Exvotos de plástico a un lobo expiatorio

Texto: Néstor Robles Intervención: Enrique Urbina

 

1. MARTIN LLEGÓ EN camión a Tijuana en 1985 buscando una vida mejor. Se enamoró de La Rumorosa y el muro fronterizo. Trató de cruzarlo. Fracasó. Encontró un trabajo en Mabamex: una maquila que construía sueños de plástico marca Mattel para niños, donde laboraría más de quince años y al final sólo recibiría las gracias. María Guadalupe llegó en 1986 con un bebé de apenas un año de edad. La familia estaba completa. Era temporal: mientras hacían algo de dinero. Pero tomaron agua de la presa y se quedaron.

2. Nací con una cuchara de plástico en la boca. Mis mejores amigos también fueron de plástico. Regalos que Martin traía cada semana, exaltaban mi imaginación y me hacían crear batallas épicas entre Thudercats, He-Man, Bravestarr, tortugas ninja y todos sus respectivos villanos. Los mataba y los revivía a mi consideración. Hoy en día sigo custodiando figuras de acción que habitaron una galaxia muy, muy lejana. Debajo de mi cama, en el armario: algunos son libres; otros siguen asfixiándose en sus cajas. Son mis pequeños dioses y demonios.

3. Mi segundo nombre es Jesús. Adivinaron: producto de una manda extraña con la que sellaron el trato: mi vida por su nombre. Además, interpusieron la preposición “de”. Así me robaron la autonomía. Me llevaban a misa todos los domingos. El aburrimiento crecía conmigo. Me hacía el dormido para no ir. A veces me obligaban. Poco a poco dejaron de hacerlo. Ellos siguen frecuentándola de vez en cuando.

Para dar las gracias —dicen, mientras sonríen.

4. Los rostros de barro. Las veladoras ondeantes. El panteón que alberga el altar de Juan. Miedo. Mi fe en la religión, en Dios, en algo más grande que nosotros flaqueaba cuando me llevaron. Nací y crecí en un hogar católico. Bautizado. Confirmado. Confesado. Me enamoré de la hermana de mi maestra de catecismo. Se casó con un bombero. Yo dejé de persignarme cada vez que pasamos frente a una iglesia y empecé a tocar canciones de los Beatles.

5. Algo hizo popular a Juan Soldado: alguien contó una historia que despertó un poco de fe y esperanza en respuestas que siempre se dan por el esfuerzo o simple azar y que nos empeñamos a dar crédito a los santos. Martin me confiesa que también le prendió una veladora antes de intentar cruzar al otro lado.

—Para la suerte —me lo cuenta mientras hacemos fila con visas en mano.

6. —¿Qué no crees en Dios? —Me preguntó después de asegurar que en esta vida debíamos de tener fe en algo. Hace mucho que no rezo ni me confieso. Si algún día lo vuelvo a hacer, sería para que las historias se mantengan vivas. Historias de malos y buenos, dioses y demonios en eterna batalla; historias que evolucionen y sigan cumpliendo su función: entretener y cambiar algo en lo profundo de la psique humana.

—En ellas apuesto mi fe —le dije y ella me miró con recelo mientras inventaba una excusa para marcharse.

7. Juan Soldado Castillo Morales. El lobo expiatorio de una fábula moderna que fue asesinado en el bosque por unos leñadores antes de ser quemado por el pueblo. Unos dicen que se comió el alma pura de una niña; otros afirman que el devorador fue uno de los leñadores. El antihéroe. La falta. El castigo. Mentiras y traición. Almas en pena. Milagros. Redención. La Historia contra la historia.

8. Gracias, Juan, por mantener viva la imaginación de esta ciudad que tanto la necesita. Y por hacer del plástico un sustento de las fábricas de sueños. Sin él, Martin no pudiera ganarse la vida ni yo tampoco estaría escribiendo esto.1

9. El hocico del lobo nunca se cierra. Abre más su fauces. Sigue devorando al pueblo poco a poco: exvoto por exvoto.

1 Exvoto enviado por correo electrónico. Como adjunto hay un archivo JPG mal dibujado de un hombre con una máquina de inyección Toshiba, y un niño con un puño de monitos. En el fondo, el inevitable muro. Un detalle que puedes pasar desapercibido si no eres observador es el soldado con cabeza de lobo asomándose por una de las láminas…~