Apuntes sobre la destrucción de Osa Mayor
Pieza de Pierre Herrera
ESTÁN DEMOLIENDO UN edificio en la unidad habitacional en que vivo. Todos los días a partir de las ocho, ocho horas de trabajo.
Por la mañanas voy a la sala con una taza de café y a través del ventanal observo cómo reducen aquella construcción de finales de los 70.
Cuántas cosas me tomo con esos sorbos. La mañana entera. La mañana de ese día, la mañanas perdidas y las que malgastaré con ociosa precisión.
Desde septiembre del año pasado, aquel edificio fue declarado inhabitable —se fisuró por la mitad; esa semana otro edificio vecino también fue evacuado.
Varios de los antiguos habitantes ahora viven en la calle, alrededor del perímetro tapiado por los trabajos. El cerco de madera que protege a los peatones de la destrucción y a la destrucción de sus miradas,, también es el apoyo de esos hogares. Cuando camino hacia el metro veo las paredes de plástico que conforman, provisionalmente, esas casas.
¿Fracasó la arquitectura, o sólo este proyecto llamado ciudad?
Al despertar escucho un lento flujo de piedras, parecido asucesivas caídas de árboles, ocasionadas por una grúa que tira de los troncos, previamente aserrados en su base, y que los arrastra algunos metros.
El sonido que hacen las cosas al caer es seguido por un silencio, que es vencido por su eco.
La destrucción del edificio fue programada hace meses. Fuimos notificados y nos recomendaron cerrar las ventanas para dejar afuera al polvo; sin embargo, éste se filtra, quizá a través de las fisuras que dejaron los dos terremotos más intensos en los último treinta y cinco años. Por ello, preferimos mantener las ventanas abiertas; así, al menos, no nos sentimos encerrados.
El carácter destructivo, escribió Walter Benjamin, tiene solamente una consigna: hacer sitio; y sólo una actividad: el despejar. Su necesidad de espacio y aire fresco es más fuerte que el odio.
Lo anterior lo leí en Imágenes que piensan, un lunes que llovió como si fuera agosto pero era marzo. Y pensé que aunque llueva y la ciudad se inunde, los cimientos se humedezcan y los sistemas de transporte entorpezcan hasta detenerse, y entonces el flujo humano se detenga por varias horas, en esta ciudad no queda aire fresco.
Mis amigos y yo llegamos a este departamento después de vivir sin agua varios meses en otra colonia y después de otros tantos meses de búsqueda. Uno de los departamentos que visitamos estaba en le piso 10 del edificio que ahora destruyen.
Por las mañanas me pregunto, aferrado a mi taza, qué sitio están creando en ese espacio que antes estuvo habitado. ¿Qué despejan destruyendo?
En la cultura china, las ideas de muralla y hogar están vinculadas: no fue hasta que se comenzaron a levantar las muchas construcciones que componen la Gran Muralla, que China se unificó, más o menos hace 2,500 años.
De los 7,000 kilómetros aproximados de la Gran Muralla, más de la mitad está desvaneciéndose. Debido a la erosión, los desastres naturales, el crecimiento vegetal y porque las piedras que antes dividieron y protegieron territorio han sido reutilizadas por personas que viven cerca para construir sus casas.
En 2,500 años, la construcción más grande de la humanidad no se seguirá viendo desde la Luna —si es que siguen existiendo personas, u entidades extraterrestres con sentido de la vista que puedan viajar más allá de la atmósfera y mirar hacia esa parte del planeta. El carácter destructivo de la Tierra es continuo y borra incluso las huellas de su desaparición.
El departamento en el que pudimos haber vivido no existe más, y el café se enfría. Quiénes son los responsables.
¿Cómo podríamos llamar a las personas que se dedican a destruir una casa? ¿Cómo podríamos, más que invertir las ideas de construcción y destrucción, anularlas? ¿Cómo transformar las ruinas en una habitación?
Leo en un ensayo de Mariana Oliver que fueron llamadas Trümmerfrauen las mujeres austriacas y alemanas que reconstruyeron sus ciudades con los escombros. Con ladrillos que obtenían deshaciendo cuidadosamente paredes derrumbadas, aprovechando los cimientos, limpiando el polvo restante.
Una de las consignas del I Ching, tan antiguo como las murallas que ahora algún astronauta mira desde la luna o algún niño a través de Google Earth, señala: conviene tener un sitio a dónde ir. Lo que no dice el libro de las mutaciones —porque ninguna literatura lo dice— es cómo construir ese espacio y cómo mantenerlo seguro.
¿Construir es el empeño en el que deseamos permanecer?
Encontrar palabras para lo que ocurre frente a los ojos suele ser muy difícil; cuando llega a ocurrir, éstas llegan como pequeños martillos golpeando lo real, y no se detienen hasta que trasladan la imagen a otro medio.
Este, por su puesto, no es el caso.
He tomando algunas fotografías y videos, grabé audios de lo que ocurre a través del ventanal. Pero ningún registro es verdadero ni cercano. Ninguna escritura es completamente real; las cosas nunca suceden exactamente como se cuentan.
Por la mañanas es posible detectar cierto resplandor a través del polvo en el aire, eso pienso mirando la demolición. Y con el café, pienso, me tomo la mañana entera. La mañana perdida de la vida, y así cada sorbo que doy es como un ladrillo que tiran y levantan y que posiblemente reutilizarán después, es el polvo que seca la garganta, el sonido de las piedras como un río vertical, y también es mi madre y su empeño por mantener durante más de treinta años, ese sitio a donde ir. ¿Y si un lugar habitable no fueran sólo las murallas sino las personas que las utilizan para hacer construcciones más pequeñas, íntimas y seguras?
Desconozco qué significa exactamente la expresión: la mañana de la vida. Y si de verdad está perdida.
Pienso que el fracaso de una ciudad no tiene que ser el de sus habitantes.
Tampoco siento que haya logrado poner orden a estos apuntes.~
(enero-marzo, 2018)
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