EL CASTILLO DE IF: Un mundo siempre es muchos mundos
Un texto de Édgar Adrián Mora
LA CIENCIA FICCIÓN tiene la posibilidad de abordar la realidad desde la cual se produce de maneras distintas. Más allá de la naturaleza profética en la que muchos lectores prejuiciados pretenden encasillar a esta forma de pensar el mundo desde la literatura, existen múltiples formas desde las cuales contar historias que tienen que ver más con lo contemporáneo que con la idea de futuro que algunos pretenden ver en ésta. La ciencia ficción puede echar mano de la hipérbole, de la fantasía, de la proyección de consecuencias que determinado avance científico pueda tener en el devenir humano; se vuelve también parodia exquisita de los excesos políticos, de la reelaboración de las sociedades fascistas y eco de las fantasías metafísicas en donde la idea de lo divino es abordado desde perspectivas lejos de la reflexión tradicional o dogmática.
Estos días, nuestros días, son afortunados en lo que respecta a los productos asociados a esta manifestación literaria. Los medios masivos se han hecho eco de la influencia y la posibilidad alegórica que entraña abordar la realidad política y las fobias y dramas personales desde la ciencia ficción. Ahí está el éxito de series de televisión como la británica Black Mirror o la profundamente norteamericana Stranger Things. Incluso, más allá de esos tratamientos adultos, nos encontramos con productos dirigidos a públicos con motivaciones, gustos y edades distintas que gozan de las historias contadas desde los terrenos de la especulación científica; dos ejemplos magníficos de esto: Gravity Falls y Rick & Morty. El cine, por su lado, alimenta de manera continua la tradición que se nutre de misterios del espacio inexplorado, reinterpretaciones de la posibilidad del viaje temporal y, de manera reciente, de la posibilidad de un mundo en donde las máquinas creadas por los humanos (u otro tipo de inteligencia) sean responsables de la simulación que la especie humana concibe como “vida”.
Este boom de la ciencia ficción encuentra, sin embargo, sus propuestas más interesantes en la literatura. Y Gerardo Sifuentes (Puebla, 1974) es uno de los escritores que más arriesgan en ese sentido. Establecido como uno de los conocedores y principales impulsores del “género” en el país, sus libros Perro de luz, Pilotos infernales y Planetaria ya presagiaban lo que se vuelve evidente madurez en Paracosmos, su más reciente entrega. Hay en este libro un conjunto de historias que plantean historias que se desarrollan de manera diferenciada en registros variados, pero que buscan, sin lugar a dudas, la participación activa del lector. No es esta una lectura pensada para lectores perezosos que busquen las aventuras espaciales de guerreros que pilotan naves espaciales y cuyas peripecias podían ocurrir tanto en el espacio exterior como en el norte de África en la Segunda Guerra Mundial. Lo que hay en Paracosmos es un reto, un llamado a la inteligencia, a la reflexión y a la (casi) libre interpretación. Más allá de la trama, lo que se recuerda de los relatos incluidos en este volumen son las ideas que le dan sentido a las historias desarrolladas.
En “La ronda de los animales en primavera”, el ambiente es similar al que relatos contemporáneos como los planteados en True Detective (la primera temporada) presentaban: la existencia de un misterio que no puede ser develado con las herramientas comunes y corrientes. La sombra de Lovecraft se cierne sobre esta historia que tiene como motor la idea de un edificio en donde mora el miedo, un lugar en donde la manifestación de tal entidad termina siempre en tragedia.
En “El proyecto del doctor Dobrunas” nos asomamos a un misterio que ya Roald Dahl había explorado en “La máquina del sonido”: la posibilidad de que las plantas puedan convertirse en semillas de nuevas formas de concebir a las sociedades. El relato cuenta la manera en cómo un ilustrador se relaciona con un personaje obsesionado con la construcción de un mundo alternativo a la vez que se sugiere la existencia de crímenes necesarios para la realización de tal mundo.
“Cosmos 13” elabora un relato en donde temas como la exploración espacial, la relatividad del tiempo y el contacto con seres extraterrestres parecen desarrollarse de manera independiente pero que, en realidad, no resultan tan ajenos dentro de la vista general de lo que su interacción ocasiona. En “Gremlin” se narra la manera en cómo la naturaleza aventurera de los niños hará que éstos descubran el laboratorio de un científico que experimenta con plantas de dimensiones gigantescas dentro de un minúsculo departamento urbano; al utilizar la perspectiva de los infantes para contar la historia, el lector debe sospechar la existencia de una explicación mucho más grave que las conclusiones obtenidas por los niños.
“El planeta de los perros” es uno de los textos más entretenidos del conjunto. Basa su premisa en la idea de los multiversos y en cómo la realidad material podría estar jugándonos bromas pesadas en forma de cuadros de perros que juegan póker. “Le ganaron los lobos” aborda las posibilidades de una conspiración mayúscula cuyos cabos sueltos lo representa la existencia de una pintura de la cual se quiere borrar todo rastro; el texto tiene cierto tono y cercanía con relatos de Borges, sobre todo con “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en donde la realidad aparente presenta inconsistencias que insinúan un misterio.
“El planeta de los gatos” se inserta dentro de las exploraciones que se hacen de los mundos virtuales, un poco en el sentido que James Triptree lo hace en “La muchacha que estaba conectada”: los jugadores de una simulación virtual deben realizar diversas tareas para reunir puntos, nada del otro mundo, hasta que dentro de esa simulación se introduce el elemento ético, la forma en cómo los seres humanos deberían comportarse con sus semejantes, aún si estos son representaciones virtuales. Es una de las mejores piezas del conjunto.
“Duelo al amanecer” es una estampa que contrapone la idea de naturaleza a la de artificio. Un elefante se enfrenta a un automóvil en una metáfora elaborada de la manera en cómo el entorno de nuestro mundo está siendo modificado. El ambiente es el de un mundo apocalíptico que, sin embargo, podría ser éste en el cual habitamos. En “La prueba de Lovelace”, la figura de Guillermo González Camarena se asoma como el de un personaje que, entre muchos mexicanos, puede ser ubicado como parte de la ciencia ficción sin problemas. En la ficción de Sifuentes, González Camarena aparece como una conciencia que ha sido preservada a partir de los avances de la tecnología y que aparece en un mundo en donde la programación informática, los reality shows y la inteligencia artificial han construido una nueva imagen del mundo.
Resulta gratificante también la manera en cómo el autor teje referencias cruzadas a lo largo del volumen. Es una forma de decirnos que las palabras y los nombres pueden ser resignificados de acuerdo a las historias en las cuales se insertan. Es, también, un guiño lúdico que alude a repensar acerca de la naturaleza que une, dentro de la ciencia ficción, al tiempo, los artificios, los avances científicos, la seguridad de saber que no conocemos todo y, sobre todo, la manera en cómo la idea de lo humano se modifica conforme el tiempo y la relación con nuestro entorno se modifican en la misma medida. Es esta nueva obra de Sifuentes algo que no podrá dejarlos indiferentes.~
Gerardo Sifuentes, Paracosmos, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2016. (Pueden obtener una versión electrónica gratuita del libro si dan clic aquí).
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