Lichtenberg: la inteligencia fragmentaria

HAY ESCRITORES QUE verdaderamente se adelantan a su tiempo. Pienso esto mientras releo las dos ediciones que tengo de los Aforismos de Georg Christoph Lichtenberg. En 1989 apareció la primera que leí, con selección, traducción y prólogo y notas de Juan Villoro en la colección Breviarios del Fondo de Cultura Económica.

Estatua de Lichtenberg cerca del casco antiguo de Göttingen, Alemania

De haber vivido en esta época, Lichtenberg hubiera sido un excelente twittero. Sus aforismos prefiguran lo que se ha conformado como las características de un buen tuit: concisión, agudeza, ironía, inteligencia, profundidad y ligereza. En estos tiempos del pensamiento fragmentario, Lichtenberg nos devuelve la fe en que con los pedazos de una reflexión incisiva se puede armar una visión del mundo.

Lichtenberg fue un científico y escritor alemán, que vivió de 1742 a 1799, que trabajó como profesor de la Universidad de Gotinga. Fue el primer catedrático de física experimental de Alemania. Fue el menor de 17 hijos de un pastor protestante. Enfermo de escoliosis (columna desviada) se volvió un niño extremadamente curioso y observador.

A los diez años ya hacía preguntas sobre las estrellas y las auroras boreales y apuntaba sus pensamientos y hallazgos en tarjetas. En 1763 entró a la Universidad de Gotinga para estudiar matemáticas, historia natural y astronomía. En 1770 viajó a Inglaterra para ser tutor de dos estudiantes ingleses y conoció al Rey Jorge III. Ambos quedaron impresionados mutuamente: uno, por la inteligencia del científico, y éste por el hecho de que a un monarca le interesara saber sobre las fases del planeta Venus. Volvió a la isla en 1774 para descubrir: «En realidad fui a Inglaterra a aprender a escribir en alemán».

Sus observaciones cotidianas las escribía en los cuadernos que [no] serían publicados hasta después de su muerte. Quiso escribir una novela, pero sólo logró pergeñar unos cuantos párrafos. «Hacia el final de su vida —cuenta Villoro— concibió una sátira autobiográfica, Le procrastinateur, donde pensaba burlarse de sus proyectos eternamente pospuestos. Fue demasiado fiel a su tema: no la escribió».

Gracias a su ingenio e insaciable curiosidad, fue un maestro querido y admirado, además de un estudioso de los fenómenos de la electricidad. Descubrió la polaridad de cargas y le dio los signos + y -, que se siguen utilizando para identificarlas. Su fama hizo que en su laboratorio lo visitaran otros científicos a quienes sorprendía con sus experimentos. En 1784 llegó a Gotinga Alessandro Volta, entonces profesor de la Universidad de Pavía. Lichtenberg lo maravilló con sus experimentos y Volta quiso corresponderle, pero todo le salía mal. En la cena, al día siguiente, Lichtenberg le planteó otro experimento: «¿Cuál es la manera más sencilla de eliminar el aire de una copa sin usar una bomba de aire?» Volta no la sabía. Lichtenberg llenó las copas de vino y repitió el experimento hasta la madrugada.

El prólogo de Villoro es sobresaliente porque retrata a Lichtenberg en sus diferentes facetas y profundiza en la agudeza de su fragmentario pensamiento: «Lichtenberg vivió contra la posteridad, contra las Obras completas, la tesis doctoral del posible erudito sueco, el comentarista mexicano del siglo XX. No pensó que sus apuntes dispersos pudieran ser imantados por la misma fuerza; se conformó con legar fragmentos, los restos de su inteligencia».

A su funeral asistieron 500 alumnos, de los 693 que tenía la universidad.

A continuación les ofrezco una breve antología de los aforismos de Lichtenberg que más me gustan, tomados de la edición de Villoro:

Hoy le permití al sol levantarse antes que yo.

Él me desprecia porque no me conoce. Yo desprecio sus acusaciones porque me conozco.

¿Crees que persigo lo singular porque desconozco lo hermoso? No, porque tú desconoces lo hermoso, busco lo singular.

Me dan dolor muchas cosas que a otros sólo les dan lástima.

A lo largo de mi vida me han otorgado tantos honores que bien podría permitirme alguna crítica inmerecida.

Siempre he procurado imponerme leyes que sólo entren en vigor cuando me sea casi imposible violarlas.

¡Ah, si pudiera abrir canales en mi cabeza para fomentar el comercio entre mis provisiones de pensamiento! Pero yacen ahí, por centenas, sin beneficio recíproco.

He notado claramente que tengo una opinión acostado y otra parado.

Hay que recomendar con insistencia el método de los borradores; no dejar de escribir ningún giro, ninguna expresión. La riqueza también se obtiene ahorrando verdades de a centavo.

Nada me alienta tanto como cuando he entendido algo difícil y sin embargo trato de entender algo menos difícil. Debo intentarlo más a menudo.

Daría parte de mi vida con tal de saber cuál era la temperatura promedio en el paraíso.

Ya que se escribe en público de pecados secretos, me he propuesto escribir en secreto de pecados públicos.

Los hombres más sanos, más hermosos y mejor proporcionados son quienes están de acuerdo con todo. En cuanto se padece un defecto se tiene una opinión propia.

He notado que las personas cuyos rostros tienen cierta falta de simetría, con frecuencia poseen las mentes más agudas.

¿Por qué nos duele tan poco un pulmón supurado y tanto un uñero?

Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto botón del chaleco.

La muchacha tenía unas manos pecaminosamente hermosas.

Con poco ingenio se puede escribir de tal forma que otro necesite mucho para entenderlo.

Un buen personaje para una comedia o una novela: alguien con tal sentimiento de culpa que entiende todo con excesiva sutileza, interpretándolo en su contra.

No estaría mal un libro de primeros auxilios para escritores.

Si alguien escribe mal, qué más da, hay que dejarlo escribir. Transformarse en buey aún no es suicidarse.

Está bien que los jóvenes enfermen de poesía en ciertos años, pero, por el amor de Dios, hay que impedir que la contagien.

Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña.

La mucha lectura nos ha brindado una barbarie ilustrada.

No es que los oráculos hayan dejado de hablar: los hombres han dejado de escucharlos.

En verdad hay muchos hombres que leen sólo para no pensar.

A lo más que puede llegar un mediocre es a descubrir los errores de quienes lo superan.

Hay ineptos entusiastas. Gente muy peligrosa.

No cesaba de buscar citas: todo lo que leía pasaba de un libro a otro sin detenerse en su cabeza.

Para ella la virtud consistía en arrepentirse de los errores más que en evitarlos.

Era un pensador tan minucioso que siempre veía un grano de arena antes que una casa.

Hay gente que cree que todo lo que se hace con cara seria es razonable.

¿Quién quiere desmontar cuando puede demoler?

Amarse a sí mismo al menos tiene una ventaja: no hay muchos rivales.

Para ver algo nuevo hay que hacer algo nuevo.

Os entrego este librito, no como un lente para ver a los demás, sino como un espejo.

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Fotografía: Estatua de Lichtenberg cerca del casco antiguo de Göttingen, Alemania.