NAGARA: Belleza iii
Tercera entrega de Belleza y algunas variaciones sobre un tema de Fairchild, por Jorge Posada
Variaciones sobre un tema de fairchild
iii.
jugaban a las aeromozas en la ducha
en agosto la primera comunión
un trozo de dios en el paladar
cada una de sus venas
¿las masticas? ¿las tragas?
escuela de varones
la construcción de la iglesia el esqueleto
de un elefante
ricardo & jorge lentos en el hilo de su saliva
nunca en las ruinas de las presas
se lamen
en las torres eléctricas
su casa el fémur de san luis rey
(el padre de ricardo estaba en la cárcel
fraude
19 años de condena
cesaron los viajes a texas
el departamento)
en la autopista quitan el letrero de cummins
motores para tráilers
12 000 empleos perdidos en las minúsculas del tlc
mi padre traga lubricante al firmar su renuncia
mete los dedos en el hocico de un carburador
usa prótesis de caramelo baila en los andenes
jorge a los 23 descubre en el teresa
círculos de hombres que meten insectos marrón en las narices
se frotan mierda
¿lamen los testículos de jesús
¿sus párpados?
a la dina dana
a la dana dina
(trabajó en una ladrillera
en un sanitario público
las encías le saben a cloro)
“me soñé muy viejo
los lunares me cubrían el vientre
larvas en las tetillas
tirado en una alfombra
dos hombres detrás de mí gemían”
Belleza, por Fairchild
iii.
El verano siguiente. Un Corvette negro brilla como un pedazo
de ónix en el patio, adentro vienen dos muchachos jóvenes,
parecidos a Marlon Brando, que dicen “Hollywood”
cuando Bobby pregunta de dónde son. El capataz, que es mi papá,
los trajo porque estamos tapados de trabajo, en el taller y el patio
hay apiladas partes de las plataformas petroleras, todos los días vienen
remolques a dejar los malacates rotos de perforación, estamos como locos.
Hay un ruido terrible, un grupito de obreros de una plataforma descompuesta
gritan órdenes, los peones del taller entre los engranajes de los malacates,
sopletean los rulemanes congelados para aflojarlos luego a martillazos.
El armazón de hierro retumba como un parche de tambor. Buscando algo de paz,
yo me subo a unos caños para fumar un cigarrillo rápido,
y así comienza para mí este recuerdo, el más extraño
de todos los que tengo del taller y de los hombres que en él trabajaban,
porque el silencio se ha cernido sobre mí, como la sombra de las cajas
que todos los otoños me pasaban volando por sobre la cabeza,
como el callado cambio imperceptible de las estaciones,
el taller de repente se volvió silencioso en la mitad de un día de trabajo,
y me pongo a mirar a través de las puertas, que son altas,
y veo a los maquinistas de espaldas, el chillido conjunto de los tornos,
y los veo en el medio del taller, en un rectángulo de luz, los dos californianos,
mientras los soldadores se levantan las máscaras y miran para arriba,
lo primero que veo son sus caras, que tienen la expresión
de un chico en el zoológico, o la de quien ha visto la nieve por primera vez,
al ver a los dos hombres desnudoon la ropa apilada en el suelo,
como si fueran a meterse al agua, y recuerdo lo frágiles y pálidos
que parecían sus cuerpos junto al hierro y al metal de las perforadoras
y los molinos y los tornos. Yo en ese entonces no sabía lo que era
un exhibicionista, por lo cual pensé por un momento
que les había fallado la memoria, que por algún motivo se habían olvidado
del lugar en que estaban, que esto no era el vestuario después de algún partido,
que no iban a ducharse, que éste no era el lugar apropiado para eso,
que iban a darse cuenta, y que, súbitamente avergonzados,
se empezarían a vestir de nuevo. Pero no, no lo hicieron, y en mi recuerdo están
congelados, posando igual que los modelos de las clases de dibujo,
y podría decirse que el boceto que forman, aunque no lo podría decir yo
ni ningún otro hombre, es bello, están parados para siempre
ahí, con el reloj corriendo detrás de ellos, el tiempo corre pero no se mueve,
como ese túnel blanco de silencio entre el momento en que cae la pelota
y el estruendo de las hombreras al golpearse,
que parece que nunca va a llegar, y de repente llega, y escucho a alguien respirar
a mi derecha, al lado de la Hobbs, y es Bobby Sudduth, que tiene una expresión
que, me parece ahora, no es de rabia, sino de terror,
una expresión salvaje, como de un animal, que se le ve en los ojos
y en la tensión de la mandíbula y el cuello, todo se hace borroso y de repente
alza la mano izquierda y tiene una lima de hierro, y avanza hacia los hombres
que lo esperan inmóviles y atentos, como un ciervo que tiembla
en un claro del bosque, y mi papá aparece de inmediato
entre Bobby y los hombres, como si los estuviera despertando
de un sueño prolongado, y extiende el brazo para tocarle el hombro al rubio,
y les dice con una voz que es casi terrible por su amabilidad,
su discreción, Muchachos, van a tener que irse. Mira a Bobby, que vuelve
a desaparecer entre las sombras de la Hobbs, y luego vuelve caminando rápido
a su oficina, en el frente del taller, y pronto el Corvette negro
con la chapa naranja que dice California se aleja a todo lo que da por la 54
y se pierde en el sol, rumbo al oeste.~
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