Materia e hibridez

Texto: Roberto Arzabal Intervención: Enrique Urbina

W. J. T. Mitchell, teórico de la imagen y critico cultural, escribió alguna vez que “todos los medios son medios mezclados”. Al hacerlo, se refería a la condición puramente convencional de las diferencias que establecemos entre un medio y otro, la pintura, la palabra, la música, etc. Si esa diferencia es un consenso histórico fundado en la separación entre disciplinas, eso significa que tanto la intermedia como la hibridez, piedras de toque teóricas de la estética tardomodernista, eran en realidad el punto en el que la serpiente de los medios se mordía la cola, y no una innovación con respecto al arte en Occidente.

El concepto de intermedia, propuesto por Dick Higgins en 1965, permitía aglutinar las prácticas artísticas mixtas de Fluxus en un campo múltiple pero relativamente contenido en la experimentación y la ruptura de especificidades disciplinares. Dentro del círculo de la intermedia, Higgins proponía cruces y superposiciones entre nuevas disciplinas artísticas que, sin ser definitivas, permitiían entender las búsquedas emprendidas dentro del movimiento Fluxus y sus antecesores. En la gráfica dibujada por Higgins, éste dejo un par de intersecciones en blanco, con lo que sugería que no se habían agotado todas las posibilidades de crear artes nuevas, pero que éstas de algún modo estarían previstas por el comportamiento de la gráfica. Sin ser exactamente una tabla periódica de artes mezcladas, la gráfica de Higgins sí sostenía una visión aún teleológica de la experimentación al fundamentar la intermedia en la posibilidad de romper barreras existentes entre las artes.

La hibridez es un concepto escurridizo donde los haya. De origen biológico, se refiere a la mezcla generativa entre especies que, aunque provee de una modificación conveniente, acarrea consigo la imposibilidad de reproducción por vía natural. El caso emblemático de esto, y que ha servido como figura y metáfora de varias discusiones, es el mulo, heredero de la yegua y el asno, cuya incapacidad reproductiva es parte fundamental del mito del animal. En su muy conocido poema “Rapsodia para el mulo“, José Lezama Lima realiza una trasposición sui generis al dotar a la esterilidad genética del mulo con una procreación metafísica hecha con el trabajo de su cuerpo (Su don ya no es estéril: su creación / la segura marcha en el abismo. / Amigo del desfiladero, la profunda / hinchazón del plomo dilata sus carrillos). A pesar de estos caracteres que rodean la hibridez, conforme las disciplinas sociales encontraron en ella un concepto productivo para el análisis de las dinámicas sociales entre hegemonías y pueblos subalternos (el caso emblemático es el trabajo de Néstor García Canclini), la esterilidad fue perdiendo lugar como característica definitoria para dar paso a una capacidad generatriz distinta: la tensa síntesis entre contradicciones.

Ante la imposibilidad de resolver esta paradoja, el propio Mitchell ofrece una propuesta de carácter teórico que puede ampliarse a la producción del arte. Si todos los medios son medios mezclados, la diferencia entonces es no sólo discursiva sino material. Es decir, no importa tanto el tipo de mezcla como el espacio en el que se inscribe. La mirada sobre la materialidad le permite a Mitchell fundar una crítica basada en la política de los intersticios. No preguntemos si la mezcla es o no es posible, preguntémonos para qué queremos que sea posible, qué sensibilidades se movilizarán en caso de que sucedan, que espacios se modificarán, qué capitales o qué cuerpos de trabajo tomarán posición en la intersección.

La pregunta por la materialidad es también la pregunta por las condiciones sociales que permiten el encuentro entre denominaciones artísticas. Si todas las artes son artes mezcladas, todas las artes son también una labor material, una intervención de cuerpo sobre el mundo. Si todas las artes son en su encuentro y su tensión, son también un espejo que refracta las disposiciones sociales inscritas en su superficie. Así, la mezcla, la hibridez, no será solamente un onanismo del arte por el arte sino una intervención sobre la socialización del trabajo. No hay en ello garantía, por supuesto, si no preguntamos antes hacia dónde se dirige esa intersección. Qué fuerzas moviliza al interior de sí y a su exterior.

Ante la pregunta por la existencia y uso de la hibridez, habríamos de responder con una pregunta por la fuerza del trabajo depositada en ese encuentro. Como el medio autónomo por excelencia, el arte deja de ser representación para ser construcción y materia sobre el mundo.