá no significa nada. ¿Y entonces por qué ser dadaísta? ¿Por qué adscribirse a un movimiento artístico que ha proclamado su propia muerte, que se niega a sí mismo de la misma forma que niega a la moral reinante y al sistema opresor? La confrontación de Tzara encontrada en el Primer Manifiesto Dadaísta nos ayuda a esclarecer el por qué.

Theo van Doesburg, cartel «Dada matinee» (1923)

Theo van Doesburg, cartel «Dada matinee» (1923)

¿Cómo se puede poner orden en el caos de infinitas e informes variaciones que es el hombre? El principio «ama a tu prójimo» es una hipocresía. «Conócete a ti mismo» es una utopía más aceptable porque también contiene la maldad. Nada de piedad. Después de la matanza todavía nos queda la esperanza de una humanidad purificada. Yo hablo siempre de mí porque no quiero convencer. No tengo derecho a arrastrar a nadie a mi río, yo no obligo a nadie a que me siga.

El individualismo fuerte, la toma de consciencia de la naturaleza humana, el reto a la moral reinante, la esperanza de que el humano no vuelva a tornar armas contra otros humanos, son estas cosas y más las que llevaron a muchos hacia el dadaísmo. La retórica de Tzara resuena a las palabras de Thoreau en Desobediencia Civil, al anarcoindividualismo y a Stirner mismo. Palabras de un individuo con un grado de autoconsciencia muy alto, buscando exponer su método artístico, pero asegurándose de que el individuo que lo lee y el artista que decida ser también dadaísta, no se vean subyugados en su individualidad por el Yo del creador.

Y aquí, aquí es dónde volvemos a decir: ¡Ay, surrealismo! ¡Ay, Breton! Facepalm, mil veces facepalm, por no haber aprendido nada del dadaísmo. Facepalm, mil veces facepalm, por haber creado la vanguardia artística de principios de S. XX más exitosa comercialmente, pero menos exitosa como vanguardia: el surrealismo no reformuló nada, no retó al status quo, sus supuestos retos a la moral reinante servían sólo de difundir nuevas morales que compartían ciertas élites ya desde finales del S. XIX: la moral del psicoanálisis en el caso de todos los surrealistas, y en algunos artistas, también la del socialismo autoritario. Pero ante todo, ¡ay, surrealismo!, partiendo del dadaísmo, crearon un culto a la persona, un culto al artista mismo más allá de su obra.

Cuando un lego piensa en el dadaísmo, piensa quizá en el Primer Manifiesto Dadá, pero difícilmente piensa en Tristan Tzara o en Hugo Ball. Quizá algunos hablarían de la obra de Duchamp, pero lo cierto es que Duchamp realizó la mayor parte de su obra después de que el dadaísmo había dejado de ser, al igual que Tzara y Ball y todos los demás dadaístas, en el momento en el que dadá llevó a la negación al grado de aniquilarse a sí mismo, cada uno de sus partícipes partió camino y continuó su obra artística por su lado. La lógica de Breton para separar al surrealismo, palabra que existe desde antes de él y se observa por primera vez en la obra de Lautréamont, del dadaísmo era que la pura negación no iba a llevar a nada constructivo, que era necesario ir más allá de eso porque el poder de la negación era insuficiente.

Desde ahí tenemos una muestra de la brutal incomprensión del dadaísmo por parte del capo surrealista: André Breton. Capo porque, así como Tzara fue el primero en deslindarse de él por sus tendencias autoritarias y búsqueda de controlar la creación de esto, pronto lo siguieron varios más, incluyendo la célebre querella entre Breton y Antonin Artaud, el segundo nunca habiendo formado parte del dadaísmo, partió caminos con Breton cuando las tendencias autoritarias del primero lo llevaron a ordenarle a los surrealistas a afiliarse a la izquierda autoritaria. Artaud le señaló a Breton que la izquierda autoritaria, como toda filosofía dictatorial, iba en contra del espíritu vanguardista del surrealismo. Pero para ese entonces, Breton ya estaba demasiado cómodo en su papel de guardián de la moral artística como para escuchar a otros.

Rodeado por los halagos de psicoanalistas a nivel mundial y por un grupo que difícilmente criticaba a su jefe, Breton primero incorporó el psicoanálisis al surrealismo a través de la escritura automática y la importancia del simbolismo en los sueños[1], posteriormente incorporó la filosofía política socialista autoritaria y, finalmente, enalteció al autor a grado de ídolo, al grado en el que muchos académicos no logran escribir sobre el surrealismo como un movimiento ideológico y artístico, sino sobre algunos de sus exponentes más conocidos. Un famoso estudioso de las vanguardias del S. XX es Patrick Waldberg, quien tiene un libro publicado por el FCE titulado Dadá, la función del rechazo – El surrealismo, la búsqueda del punto supremo, que es particularmente revelador. Este libro consiste de dos pequeños ensayos, el primero sobre el dadaísmo y el segundo sobre el surrealismo. Su intención no es de análisis profundo, sino de introducción a los movimientos. Sin embargo, si uno compara el ensayo sobre el dadaísmo con el ensayo sobre el surrealismo, puede notar que el primero no se centra en las figuras de los autores, sino en el espíritu dadá, y el segundo se centra en una exposición breve sobre el surrealismo como ideología que se podría resumir en «Breton pensaba que el dadaísmo era insuficiente» y posteriormente, en exponer datos biográficos y un poco sobre la obra de algunos surrealistas, los más reconocidos.

Que un gran estudioso de las vanguardias de principios del S. XX no logre articular un ensayo introductorio al surrealismo sin caer él mismo en la idolatría a sus exponentes (también se puede observar en sus injustamente fuertes críticas a Tzara en el segundo ensayo y a que parece haber olvidado todo su primer ensayo en el segundo, pues le da tratamiento a Tzara y a Ball parecido al que le da a Breton, tratamiento de hombres-dioses, ídolos) revela a qué grado el surrealismo fue sólo un medio para afirmar la institucionalización del psicoanálisis y del socialismo autoritario, haciéndolos pasar por subversivos cuando, tristemente, para el auge del surrealismo, tanto la izquierda autoritaria como el psicoanálisis eran ya instituciones que sólo requerían de más seguidores fieles, y un medio para engrandecer el ya de por sí enorme ego de algunos de sus máximos exponentes.

No por esto sugiero que se deseche todo el arte surrealista, hay piezas en todas las ramas artísticas, cine, literatura, escultura, arte pictórico, música, de valor artístico inconmensurable, ni que se deje de estudiar al surrealismo, ¡no! Al contrario. El surrealismo es un gran ejemplo para demostrar lo que Banksy nos expone en el epígrafe y lo que el advenimiento de los hípsters contemporáneos (¡desvergüenza que se les llame con ese título si consideramos el grado de subversión de los hípsters norteamericanos de las décadas de los 50 y 60): decir que eres vanguardia, no te hace vanguardia; decir que eres subversivo, no te vuelve subversivo; colgarte en la camiseta la imagen del Che Guevara, no te vuelve revolucionario socialista; vestirte de equis o ye forma o usar un bigote recortado de equis o ye, no te hace nada fuera de alguien que se viste de equis o ye forma y usa un bigote recortado de equis o ye forma.

Lo único que te puede hacer un subversivo es pensar de forma que subvierta la moral o la estructura social contemporánea a ti, y después de pensarlo, hacer algo subversivo y trasgredir los límites que la moral reinante o la estructura o institución que quieres subvertir imponen. ¿Quieres ser subversivo? Lee dadaísmo, lee anarquismo, lee inclusive a gente que ya no es subversiva actualmente pero lo fue en su momento como Marx o Rousseau; lee, aprende a pensar subvirtiendo, y luego sal a intentar subvertir (y recuerda, intentar subvertir no significa que vas a lograr subvertir, que no es tan fácil la subversión), no te quedes sentado en el café con tus amigos hablando de la vida del Che Guevara, sintiéndose revolucionarios o subversivos porque se recortaron todos el bigote de formas extravagantes, porque traen camisetas con hoz y martillo, y porque usas un reloj de mano que tiene manecillas en forma del bigote de Dalí, reloj de la misma marca que trae tu amigo, sentado a la izquierda, que usa la imagen de Marx y su bigote como manecilla, y de la misma marca que el amigo sentado a tu derecha, que usa la imagen de Nietzsche y manecillas moldeadas para parecerse al bigote de Nietzsche. No seas como los admiradores del surrealismo, y los surrealistas mismos, si lo que buscas es ser subversivo, no le des aire y vuelo a instituciones que dices odiar, como por ejemplo, el marketing, que ha hecho excelente trabajo por más que lo odies, pues ha logrado que compres por un precio exorbitante una camiseta sencilla por tener impreso un martillo y hoz y venir de, yo qué sé, Pull & Bear.

No poses, sé.~

Referencias:
[1] En obra pictórica, el máximo exponente del surrealismo fue Salvador Dalí, y es lo que la mayoría ha llegado a asociar con el surrealismo, la obra repetitiva con poca innovación después de sus años iniciales de un hombre con un bigote excéntrico, un ego enorme, y la capacidad de vender servilletas con su firma y nombre con tal de tener unas pesetas más.