Treinteañeros confundidos
Cuando los nudes no son la respuesta. Un texto de Jacqueline Erazo Flores/ ilustración de Alejandra Lara
CON EL VESTIDO roto, sin un zapato, medio cuerpo fuera de la ventana y otro medio cuerpo dentro, aguardaba que alguien se apiadase de su situación. Unos golpes se escucharon desde la puerta:
—¿Estás bien? Te has demorado mucho. ¿Te pasa algo?, en serio, dime, porque estoy preocupado, !hace media hora que estás ahí!
No se le ocurrió nada para decir, estaba petrificada pero tenía que hacer algo, no podía quedarse ahí.
—Te va a parecer una locura, pero !estoy atorada en la ventana del baño!
—¿Qué? —dijo él asustado—. ¿Qué pasó?, ¿por qué…?
—!Ayúdame! —gritó ella avergonzada.
Él entró al baño y vio la ridícula escena. La tomó con cuidado por la cintura, tiró suavemente y después de un momento ella entró nuevamente al baño. Él la miraba sin saber con exactitud qué decir, ella le sonrió y dijo:
—No me vas a creer, pero había un pequeño pájaro atorado. Cayó desde el árbol fuera de la ventana, traté de ayudarlo saliendo pero no pensé que la ventana fuera tan pequeña.
Él sonrió amablemente, el protocolo estaba primero.
—Vamos a desayunar —dijo.
Ella insistió:
—!Pobre pajarito, espero que esté bien!
Los dos fueron hacia la cocina donde comenzaron a comer cereal con leche en un silencio que, más que incómodo, se sentía vacío, parecido al primer sonido que escuchas el primer día del año nuevo al despertar después de la celebración, los fuegos artificiales y el exceso de comida. Los pensamientos eran tan fuertes que se escuchaban mezclados con el crujir del cereal en sus bocas. Ok, hay que comportarse según el protocolo y nada más, pensó ella. Después de todo solamente quería lo que su amiga llama “la noche de su vida”, y luego desaparecer. ¡Maldita ventana! Mierda, si fuera una talla menos. Ya también lo había dicho Cristina: “a suspender postre”. ¡Mierda!, bueno, desayuno y ya, ahora solo queda desaparecer.
Los pensamientos de él también crecian en intensidad: Sé que trataba de irse porque la puerta estaba con llave. Creerá que voy a tragarme el cuento del pájaro ese, qué tonta es si cree que me tragaré ese cuento.
Bueno, pensó ella masticando el cereal, supongo que después que haber vomitado toda la botella de vino italiano debo tragarme el desayuno.
Ella y él son dos jóvenes millennials. Sí, dos vidas, dos trabajos y dos estados diferentes pero propios del siglo XXI. Él estaba casado desde hace ocho años, y cada año acostumbraba viajar en busca de nuevas experiencias que le resultasen gratificantes para no tener que mirar a su esposa constantemente enfadada. Su esposa quería tener hijos que no tenían. Hacía dos años que le había pedido que mantuvieran una relación abierta. Y su padre estaba decepcionado porque había abandonado la fe cristiana, costumbre de la familia, bastante más tiempo atrás. Cuando regresó a su ciudad natal quiso reencontrarse con ella y le habló. Ella había sido su ilusión de la adolescencia, y al parecer, como dice la canción, no quería morir sin “tener algo” con ella.
Ella se había negado durante mucho tiempo, pero él insistió tanto que cada vez que hablaban su imaginación y coraje le apresaban. Su madre le había dicho que los hombres casados buscan con insistencia a mujeres jóvenes para que sean las “segundonas”. Ahora no podía quitarse a su madre de la cabeza, ¡oh, ni a su abuela! que decía lo mismo. Había planificado muy bien esa noche, sabía con exactitud cuáles eran las estrategias que debía seguir, tal y como le dijo Cristina: para “la noche de su vida” y, luego, desaparecer.
De ella no hay mucho que decir: había terminado con su novio hacía un año. Simplemente, a veces el amor no es suficiente. Tres meses atrás había renunciado a su trabajo porque el director de la escuela en la que trabajaba la acosó, y trató de besarla sin su consentimiento.
Terminando el desayuno, una sensación fría le acompañó. Ella no solo pensó, sino que esta vez habló:
—Ser adulto no resultó tan divertido como nos esperábamos, ¿verdad?
—No —dijo él con un suspiro serio.
La habitación estaba silente. Ella respiraba hondo para no evidenciar su ansiedad de salir corriendo de ahí.
—¿Salimos?, tengo un día ocupado.
—Sí.
—Bien, solamente voy al baño.
Él volvió a suspirar.
Ella fue al baño y se miró frente al espejo. No se reconoció. De pronto escuchó un piar por la ventana del baño que le hizo asomarse. Estaba allí, un pequeño pajarito que se había caído del nido. No lo podía creer, el asombro le impedía respirar y pronto, con una tos nerviosa, reaccionó ayudando al pajarito con sus manos. Esta vez no se atoró en la ventana. Subió al pequeño a su nido y entró para lavarse la cara y mirarse nuevamente en el espejo. Estaba sorprendida. ¿Qué es lo que ha sucedido aquí?, pensó.
Se miró nuevamente al espejo, y se vio más claramente. Lo que pasa cuando tratas de ser una chica peligrosa parecida a cualquier antagonista femenina de James Bond, es que terminas dándote cuenta que no eres más que una niña nerd neohippie del tercer mundo a quien le gusta quedarse los sábados en la noche en casa, mirando lo nuevo de Guillermo del Toro, o leyendo los infantiles cuentos de Etgar Keret. Y terminas comprendiendo porqué la gente escribe en los baños desesperadamente lo que siente, desde “Gabriel estuvo aquí” hasta “Marisol eres una puta”, sin olvidar la declaración de amor típica de un inexperto joven inconsciente: “Marta, te amo, sin ti la vida no vale nada”. Todos hemos sido quinceañeros ingenuos. Y también todos hemos sido alguna vez treinteañeros confundidos. Una pequeña ventana de un baño puede hacértelo ver; y recordarte que debías haberte quedado ese sábado leyendo en casa. Un golpe en la puerta llamó.
—¿Estás bien?
—Sí, contestó ella, ahora salgo.~
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